Un artículo en LA VOZ de abril de 1974 hablaba de los invasores, de los platillos volantes que con descaro estaban surcando nuestros cielos y que un día los veían en León y otro por Cabo de Gata. Quizá había llegado el día del gran desembarco, de que en mitad de la playa del Zapillo o en medio del ruedo de la Plaza de Toros, en vez de un turista en bañador o de un torero dando pases aparecieran los vecinos de algún planeta cercano, dispuestos a conquistarnos.
Vivíamos en una ilusión colectiva, escuchando programas de radio y oyendo historias que aseguraban que había vida en otros planetas. Hasta el abogado Fausto Romero vio ovnis desde la ventana de su casa, en la cumbre del edificio más alto del Parque, y los retrató en una fotografía.
No teníamos bastante con lo que pasaba en el suelo que pisábamos para que también estuviéramos buscando marcianos por el cielo o convocando a los espíritus en una mesa de camilla a la luz de una vela. Eran los años setenta, un tiempo de tantas revoluciones que ni a los muertos ni a los extraterrestres los dejábamos descansar en paz.
Los que vivimos con intensidad aquella época sabemos el atractivo que tenían para los jóvenes los platillos volantes, la posibilidad de que no estuviéramos solos en el universo y que un día, más temprano que tarde, se presentaran los extraterrestres para recordarnos lo atrasados que vivíamos en la tierra. Los niños que estábamos entre el colegio y el instituto, jugábamos a fantasear con que tal vez una mañana se presentaran un par de marcianos antes de la clase de matemáticas y con un estornudo pulverizaran la pizarra y nos dijeran muy serios: “Venga, a la calle, que se ha terminado el curso”. Teníamos metidos en la cabeza aquellos programas nocturnos de la Cadena Ser donde la voz grave y misteriosa de Antonio José Alés nos contaba historias del más allá que muchos llegaron a creer como si las estuvieran viendo delante de sus ojos. Qué tiempos aquellos: las calles tomadas por la agitación social que anunciaba una nueva era y los cielos llenos de ovnis.
Nos quedábamos de madrugada delante de la radio, cuando terminaba el programa de José María García, esperando con la boca abierta a que nos dieran las consignas para poder ver nosotros también uno de aquellos sugerentes platillos voladores que los oyentes contaban que veían por todos las ciudades y los pueblos de España.
Se llegaron a organizar veladas nocturnas bajo el lema ‘alerta ovni’, lo que aprovechábamos los adolescentes de entonces para salir de nuestras casas de madrugada, un acontecimiento que solo nos estaba permitido en Feria. Llenábamos los terrados de los edificios más altos para mirar al cielo y esperar el milagro de una luz reveladora que cruzara entre las estrellas para anunciarnos la llegada de esos nuevos mesías con forma de robot que estaban a punto de invadir la Tierra.
En Almería se desataron las pasiones con los fenómenos paranormales y en medio de tanta fiebre todos conocíamos a algún amigo que aseguraba, jurándolo por lo que más quería, que había visto un ovni en una noche sin sueño. Había tanto interés en el tema que un prestigioso espiritista de talla mundial, Fabio Zerpa, director de la revista ‘Cuarta dimensión’, vino a Almería a dar una conferencia.
Llegamos a tener en Almería hasta una sociedad juvenil, con el nombre de grupo ‘Avance’, que se dedicaba a promover la creencia en los seres del más allá, especialmente los extraterrestres. Su secretario general, José Manuel Osorio, aseguraba a todos sus seguidores que una noche de verano divisó con absoluta claridad tres platillos volantes que surcaban el cielo de la playa de Aguadulce en dirección a Sierra Alhamilla.
Todos llegamos a ver algún objeto volador no identificado de tanto mirar el cielo y todos conocíamos a algún amigo del barrio que en una madrugada de cigarrillos de liar y botellas de cerveza juraba y perjuraba que dos marcianos habían volado por encima de las murallas de la Alcazaba.
Queríamos creer en el más allá, en los marcianos y también en los espíritus de los que ya no estaban entre nosotros. Si buscar ovnis fue una moda, hacer espiritismo fue una necesidad.
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