La integración del amigo magrebí

Imagen de archivo de Europa Press.
Imagen de archivo de Europa Press.
Manuel Sánchez Villanueva
12:42 • 15 feb. 2023

Ante mi absoluta incapacidad para alcanzar un nivel de competencia básico en la lengua de Molière, mis voluntariosos padres decidieron enviarme a pasar una larga estancia en una colonia de vacaciones situada en el departamento francés del Alto Garona.



Fue así como, en el paso de la adolescencia a la juventud, me zambullí en lo que ahora llamaríamos una inmersión lingüística, en una zona de alta montaña donde únicamente había gente de habla francesa, con la excepción de dos chicas españolas algo menores que yo. A pesar de que mis habilidades comunicativas iban poco más allá del “être” y “avoir”, con la ayuda del inglés me conseguí desenvolver más o menos bien, hasta que una mañana vino uno de los compañeros con los que me comunicaba en inglés a avisarme de un malentendido serio en uno de los barracones entre las chicas españolas y un grupo de jóvenes originarios de un reino vecino.



Aunque yo siempre he hecho gala del diálogo en la resolución de conflictos, hasta el punto de que algunos me tachan de pusilánime, hoy en día todavía no puedo explicar lo que me ocurrió en aquella ocasión, pero lo cierto es que salí en estampida y, emulando al caballero leonés Alvar Fáñez del Poema de Almería, me encomendé al apóstol Santiago para meterme en tromba en plena boca del lobo. Seguramente habría salido mal parado del lance, si en la colonia no hubieran estado un grupo de juveniles del equipo de rugby del Stade Toulousain uno de cuyos segunda línea había acampado junto al Torreón de Cabo de Gata por lo que empatizó conmigo llevando a un fornido grupo de delanteros que me sirvieron de guardia pretoriana hasta la oportuna llegada de los monitores que resolvieron la cuestión con solvencia.



Desde aquella aventura, profundicé en mi relación con el chico que había venido a avisarme hasta trazar una buena amistad. Era un muchacho francés por los cuatro costados, nacido en París, hizo de un policía y que se sentía más galo que Asterix. Su problema era que su madre era argelina y físicamente había heredado todos los rasgos de su familia materna. Puedo dar fe que para todo el entorno él era magrebí a pesar de que nunca en su vida hubiera visitado África. En mis conversaciones con él aprendí los problemas de integración de la población inmigrante, que existían ya en la Francia de la década de los ochenta del pasado siglo gracias a que me describió profusamente poblaciones como los banlieu que rodean París donde el robusto estado republicano francés ya entonces era prácticamente inexistente.



Cada vez que en los últimos años he visto problemas relacionados con la integración de la población inmigrante de segunda o tercera generación en un país europeo, me viene a la memoria mis conversación con mi amigo en el Alto Garona. Pero, en los últimos años, mis reflexiones ya no se ubican de forma global en Europa, sino que se focalizan directamente en esta Almería de nuestros amores.



Creo que a ningún almeriense se nos escapa que, tras Ceuta y Melilla, nuestra provincia es candidata al podio de zonas españolas con un mayor nivel de población culturalmente no hispana, lo cual plantea retos de gestión no solo en este momento, sino también para el futuro cuando nos encontraremos con un importante porcentaje de almerienses que, aunque tengan la nacionalidad española, en partidos de fútbol internacionales no apoyarán a La Roja, mostrando bien a las claras que la integración no se ha conseguido.



En mi modesta opinión, tampoco debemos de perder de vista que, no solo es que tengamos la obligación de ofrecer condiciones dignas a cualquier habitante de nuestra tierra cualquiera que sea su lugar de nacimiento o sus simpatías nacionales, sino que egoístamente hoy son imprescindibles para que nuestra economía funcione. Y si como se denuncia tenemos instaladas mafias o similares que entorpecen esta correcta gestión, para ello están nuestros poderes públicos para afrontar este problema al mismo nivel que cualquier otro que impida una correcta convivencia democrática.



Dicho lo cual, no quiero dejar de reseñar que, a pesar de todas las dificultades aparentes, en Almería tenemos un punto de partida francamente positivo. El último mundial de fútbol ha demostrado que, si bien claramente la integración de la población inmigrante en la sociedad almeriense está lejos de conseguirse, al menos la convivencia es razonablemente pacifica, lo cual no pueden decir muchas otras zonas europeas aparentemente más avanzadas que nuestra humilde esquina peninsular. Esto me lleva a pensar que, aunque seguramente la integración es una quimera, quizás tenemos margen para avanzar en la convivencia intercultural. Para ello, sería conveniente que todos nos abstuviéramos de adoptar posturas maximalistas dejando hablar a los agentes sociales que llevan mucho tiempo trabajando las diferentes esferas del asunto, reforzando el dialogo promovido por algunas iniciativas que dificultosamente intentan abrirse paso.


Aspiro a, si alguna vez vuelvo a quedar con mi amigo magrebí en París, poder presumir de que en los barrios que rodean Almería los empleados públicos se mueven como por la Plaza de la Catedral.


Temas relacionados

para ti

en destaque