Almería es una tierra plagada de historia. Dicen que donde toques, encuentras vestigios de lo que un día fuimos. Y esto no es que lo diga yo, lo dicen los que saben, los que se ‘patean’ los montes, los campos y el litoral para tratar de localizar y preservar nuestro pasado, la Unidad de Policía Nacional Adscrita a Andalucía. Los agentes que componen esta unidad, menos de los que necesitaría una provincia como la nuestra, tienen muchas misiones de relevancia que van desde los traslados de menores, velar porque el urbanismo se ajuste a la legislación, o los dos puntos fuertes en Almería: cuidar el patrimonio histórico y dedicar la mitad del año a protegernos de los incendios forestales.
Para los amantes de la historia -entre los que tengo que incluirme- hablar con los agentes supone un plus de conocimiento de la realidad patrimonial con la que cuenta la provincia y que es absolutamente desconocida. La Unidad de Policía Autonómica de Almería es una de las más especializadas en este cuidado del patrimonio, y lo es por una devoción que les ha llevado a formarse más allá de las fronteras del cuerpo. Los más activos en esta materia son José Freniche, subinspector de la unidad, uno de los pioneros en velar por el cuidado de los yacimientos arqueológicos en la provincia, un trabajo que siempre ha ido de la mano de particulares y colectivos; y Emilio González, un policía con alma de arqueólogo que para profundizar en su formación decidió estudiar historia.
Con estas mimbres, y de la mano de estos dos agentes, nos subimos en el coche de la ‘policía del patrimonio’ para recorrer algunos puntos de la provincia donde ya han localizado yacimientos o de los que han recibido alguna información y que todavía no se conocen. “Vamos a recorrer sitios que aún no están catalogados. De hecho, acudimos a levantar acta de su existencia para redactar el informe pertinente que se envía a la Delegación de Cultura de la Junta, que tendrá que enviar un arqueólogo que ratifique el hallazgo, y también se le manda uno al Ayuntamiento del municipio en cuestión para que vele por lo que se ha encontrado”, me explica Freniche.
Formas de conocimiento
Pregunto sobre las formas en las que se descubren este tipo de yacimientos y me explica Emilio González que “hay diferentes vías. A veces hay gente que pasa por la zona y te comenta que ha visto algo que podría tener restos arqueológicos. Otras estás vigilando y los ves. Es cierto que antes los pastores eran una fuente fantástica, lo recorrían todo, pero ahora casi no hay”.
Vamos de camino a un punto entre Tabernas y Castro de Filabres. “En una de las salidas vimos unos restos que nos parecieron una villa romana. Con sus muros, cerámicas y todo sin tocar, afortunadamente. Allí vamos para realizar ya el informe con el que se pone en conocimiento de Cultura”, me explica González. Como es lógico, solo me piden una cosa, no dar una ubicación. El yacimiento ha sobrevivido durante siglos sin expolio y no sería prudente dejarlo al alcance de aquellos que lo único que quieren del patrimonio es traficar con él.
Llegamos y aparcamos el coche. Estamos en una especie de rambla en la que solamente se oye el sonido de los pájaros y corre el aire fresco -cosa que agradezco enormemente-. Tan solo unos metros más allá me muestran una especie de piedra o ladrillo rojizo. Paramos y me explican que “eso es una señal de un enterramiento que parece romano”. Seguimos un poco, llegamos al espacio previsto. Allí, ante mí, se encontraba una construcción de varios muros conformando dos rectángulos en dos alturas. Algunos de ellos conservaban un importante tamaño. Para una aficionada como yo poco le decían esas piedras, hasta que Emilio González se agacha, coge un trozo de cerámica y me explica que esa será la que nos date el yacimiento, será “el fósil guía”. A partir de ahí empezamos a encontrar retales de cerámica de ‘terra sigillata’ y me cuenta que las diferencias de colores (más oscuros o más claros) o de forma de realización (más manual y tosca, o con tornos manuales) marcan las fechas. Todo apunta a que estamos ante un yacimiento tardorromano, pero eso sí, me deja claro que todo esto tiene que ratificarlo un especialista, estas son solo las primeras impresiones.
Por el suelo vamos viendo multitud de restos de cerámicas, algunos bastante grandes. Aparecen, por ejemplo, restos de ánforas para guardar el grano, siendo el más claro un trozo de gran tamaño del culo de una de esas vasijas. “La forma de las asas, de los bordes, todo ayuda a datar lo que se encuentra”.
Es entonces cuando nos llama Freniche que en su búsqueda encuentra otro elemento importante, restos de fundición. Se trata de la escoria sobrante tras haber realizado sus utensilios y herramientas tanto para la vida doméstica como para su actividad en el campo. Y es que por la ubicación, cerca del agua y el monte, así como por la distribución de la construcción, todo apunta a que se podría tratar de una vivienda de personas que vivían de la agricultura y la ganadería.
La casualidad
Con las imágenes tomadas, la inspección visual realizada, coordenadas localizadas y todo listo para iniciar la redacción del informe al volver a la ‘oficina’, regresamos sobre nuestros pasos camino del coche. En el recorrido la casualidad -que aseguran los agentes que funciona muchas veces como guía de estas expediciones- encontramos un muro construido en mitad de esa especie de rambla por la que caminamos. Se trata de una construcción hecha con sillares de piedra perfectos, de cantería manual. Tras la primera inspección Emilio nos llama desde una zona varios pasos delante. “Aquí tenían su cantera” dice mientras señala una gran lasca de piedra en la que todavía se puede ver, a pesar del paso del tiempo y la erosión, los restos del pico.
Nuevas fotos, se apunta con detalle lo descubierto y volvemos a la marcha. Las salidas de campo se realizan menos veces de las que les gustaría, los recursos son los que son y hay que llegar a todo, y por eso hay una agenda apretada, cosa que agradezco por eso de sentirme una pequeña Indiana Jones por un día viendo multitud de espacios.
Cuando creíamos que todo estaba listo, de nuevo la sorpresa se cruza en el camino. En un montículo Freniche localiza una estructura hecha con piedras, en círculo y semiderruida. De primeras no descifran lo que puede ser así que se hacen fotos por si acaso y seguimos inspeccionando la zona camino del coche, y justo antes de llegar, aparece un estructura similar pero en muy buen estado. Ambos agentes hablan sobre lo que puede ser y todo apunta a que se trata de “una lumbrera”. Mi cara les deja claro que no entiendo de lo que hablan y me señalan una gran piedra que en la estructura hace las veces de tapadera. “¿Ves ese pequeño agujero? Esto está hueco, parece un pozo pero en realidad es una entrada para poder entrar a limpiar las conducciones de agua subterránea que recorren la zona cuando se taponan. Esto comienza a utilizarse con los árabes para poder llevar agua hasta donde la necesitaban hacían conducciones de subterráneas que buscan el nivel freático. La conducción recorre toda esta zona y tanto esta estructura como la anterior que vimos son esos huecos por los que bajaban para mantenerlas limpias. Seguramente si seguimos todo el trazado, aparezcan algunos restos más”, explica González.
Con todo documentado y a la espera de que los especialistas de la Delegación de Cultura acudan a la zona para ratificar todo lo visto, nos subimos al coche con una posible villa romana, una especie de cantera y varias lumbreras musulmanas en la mochila. Y eso en un pequeño trocito de tierra. Seguimos viaje. Pero el resto queda para una próxima entrega.
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