El orgullo del Parque y el andén

La ciudad encontró un nuevo escenario donde celebrar sus fiestas, sus desfiles y pasear

El 16 de mayo de 1922 el Parque y el andén de costa se vistieron de gala para recibir a los soldados del Batallón de la Corona.  Foto: Museo Terque
El 16 de mayo de 1922 el Parque y el andén de costa se vistieron de gala para recibir a los soldados del Batallón de la Corona. Foto: Museo Terque
Eduardo de Vicente
09:00 • 02 nov. 2022

Almería se sentía orgullosa de ese nuevo escenario frente al mar que le hacía competencia al intocable Paseo. Había nacido el Parque, como lugar de esparcimiento y como escaparate de la ciudad. Cuando un barco llegaba al puerto sus tripulantes se encontraban con una panorámica impresionante: la frondosidad del Parque y al fondo las murallas de la Alcazaba



Estábamos tan satisfechos con el Parque que no tardamos en convertirlo en un gran plató del disfrute y del tiempo libre. En 1917, hasta los comerciantes del Paseo se quejaron del protagonismo que les había robado el Parque y exigieron al Ayuntamiento una compensación económica por el desfile militar que allí se organizó. En la Feria de 1916 el Parque fue el escenario principal con carreras de bicicletas, pruebas automovilísticas, una exhibición en globo y los conciertos nocturnos de la Banda Municipal de Música. Como acontecimiento estrella se llegó a programar un partido de fútbol en la explanada entre el Parque y el andén donde un equipo de Almería compitió con una selección de marineros ingleses.



El espectáculo era permanente, cuando no había carreras había desfiles, y los días de diario eran las fuerzas de la guarnición las que tomaban el Parque haciendo ejercicios de instrucción y táctica ante la mirada del público que asistía a las maniobras como si estuviera en el cine. En las noches de Feria se proyectaban películas y se organizaban verbenas multitudinarias. En 1930 se acordó que el Parque y el andén lucieran un alumbrado extraordinario durante dos noches, las que correspondían a los días de corridas de toros, que era cuando más visitantes llegaban a la ciudad.



El Parque fue una bendición para Almería y una vieja aspiración que tardó en llegar. En 1910, la prensa local se quejaba amargamente de que “todas aquellas personas  que nos visitan se llevan las manos a la cabeza al ver el abandono que reina en la parte sur de la población, precisamente el sitio más pintoresco por sus vistas y vecindad al mar. ¿Por qué nos mostramos huraños con el mar, con nuestro puerto, que es lo que más significación da a nuestra capital?”, subrayaba el artículo de La Crónica Meridional.



Hubo que esperar hasta 1914 para que las obras fueran una realidad y aquel escenario dejado de la mano de dios empezara a convertirse en el ansiado Parque del Malecón. Para la Navidad de 1915 ya estaban casi terminados los trabajos de pavimentación con alquitrán del paseo de coches que se proyectó en el lado norte del parque, se habían plantado más de cien rosales trepadores y se había encargado una colección de plantas y árboles a una prestigiosa casa de Valencia. También se había iniciado la limpia de las palmeras que un año  antes se habían trasplantado a lo largo de todo el recinto.



El nuevo escenario que empezaba a vislumbrarse, llamado a ser el lugar de esparcimiento más importante de la ciudad en aquel tiempo, pudo haber llevado el nombre del ingeniero del puerto Francisco Javier Cervantes, tal y como lo llamaban de forma extraoficial durante las obras, pero en enero de 1916 el concejal señor Villegas pidió que “se denominara el Parque de Cervantes, hoy en construcción, con el nombre de Parque Alfonso XIII”, quedando aprobada dicha propuesta en la sesión municipal del uno de febrero. 



En los años veinte el Parque era el lugar de recreo preferido de los almerienses. En las tardes de verano, con el sol en retirada, bajo sus árboles se refugiaban las familias buscando sus sombras y el frescor de la brisa del mar, que entonces también formaba parte de aquel privilegiado escenario. 



En aquellos años el Parque de Alfonso XIII ofrecía varios ambientes, según la hora del día. Si por las tardes era un lugar de esparcimiento para las familias y escenario de los juegos infantiles, por las noches se transformaba en un refugio para las parejas de enamorados que se internaban entre la penumbra buscando los rincones más solitarios, allí donde solo llegaban los ojos de los fisgones.


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