Sigue ahí ese toro negro zaíno mirándonos desde su atalaya cada vez que, rara vez ya, transitamos por el viejo puente de Rioja, que es como hacer arqueología del recuerdo; sigue ahí ese morlaco de acero galvanizado que pesa 50.000 kilos, que nunca fue toreado y que fue indultado en 2009, cuando unos años antes el ministro Borrell a punto estuvo de echarlo abajo. Es un toro de origen jerezano, pero almeriense de adopción: al fin y al cabo, con nosotros acaba de cumplir medio siglo de vida, entre cuajados naranjales, con el cortijo de San Miguel como horizonte.
Es el toro de Rioja o de Benahadux -tanto monta- aunque es a éste último término municipal al que pertenece. Aún impresiona verlo aparecer en el horizonte, otearlo desde lejos como un extraterrestre, con sus 13 metros de altura, anclado a 70 chapas. Sigue ahí el bicho, perenne, en invierno o en verano, bajo el sol o bajo la luna; sigue ahí, en la ladera, bajo una alfombra rambliza salpicada de retamas, con sus cuernos mirando a Sierra Alhamilla, con sus inmensas criadillas postizas: los atributos originales del ingenio se los castraron en 1987 unos graciosos y los actuales fueron reinjertados.
La historia del toro almeriense de Osborne surge a principios de 1973 cuando el empresario José Antonio Osborne y su ayudante, José Luis Gómez Bermúdez, llegaron a Almería buscando localizaciones para instalar su célebre cornúpeta que ya era entonces un reconocido reclamo publicitario de los coñacs de Jerez. Eligieron esa loma, puerta de entrada desde el Levante a la capital, a través de ese puente de Rioja en el que los conductores se tenían que detener al tener solo una vía (un puente más propio de la Edad Media) y poder leer las letras en el vientre del gigantesco astado: “Brandy Veterano, Osrborne”. Así que negociaron con los propietarios del montículo, la familia Morcillo, y acordaron pagarle una renta por su instalación que se llevó a cabo, con docenas de operarios, al año siguiente, 1974, a través de planchas metálicas que llegaron en barco y que provenían de los talleres de los Hermanos Tejada, en el Puerto de Santa María.
La cronología de este icono propagandístico del tardofranquismo, en el que se trataba de vincular la hombría de los consumidores de coñac con el animal viril por antonomasia, arranca en 1957, cuando las bodegas Osborne encargan a la agencia Azor una imagen corporativa para anunciar su brandy Veterano. Es el creativo Manuel Prieto el que asume el reto y concibe esta figura que tan celebre se haría con el paso de los años: la bestia ibérica por excelencia, la silueta que se hizo inconfundible en las carreteras de toda aquella España sembrada de Seillas y Gordinis. Hubo más de 500 diseminados por pequeñas cimas de todo el país, desde el primero que se colocó en la carretera Madrid-Burgos. Al cabo del tiempo, nuevas normativas que prohibían la publicidad cerca de las carreteras para evitar distracciones a los conductores, amenazaron su supervivencia, por lo que el grupo Osborne eliminó la rotulación de la marca Veterano en el abdomen de la talla dejando al toro de Benahadux con una silueta completamente negra.
Años más tarde, en 1994, el Reglamento General de Carreteras volvió a intentar acabar con esta reliquia, pero en Almería se desató una campaña ciudadana desde distintos ámbitos pidiendo su salvación al entonces ministro de Obras Públicas y Transportes, José Borrell. El Supremo dictó sentencia en 1997 a favor de su conservación y gracias a ello aún se mantienen por toda España 90 ejemplares como una rémora publicitaria que ha transcendido su valor propagandístico para convertirse en un referente identificador del país, más allá de las polémicas entre defensores y detractores de las corridas.
A partir de 2002, se quedó más solitario el morlaco cuando se inauguró ese tramo de la A-92 y Almería empezó a decirle adiós a la leyenda negra del puente de Rioja, de nueve ojos, en la N-340, esa obra de ingeniería que databa de 1877, que tanto había contribuido al desarrollo de los pueblos del Andarax, pero que tan antediluviano parecía ya con los nuevos tiempos.
El toro almeriense fue incluido en 2009 en el Catálogo de Patrimonio Histórico de Andalucía y en 2011 fue declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento, junto a otros 17 en toda la región, como potente totem identificador de Andalucía, transcendiendo a su propia marca, convirtiéndose, a su manera, en lo mismo que la lata de tomate Campbell pintada por Andy Wahol a la que terminó dando una transcendencia planetaria.
Hoy el toro sigue ahí, como centinela en su cima, sin tanto tránsito de vehículos, envuelto en el silencio y el aroma del azahar, como el toro de Bigas Luna en ‘Jamón, jamón’; sigue ahí, intocable ya, preservado como si fuera una Iglesia mudéjar, con un escudo protector de 27 hectáreas alrededor que lo hacen inviolable.
Los terrenos donde pasta el morlaco siguen siendo de la familia Morcillo, y la Casa Osborne, hoy en manos de Ignacio Osborne en sexta generación, siguen teniendo los derechos de imagen, pero el toro, el gigante zaino, es patrimonio de todos los que lo recordamos con asombro infantil desde que éramos niños, cuando pasábamos por su lado en el autobús de línea o en un Simca 1000 camino de Almería para comprar ropa en Marín Rosa o ir a la consulta del especialista.
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