Le tocaron vivir tiempos convulsos. El empresario Miguel Lozano no escogió una buena época para lanzarse a la aventura de una gran sala de cine en el casco histórico. Sus buenas intenciones chocaron de frente con los intereses de otros empresarios y sobre todo, contra el pulso de una nueva época que se llevaría por delante el viejo negocio del cine.
Todos pensábamos que las salas del centro iban a ser eternas porque formaban parte de nuestra vida y de la de nuestros padres. Creíamos que el cine era intocable, indestructible, pero no podíamos imaginar que un nuevo invento, el del vídeo, iba a suponer una revolución imparable que precipitó el cierre de casi todas las salas históricas.
En 1980, cuando los cines empezaban a flaquear, cuando en los días de diario se quedaban completamente vacíos y había que recurrir a inventos como el del ‘día del espectador’ o al tirón que supuso la llegada de las películas clasificadas ‘S’, el empresario Miguel Lozano sorprendió a la ciudad con un gran edificio con dos salas de cine que bautizó con el nombre de Centro Cinematográfico.
Para su nueva aventura escogió un rincón del casco histórico que se quedaba fuera del circuito de la mayoría de las salas de la ciudad, la Plaza del Monte, a los pies del Cerro de San Cristóbal. No parecía el mejor escenario para abrir un cine porque estaba muy cerca del Moderno y por su proximidad con un arrabal que en aquellos años de la Transición estaba considerado como conflictivo.
El 19 de marzo de 1980, festividad de San José, las dos salas del nuevo cine abrieron por primera vez sus puertas al público con las películas ‘Como humo se va’ y ‘La guerra de los mundos’. El Centro Cinematográfico inscribía su nombre en una larga lista de salas donde estaban: El cine Moderno, el Emperador, el Roma, el Imperial, Los Ángeles, el Monumental, el Gelu, el Liszt, el Cervantes, el Reyes Católicos, el Apolo, el Bahía y el cine discoteca Galaxia.
La mayoría de estas salas sobrevivían con las taquillas de los sábados y los domingos y pasaban bastantes apuros para poder mantener sus plantillas de taquilleros y acomodadores. La falta de ingresos obligó a los empresarios a alquilar sus locales para actos políticos. En el caso del Centro Cinematográfico, el mitin más importante que acogió fue el de Felipe González en noviembre de 1980.
Ese mismo año que abría sus puertas el cinematógrafo de la Plaza del Monte, el mismo empresario, Miguel Lozano Román, emprendió la aventura del Concordia, en la calle de Valero Rivera, junto a la Rambla. Lozano no era un recién llegado al negocio, tenía la experiencia que le habían dado los años como propietario del cine Los Ángeles, abierto en los años setenta y el Emperador, una sala que se puso en marcha en 1975 en el Centro Comercial Altamira.
El cine Concordia fue un conato de cine, una experiencia que no llegó a cuajar. A las pocas semanas de abrir probó fortuna con el reestreno de Emmanuelle, y no le fue del todo mal, convirtiéndose en una de las películas que más espectadores llevó a la sala. El empresario siguió intentándolo, y si una semana proyectaba una película erótica a la siguiente sorprendía con cine culto. Pero el cine de autor era para cuatro entendidos en aquel tiempo y con las recaudaciones que se hacían en taquilla no se alcanzaba ni para pagar el jornal del acomodador.
Miguel Lozano, en un último intento, trató de salvar el negocio solicitando que le fuera concedida la licencia para proyectar películas pornográficas. En la primavera de 1984, la dirección general de Cinematografía aprobó una sala X para Almería, pero el agraciado con la adjudicación fue el otro empresario cinematográfico de la ciudad, Juan Asensio, que acabó montándola en el cine Gelu.
Fueron tiempos complicados para la empresa Lozano. En mayo de 1984 un incendió destruyó medio Centro Cinematográfico y unos días después tuvo que cerrar el Concordia porque no era rentable. El incendio estuvo a punto de arrasar todo el edificio de la Plaza del Monte, que se salvó porque el mobiliario estaba fabricado con material ignífugo. El cine fue remodelado con tres salas que sobrevivieron hasta el año 2000.
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