Aquí no tuvimos un mayo del 68 como el de París, pero en aquellos años los almerienses vivieron sus pequeñas revoluciones que en algunos casos fueron de tanta importancia que pasaron a formar parte de la historia de la ciudad con letras mayúsculas.
Mientras que en Europa se hablaba de las consecuencias del mayo francés, en Almería festejábamos por todo lo alto que ya teníamos un hotel moderno de verdad para recibir a las numerosas estrellas del cine que por aquel tiempo frecuentaban nuestra ciudad para intervenir en los rodajes. El Gran Hotel se recibió como una bendición, en un año, el 68, glorioso para nuestra tierra porque nos trajo también la puesta en marcha del aeropuerto, que tanta falta nos hacía para seguir trayendo películas y sobre todo, para engancharnos a esa ruta del turismo de la que nos habíamos ido quedando rezagados por culpa de las deficientes comunicaciones.
Teníamos el barco de Melilla, teníamos el aeropuerto que en el mes de febrero había inaugurado Franco y teníamos un nuevo tren que nos iba a hacer más agradables los lentos viajes a Granada, que entonces era el principal destino de los almerienses por los muchos estudiantes que estaban haciendo su carrera en la ciudad de la Alhambra. En enero de 1969 empezó a funcionar esa mejora del servicio por ferrocarril con el moderno tren TAF, que para nosotros fue el automotor. La novedad no tuvo grandes consecuencias en el horario, ya que seguimos empleando casi cuatro horas para llegar, pero fue un paso adelante porque el automotor tenía asientos más cómodos, una cafetería con todos los adelantos y aire acondicionado para que los que iban a Granada dejaran de helarse en invierno y de pasar calor en verano.
Para completar el abanico de revoluciones, a finales de 1968 llegó la noticia de que Iberia estaba ultimando la puesta en marcha de un reactor DC-9 que iba a llevar el nombre de Almería. Unos meses después, en mayo de 1969, la ciudad se vistió de gala para recibir en el aeropuerto al avión ‘Ciudad de Almería’, que nos traía nuevos vientos de esperanza. Para celebrar un acontecimiento tan importante, todas las autoridades de la ciudad, incluyendo a las militares, se dieron cita en la tarde del viernes nueve de mayo en el aeropuerto. Al frente de las operaciones, como era habitual en aquella época, estaba la Iglesia, y en su representación, la figura del Obispo don Ángel Suquía, que fue el encargado de bendecir el aparato con unas gotas milagrosas de agua bendita. También se regó con vino del país. La esposa del alcalde, doña María de la Concepción Romero de Gómez Angulo, descorchó una botella de Rioja y la esparció en el costado del avión donde estaba grabado el escudo de Almería. Mientras se producía el bautizo, sonaban los compases del fandanguillo de Almería, que entonces era nuestro himno principal.
Mientras que los periódicos nos contaban las consecuencias del mayo del 68 francés, aquí vivíamos nuestra particular revolución, tratando de solucionar nuestros viejos problemas con las carreteras, con los trenes que seguían llegando tarde y con el turismo que no acababa de cuajar.
Qué nos iban a contar de revoluciones los franceses, a nosotros, que acabábamos de regar con vino un reactor con el nombre de Ciudad de Almería y de abrir al mundo nuestro aeropuerto. Su puesta en marcha puso de moda una broma que también fue revolucionaria, la de los gamberros de la época que aprovechando la novedad de las cabinas telefónicas se entretenían llamando a las paradas de taxis para solicitar un falso servicio al aeropuerto.
Qué nos iban a enseñar de revoluciones a nosotros, que estábamos estrenando el Gran Hotel, que vivíamos en el Hollywood de Europa, que habíamos visto los camellos de Lawrence de Arabia pisando nuestras calles y que teníamos a Henry Fonda y a Claudia Cardinalle dando vueltas en el coche de caballos de José María Torres con una legión de chiquillos corriendo detrás.
Mucho más revolucionario que los gritos callejeros que llegaban de Francia era nuestro tren automotor que hacía transbordo en Baeza, y aquellos Seat 850 que se pusieron de moda por el precio de 75.900 pesetas.
Qué más revolución que la batalla que manteníamos para que Almería fuera esa Costa del Sol que todos queríamos, una aspiración que impulsó al Gobernador civil a invitar a todos los ayuntamientos de la provincia para que procuraran que sus municipios ofrecieran un aspecto alegre, limpio y cuidado, que fuera del agrado de todo el que nos visitara.
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