Parece mentira lo que Almería esconde

Voces autorizadas alertan de crecientes movimientos que nos deben mantener vigilantes

Un agente inspecciona un cultivo ilegal de marihuana en la provincia de Almería
Un agente inspecciona un cultivo ilegal de marihuana en la provincia de Almería La Voz
Manuel Sánchez Villanueva
19:32 • 12 dic. 2022

Por motivos que ahora no vienen al caso, mis estudios de bachillerato fueron bastante poco convencionales. De hecho, en los cuatro cursos que entonces duraban el BUP y COU, fui alumno de cuatro centros educativos distintos en tres ciudades diferentes repartidas entre Andalucía, Cataluña y Asturias, lo cual, si por una parte hizo que al terminar ese ciclo formativo tuviera una caraja de proporciones monumentales, por otra parte, me obligó a adaptarme a entornos educativos y sociales muy diferentes.



De todos ellos, del que sin duda alguna guardo un mejor recuerdo es de mi breve estancia en el Instituto Alfonso II de Oviedo. De hecho, si alguna vez tuviera que decir en qué época de mi vida he estado cerca de la felicidad, sin duda alguna señalaría mi etapa en el Alfonso.



No fue tanto por el nivel del centro, que con ser muy bueno los propios profesores asturianos se reconocían por debajo del Menéndez y Pelayo de Barcelona, sino básicamente por la gente que tuve el privilegio de conocer allí y de cuya amistad todavía me honro. Gracias a su saludable influencia, pude canalizar la empanada mental que llevaba de serie desde Almería en forma de vagas inquietudes culturales, que terminaron cristalizando en una afición a la literatura que posteriormente se consolidó en el entorno cultural que propiciaba la Alianza Francesa, cuyo exponente más notable es una conocida escritora y periodista asturiana de esa generación.



De aquel grupo de amigos cuyo vínculo todavía mantenemos, hay dos que durante todo este tiempo han tenido una relación muy directa con Almería. Uno es el fotógrafo y fotoperiodista Paco Paredes (más conocido para muchos por su apodo a medio camino entre el bable y el posmodernismo de Yargü), y el otro es el periodista y escritor Juanjo Barral, en cuya obra poética ha influido mucho nuestra tierra, concretamente sus estancias en el Cabo de Gata.



Últimamente he pensado mucho en el trabajo de Juanjo en relación con Almería. Pero no tanto con la parte poética, sino más concretamente en su segunda novela, publicada hace ya muchos años, poco después de sus experiencias como periodista en alguna isla canaria. En ella, el entonces joven escritor asturiano se adelantaba en muchas décadas a todo un género posterior, denunciando cómo, si la economía sumergida crece hasta cierto nivel en una determinada zona periférica, termina pervirtiendo el orden social, hasta el punto de que en un cierto momento llega a hacer que las reglas del Estado de derecho no se apliquen, convirtiendo su zona de influencia en algo así como un territorio sin ley.  El mérito de la novela de Barral es que se publicó cuando Saviano todavía iba a primaria en Nápoles, Juan Antonio Roca daba saltos de mata por Cartagena y novelas como Crematorio ni siquiera existían como esbozo en la mente de su autor.



Desde que leí la noticia aparecida en la prensa local de que estadísticamente Almería es la provincia más pobre de España, no se me va de la cabeza la novela de Barral.  A falta de que los excelentes analistas económicos que monitorizan nuestra economía nos amplíen información, ya han sido varios los articulistas que han dado voz a lo que cualquier almeriense que tenga ojos en la cara no pude dejar de notar, concretamente que los signos externos no casan ni de lejos con lo que nos dicen las estadísticas, al menos tal y como nos han llegado.



No tengo la más remota idea de si se trata de un efecto estadístico, ni de si como apuntan algunas conocidas plumas almerienses, se debe a las peculiaridades de nuestro tejido productivo o incluso de nuestra estructura poblacional. No lo pongo en duda. Pero como dice el refrán, de los escarmentados nacen los avisados y de mi experiencia personal tanto en la Costa del Sol como en Melilla, aprendí que cuando los números no cuadran no es buena idea mirar hacia otro lado.



Tenemos la suerte de que hoy en día disfrutamos de un periodismo almeriense de un alto nivel profesional.  Por ese motivo, y sin entrar en el alarmismo, por parte de quien corresponda se debería prestar atención a las denuncias que hacen continuamente jóvenes profesionales de la información, en el sentido de que hay crecientes movimientos extraños en nuestro entorno que nos deben mantener vigilantes.  Un solo signo de aviso quizás no sea preocupante. Pero si los indicios se suceden y no se hace nada, entonces estaríamos hablando de negligencia.


Los más viejos del lugar todavía recordamos cuando la gente del Torre del Greco se paseaba por nuestras calles mostrando un altisimo e inexplicable nivel de vida que se atribuía a un “inocente” (decían algunos) contrabando de productos marinos al que ni las autoridades ni la opinión pública le prestaron atención, para al poco desembocar en una época negra de nuestra historia reciente que algunos todavía no podemos recordar sin sentir un escalofrío.


Voces muy autorizadas me dicen que hoy en día no existe riesgo alguno de que esto vuelva a ocurrir en Almería, especialmente por el alto nivel de las fuerzas de seguridad y otras administraciones, por lo que estamos hablando de otra cosa.  De corazón digo que no me cabe la menor duda de que es así. Pero tampoco me olvido del premonitorio título de la novela de denuncia de mi amigo Juanjo Barral, Parece mentira.


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