Si cruzabas el badén de la calle de Granada entrabas de golpe en otra atmósfera donde los últimos vestigios de los bancales y los establos de la Molineta nos contaban la historia de un mundo en retirada. Cruzabas el badén y te encontrabas con esa Almería rural y antigua que sobrevivía mirando desde arriba el tránsito de la Carretera de Granada, donde a comienzos de los años sesenta todavía no habían llegado las colonias de viviendas que estaban a punto de cambiar radicalmente el paisaje.
La solemnidad y todo el sabor de ciudad antigua que se acumulaba en la calle de Granada se evaporaba cuando cruzabas el badén y entrabas en la Carretera de Granada. El badén separaba el centro de la ciudad de las afueras y bastaba con traspasarlo para tener la sensación de lejanía.
La calle se transformaba de pronto en carretera y a medida que ibas alejándote en dirección al cementerio más se acentuaba esa impresión de soledad. Ese segundo tramo de la Carretera de Granada estaba medio deshabitado entonces, salpicado por algunos negocios y por el edificio de la destilería de Mateos, que poco después se convertiría en el auténtico motor que dinamizó todos aquellos parajes, cuando la industria de las colonias se transformó en la Escuela Oficial de Maestría Industrial, allá por el año de 1961. Su puesta en marcha no solo significó un paso adelante en el engranaje educativo y laboral de Almería, sino que urbanísticamente marcó el inicio de la transformación de todos aquellos terrenos y su integración definitiva en el centro de la ciudad.
La nueva escuela ocupaba el solar del antiguo edificio donde estuvieron las destilerías de don Ángel Fernández Mateos, en el número 113 de la Carretera de Granada. En los años cincuenta el Ministerio de Educación compró el local para la instalación de la Escuela de Maestría, aunque como suele ocurrir en nuestra tierra, el proyecto tardaría cerca de diez años en hacerse realidad.
En septiembre de 1961 comenzó a funcionar este nuevo centro educativo donde los jóvenes almerienses podían escoger entre la rama de electricidad, del metal, de química y de la construcción en horario diurno y también nocturno para que aquellos que ya estuvieran trabajando pudieran estudiar de noche. En el primer curso de funcionamiento, más de trescientos alumnos se matricularon en Maestría.
Dos años después de la inauguración de la escuela se experimentó con la implantación del curso femenino de química, por primera vez en el territorio nacional. La señora doña Ángela María Vega Benedicto, delegada Provincial de la Sección Femenina, fue de las primeras en visitar las aulas de las niñas para comprobar que funcionaban bajo los parámetros morales que la época exigía. La idea inicial de las autoridades era formar un curso exclusivamente con mujeres, pero como el número de matriculaciones no fue suficiente, hubo que improvisar organizando clases mixtas donde se mezclaban los adolescentes de ambos sexos. La presencia de las jóvenes fue un gran acontecimiento en la escuela. Las niñas de Maestría revolucionaron la enseñanza y las formas de convivencia. Ellas fueron el primer aire auténtico de libertad que llegó a las aulas, ellas, con sus minifaldas y sus sueños renovados allanaron el camino hacia la igualdad.
Con la Escuela de Maestría funcionando a toda máquina la carretera no tardó en convertirse en una calle tan transitada como la propia calle de Granada. Todos los días, a primera hora, cientos de alumnos llegaban desde el centro, atravesando el badén, para llenar de vida joven aquel paraje otrora despoblado. Por no haber no existía ni un bar cercano donde los profesores y los alumnos de Maestría pudieran desayunar en el recreo. En los ratos de descanso solían cruzar la Carretera de Granada para visitar un patio vecinal donde una mujer se ganaba unos duros haciendo bocadillos para los alumnos del centro. Con el dinero que los jóvenes se ahorraban no cogiendo el autobús, se compraban el bocadillo y juntaban para comprarse tres o cuatro cigarrillos sueltos que luego compartían en el descampado que había junto al chalet de Fernando Roda Cassinello, en la cuesta de la Cruz de Caravaca.
Había comenzado un proceso de transformación que sería imparable y que como la mayoría de las revoluciones urbanísticas que se acometieron en la ciudad en aquellos años, nació huérfano de sentido común y del más mínimo argumento estético. Entre Maestría y el cruce con la Carretera de Ronda se fue levantando una nueva ciudad a base de pisos esperpénticos, cada uno de su padre y de su madre, que sirvieron para llenar de familias jóvenes y de vida desbocada el nuevo barrio, pero dejando un paisaje desolador por medio.
Las construcciones llegaron después a la Cruz de Caravaca y al cerro de la Molineta, donde en 1973 empezaron a funcionar dos grandes colegios que terminaron de cambiar todo el entorno de la Carretera de Granada.
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