Había quién se preguntaba cómo sería aquella primera Navidad sin el Caudillo, unas fiestas que llegaban un mes después de la muerte de Franco. Dos años antes, en diciembre de 1973, nos habían dejado sin fiestas oficiales de invierno por el atentado que le costó la vida al presidente del Gobierno, Carrero Blanco. Nos quedamos sin nuestras particulares fiestas de invierno y nos colocaron un luto institucional que se prolongó hasta 1975, cuando murió Franco.
La primera Navidad sin la figura del dictador fue tan sencilla y tan recogida como eran entonces todas nuestras navidades. El humilde alumbrado de las calles más comerciales, los clásicos villancicos que sonaban por la tarde en el Paseo, el ajetreo de los aledaños del Mercado Central a media mañana, los pavos rellenos que lucían en las vidrieras de los restaurantes, la ilusión infantil que se daba cita delante de los escaparates de las tiendas de juguetes.
Aquel año fue muy celebrado el buffet navideño que preparó el restaurante del Rincón de Juan Pedro, donde además del clásico pavo trufado dio a conocer a los almerienses otros platos mucho más exóticos como el faisán al gran cheff y la cabeza de jabalí rellena.
La Navidad no se hacía eterna y pesada como ocurre ahora que la tenemos con nosotros durante dos meses. La Navidad de 1975, como siempre, empezaba el primer domingo antes del sorteo de la lotería, cuando los cines más importantes nos traían a sus carteleras los estrenos que habían sido un éxito en Madrid. El domingo 21 de diciembre de 1975, mientras miles de reclutas juraban bandera en el campamento de Viator, los almerienses hacíamos colas delante de las taquillas del cine Roma y del Reyes Católicos para ver ‘Terremoto’ y ‘Tiburón’, dos películas que nos dejaron impactados, sobre todo la aquel gigante marino que se tragaba todo lo que se le ponía por delante. Al siguiente verano, cuando volvimos a la playa, muchos no pasábamos de la orilla temiendo que apareciera por la boya del Club Náutico el terrible tiburón de la película.
Novedades hubo pocas, la más llamativa fue que aquella Navidad del 75 fue la primera en la que al gremio de panaderos se le concedió amnistía durante dos noches y por primera vez en la historia no tuvieron que trabajar ni en Nochebuena ni en Nochevieja, por lo que el resto tuvimos que empezar a acostumbrarnos a que en Navidad y Año Nuevo, además de las sobras de las cenas, nos comiéramos también el pan duro.
Uno de los festejos inesperados de aquella Navidad fue la presencia en el dique de Levante de nuestro puerto del buque de desembarco de la Marina de Guerra norteamericana ‘Farifax Conty’. Llegó el 23 de diciembre y se pasó las fiestas con nosotros. Los bares se llenaron de marineros de dos metros de altura y los niños no parábamos de dar viajes al puerto para llevar a nuestros invitados a conocer los principales monumentos que para aquellos jóvenes militares con ganas de guerra no pasaban ni por la Alcazaba ni por la Catedral, sino por las discotecas de moda y para algunos, por las cafeterías de luces rojas que se pusieron las botas en aquellas fechas tan señaladas.
Los marines americanos nos trajeron el premio que nos había negado la lotería. El sorteo de Navidad fue poco generoso con esta tierra y solo celebramos el premio de 750.000 pesetas que quedó muy repartido entre los clientes del bar La Reina, en la esquina con la calle de la Almedina.
Con la muerte de Franco tuvimos la impresión de que cerrábamos una etapa de la historia escrita en blanco y negro y empezaba la del color, al menos eso es lo que creíamos cuando en el escaparate de Bazar Almería, en el corazón del Paseo, aparecieron aquellos hermosos televisores de la marca Telefunken que con bombo y platillo nos traían su moderno sistema ‘Pal color’, que como no sabíamos lo que quería decir ese nombre, nos parecía algo extraordinario, fuera de serie.
Aquella Navidad, los más pudientes pudieron permitirse el lujo de tirar la vieja televisión y colocar en el centro del salón al nuevo rey de la casa: el aparato en color.
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