El rescate de la muralla de San Cristóbal

Las obras de recuperación incluyen el castillo y un barrio históricamente abandonado

Estado de la muralla y una de las torres del cerro de San Cristóbal a finales de los años 50, cuando estaba en ruinas.
Estado de la muralla y una de las torres del cerro de San Cristóbal a finales de los años 50, cuando estaba en ruinas.
Eduardo de Vicente
09:00 • 20 ene. 2023

Cuenta la prensa que han llegado o están a punto de hacerlo las obras que van a recuperar de una vez por todas las maltrechas murallas del Cerro de San Cristóbal, murallas que da pena verlas, murallas vencidas más que por el tiempo por el abandono, deterioradas como si un terremoto acabara de pasar por ellas. 



La decadencia de estos viejos muros de piedra es la decadencia de todo el cerro, del barrio que lo pobló y lo sigue poblando, del triste destino de un rincón privilegiado que la ciudad ha desaprovechado por los siglos de los siglos. Hace décadas, cuando subía el vía crucis del Cristo del Perdón al cerro y cuando los niños íbamos en peregrinación con nuestras madres para que cumplieran con las promesas al Corazón de Jesús, las murallas ya presentaban una miseria similar a la de las casas del barrio, componiendo entre unas y otras, un paisaje desolador que hablaba de la pobreza y de la dejadez de esta querida ciudad.



La muralla, que baja desde la Alcazaba siguiendo el desnivel del barranco de la Hoya y trepa por las inclinadas rocas del cerro de San Cristóbal hasta coronarlo, nunca fue entendida como una parte importante de nuestro patrimonio. La vieja muralla del cerro y sus torreones se quedaron al margen de la ciudad, exiliados como una ruina molesta, esperando una rehabilitación ejemplar que nunca llegó. De niños subíamos allí atravesando los laberintos del barrio de San Cristóbal sabiendo que arriba podíamos ser libres de verdad, como si en vez de trescientos metros nos hubiéramos alejado varios kilómetros de la ciudad y de la civilización. Ese abandono convirtió la muralla y sus torres en un refugio para las pandillas infantiles y a veces en la morada de pobres y vagabundos. 



El deterioro es una cuestión de siglos. Ya en 1907, la prensa lo destacaba en letras mayúsculas. En abril de ese año el periódico ‘El Radical’ editó un especial escrito en español y en francés, dedicado a los excursionistas del barco ‘Ile de France’ que habían llegado al puerto para pasar un día en la ciudad. En uno de sus artículos escrito en dos idiomas, se refería a la Alcazaba y a la muralla de Jayrán en los siguientes términos: “Los señores turistas que quieran conservar una impresión agradable de su visita a Almería deben visitar la Alcazaba y ascender al castillo de San Cristóbal, no por las ruinas de la primera, en la que apenas queda nada que admirar, ni por el segundo, convertido hoy en ermita y que nada tiene de interesante sino por el panorama que desde ambos sitios se alcanza”. Con esta presentación es fácil imaginar la impresión que los turistas franceses se llevaron de Almería. 



Casi treinta años después, hubo una campaña para recuperar estos monumentos y poder integrarlos en la vida de la ciudad.  En el invierno de 1930, una serie de artículos en la prensa exigían a las autoridades que adecentaran el lienzo de muralla del cerro de San Cristóbal, que ofrecía un aspecto lamentable por el deterioro que presentaba el monumento y por la aparición de varias  chabolas de madera adosadas a sus muros.  



Aquellos torreones sirvieron de refugio a mendigos y a gentes sin casa que acudieron al abrigo de la muralla para levantar sus chozas en cualquier rincón y de cualquier manera. Subir a la muralla era como salirse de la ciudad para ser espectador de ella. Ningún lugar tuvo mejores vistas, no existió nunca otra atalaya donde se pudieran dominar mejor todos los puntos cardinales de Almería, que desde lo alto de aquel lienzo de piedra desalmado.  Pero sus torreones medio derruidos, con sus almenas gastadas por la batalla del tiempo, fueron más guarida de niños y cobijo de pobres que lugar de visita para turistas y curiosos.



En 1932, el periódico ‘La Crónica Meridional’, denunciaba los daños continuos que sufrían los viejos muros por culpa de las cruzadas que a diario organizaban los niños de los arrabales, que jugaban a asaltar el castillo a pedradas. 



Las escaramuzas entre grupos de muchachos eran frecuentes y a veces terminaban con varios heridos, lo que provocó las denuncias de los afectados y la intervención del Gobernador civil, el señor Alas Argüelles, que le exigió al entonces alcalde en funciones de Almería, Santisteban Rueda, que tomara medidas para “acabar con los actos de vandalismo que tienen atemorizadas a las familias honradas del barrio y a los peregrinos que suben a rendir cuentas ante el Corazón de Jesús”.


En los años de la posguerra el cerro se revalorizó con la consagración de la ciudad al Cristo, con la procesión del Señor de la Pobreza y con la celebración de pruebas deportivas como carreras de bicicletas y motociclistas. En 1960 se realizaron importantes trabajos para recuperar los muros que estaban a punto de caerse y de paso se reconstruyó uno de los torreones que bajaban por la muralla de la Hoya. La inversión no sirvió para que las murallas y el barrio consiguieran integrarse en la ciudad.



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