La nueva ordenación del entorno de la Alcazaba, con la apertura de nuevas calles y la remodelación del entorno del monumento, ha traído cambios importantes en el tráfico. La vía principal de acceso pasa ahora por la Puerta de Purchena, la subida de la calle Antonio Vico y la calle Pósito, que se ha convertido en la avenida más importante para los vehículos.
El problema surge cuando al final de la calle Pósito lo que provoca que aquellos que se dirigen hacia la Alcazaba y el barrio de la Chanca tengan ahora que bajar hasta la puerta del Hospital para subir después por la calle de la Reina.
No se puede decir que tengan que dar una vuelta exagerada, pero son muchos los que llevan a rajatabla aquello de que el camino más corto es siempre la línea recta y acaban saltándose a la torera las normas. Cuando al final de la calle Pósito las señales los obligan a desviarse hacia abajo, hacen caso omiso de las direcciones prohibidas y acortan por los atajos de la calle de la Música y de la Dicha, provocando los continuos sobresaltos de los vecinos, que no se esperan el paso de los vehículos. Estamos hablando de dos calles estrechas con vocación de pasadizos peatonales, que se están viendo invadidas por coches, motocicletas y patines eléctricos. La próximidad de las viviendas hacen que el riesgo de un accidente esté presente en cada escarceo.
El tránsito es continuo, a pesar de que el Ayuntamiento ha colocado sendas señales en las esquinas que por ahora no han servido para intimidad a muchos de esos conductores que prefieren saltarse las leyes. Lo hacen además sin ningún temor, porque saben que difícilmente se van a encontrar con la policía municipal, que suele estar muy ocupada en otras zonas más importantes como el Paseo y sus alrededores.
No son los únicos puntos rebeldes del tráfico en el casco histórico. El cachondeo de las señales prohibidas es una triste realidad desde hace dos años en el entorno de la Plaza de Careaga. Desde que el Ayuntamiento hizo la última remodelación, colocándole al recinto el cartel de zona peatonal, el incumplimiento de las normas es el pan nuestro de cada día.
En teoría la calle de Emilio Ferrera, que une la calle Real con la Plaza de Careaga, solo puede ser utilizada por los vecinos de la zona para la carga y descarga y para las urgencias. Esa es la teoría, ya que la práctica nos cuenta que el chorro de coches que acorta por esa zona para salir a la Plaza de la Catedral es continuo. Lo hacen además cometiendo una doble falta, ya que cuando después de atravesar la Plaza de Careaga llegan a la esquina de la calle Lope de Vega, se meten hacia abajo, por dirección prohibida, buscando la salida por la calle Cervantes.
A esa lista de problemas con el tráfico en el casco histórico hay que unir el que provocan los coches que pasan como bólidos por la calle de la Reina y por la subida a la Alcazaba. Este pasado verano hemos asistido al lamentable espectáculo de los conductores que se entretienen pisando el acelarador en la subida de la calle Almanzor para asustar a los turistas. La gracia consiste en acelerar haciendo el mayor ruido posible para que los peatones tengan que pegarse a la pared por miedo a ser atropellados.
Hace tiempo que esa zona, desde la calle de la Reina a la puerta de la Alcazaba está pidiendo a gritos una mayor presencia de la policía y la colocación de resaltes que intimiden a los ‘Fitipaldis’ de turno que se toman las calles como si fueran un circuito de velocidad. Los vecinos llegaron a proponérselo a la autoridad competente, pero se descartó la opción de los resaltes porque perjudicaba el tráfico del pequeño autobús que cubre la línea entre el centro y el casco histórico.
El gran esfuerzo que se está realizando para que el entorno de la Alcazaba presente un aspecto decente, después de décadas de abandono, pasa también por erradicar de una vez por todas los graves problemas de tráfico y los comportamientos hostiles de los llamados vecinos ‘rebeldes’ que circulan como pilotos de carreras y que se saltan las señales de tráfico como si no existieran las normas.
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