El hotel que fue refugio en la guerra

El sótano del Hotel Inglés, donde cayó un obús en 1937, fue utilizado como refugio

El edificio del Hotel Inglés ocupaba dos plantas en una manzana estratégica que daba al Paseo, a la calle de Aguilar de Campóo y al Mercado Central.
El edificio del Hotel Inglés ocupaba dos plantas en una manzana estratégica que daba al Paseo, a la calle de Aguilar de Campóo y al Mercado Central.
Eduardo de Vicente
18:53 • 14 mar. 2023

En la esquina del Paseo con la calle de Aguilar de Campóo existió un edificio de tres plantas que durante sesenta años ennobleció la avenida principal de la ciudad. Ocupaba un enorme solar, propiedad de doña Emilia Rabell Jover, viuda de José Spencer, que tenía su punto de partida en el Paseo y terminaba por la parte de atrás en el anchurón que existía frente a la puerta principal del Mercado Central.



La señora Rabell mandó construir el edificio en 1897, cuando esa esquina del Paseo era ya una de las principales en la actividad comercial de Almería al ser la entrada hacia la Plaza de Abastos que acababa de ser inaugurada unos años antes. 



Puso el proyecto en las manos del arquitecto Enrique López Rull, de cuyo estudió salió un espléndido edificio en el que a lo largo de sus tres fachadas destacaban las filas de balcones que se encargaban de llenar de luz todas sus dependencias. El edificio formó parte de la vida social y comercial de la ciudad hasta que a comienzos de los años sesenta fue derribado para levantar sobre su sombra el gigante donde estuvo ubicada la empresa de Marín Rosa, hoy grandes almacenes Sfera.



La casa de Emilia Rabell no solo destacó por la belleza y la majestuosidad de su arquitectura, sino por la  importancia de los negocios que albergó bajo su techo. Uno de los más longevos, que unió su historia a la existencia del edificio, fue el Hotel Inglés, que en el año 1910 puso en funcionamiento el empresario José Zamorano Peña. Su experiencia al frente del Gran Hotel París, que después se convertiría en el Hotel Simón, lo empujó a la aventura de abrir otro establecimiento de hospedaje en el Paseo, aprovechando la necesidad de plazas que en aquellos años existía en la ciudad, sobre todo para recibir a los forasteros que venían al negocio de la minería y de la uva. Para su nuevo establecimiento eligió el nombre de Hotel Inglés, sin duda por el glamour que en aquel tiempo tenía en nuestra tierra todo lo británico y porque era una forma de atraer a los ciudadanos ingleses que por asuntos de negocios tenían que pasar por Almería.






El Hotel Inglés ocupaba las dos plantas superiores del edificio. Seis habitaciones daban a la fachada que se asomaba al Paseo, veintiséis se extendían a lo largo de la fachada de la calle Aguilar de Campóo, y otras seis miraban a la Circunvalación de la Plaza. Tenía un hermoso comedor con capacidad para cuarenta personas y una amplia y variopinta clientela que no solo se nutría de los extranjeros, sino también de los artistas que venían a actuar a Almería y sobre todo, de los viajantes que por las malas comunicaciones tenían que pasar varios días en la ciudad cada vez que venían a cerrar  algún negocio. El ‘Inglés’ tenía cómodas y ventiladas habitaciones con servicio de timbre, luz eléctrica y baño, cocina francesa, inglesa y española y un traductor que dominaba varias lenguas.



En una de las dependencias del Hotel Inglés llegó a existir, allá por el año de 1911, un importante consultorio médico dirigido por el doctor Guerrero, donde acudían los pacientes con problemas de estómago, con enfermedades respiratorias y nerviosas y donde además se trataban las hernias de los hombres.



Dos años después de su apertura, en el verano de 1912, el Hotel Inglés cambió de propietarios, pasando a manos del empresario Francisco Florido Rueda y posteriormente, tras su muerte, a las de su esposa, doña Antonia Lorenzo. Con ellos el Hotel Inglés vivió días de esplendor y días de zozobra. Los buenos tiempos llegaron en los años veinte, cuando las habitaciones se llenaban de viajantes, cuando había que hacer cola en el comedor con cubiertos a dos pesetas, cuando contaba con su propio servicio de carruajes que llevaban y traían a los clientes del puerto y de la estación.


Los tiempos complicados aparecieron cuando estalló la guerra civil y dejaron de venir los empresarios extranjeros y los viajantes de otras provincias. En el hotel solo se quedaron los que eran residentes fijos y la familia de los propietarios. La historia del edificio estuvo a punto de volar por los aires en aquellos días de miedo y miseria. El bombardeo de la escuadra alemana, en mayo de 1937, dejó su huella en el edificio cuando un obús lo atravesó perpendicularmente y fue a parar al sótano, que había sido habilitado como refugio para la población. El proyectil no llegó a estallar cuando el sótano estaba repleto de gente.


Tras la guerra el Hotel Inglés volvió a recuperar la actividad, pero no su nombre original. Debido al boicot que la dictadura de Franco realizó sobre los nombres extranjeros, el negocio fue bautizado como Hotel Florida, con el que sobrevivió hasta su cierre en 1962.



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