El viejo varadero acaba de ser incluido en la lista de edificios protegidos, lo que asegura la supervivencia de un símbolo de la pesca almeriense que empezó a concebirse hace más de un siglo.
En el mes de febrero del año 1913, el ingeniero del puerto, Francisco Javier Cervantes, dio a conocer a la ciudad una conquista por la que venía suspirando desde mucho tiempo atrás: la construcción de un varadero en nuestro muelle. El señor Cervantes explicó entonces que el proyecto del ansiado varadero ya estaba en marcha y que se construiría frente al tinglado antiguo del muelle de poniente, un lugar elegido por ser el sitio más abrigado, donde la Junta de Obras del Puerto tenía instalado un taller de reparaciones. Esta mejora era de suma importancia para la vida del puerto, ya que en aquel tiempo no existía un lugar donde hacer reparaciones desde Barcelona a Cádiz, ya el Arsenal de Cartagena tenía siempre sus varaderos ocupados por los barcos de guerra.
Un año después, por Real orden de 31 de agosto de 1914, se redactó también el proyecto de Casa de Máquinas como edificio principal del varadero. “Consta la casa que se propone de un cuerpo central y dos laterales, destinados estos últimos a habitaciones y almacenes”, especificaba el escrito oficial.
El varadero y su Casa de Máquinas ya estaban en marcha, pero el proyecto se fue alargando hasta eternizarse, como tantas otras obras que se acometían en Almería.
En 1919, casi seis años después del inicio de los trámites administrativos, se iniciaron las obras, que también se hicieron eternas por los continuos bloqueos burocráticos y por los frecuentes cambios de planes en los proyectos, que provocaron que el varadero y su Casa de Máquinas no estuvieran terminados hasta 1926.
La sociedad almeriense pedía a gritos la apertura de esta nueva instalación que tanto necesitaba su endeble economía. El nuevo varadero era fundamental para potencial la actividad comercial y el prestigio de nuestro puerto. “En el nuevo varadero podrán ser reparados no solo los veleros de pequeño tonelaje, sino los vapores de cabotaje de 2.000 toneladas”, anunciaba la prensa de aquellos días.
Las ventajas que habría de obtener la navegación eran grandes, pues en el puerto de Almería podrían limpiar fondos los buques y ser reparados de sus averías sin necesidad de tener que ir a otra parte. El varadero ya estaba acabado, pero comenzó el año 1927 sin que en sus instalaciones se detectara el más mínimo movimiento que hiciera pensar que la actividad ya estaba en marcha. La rampa y la anterrampa, así como la Casa de Máquinas estaban listas para empezar a trabajar, pero faltaba toda la dotación maquinaria para dar comienzo a su explotación. Se necesitaba el dinero suficiente para adquirir el carro-cuna y el motor eléctrico que eran fundamentales para echar a rodar, y de nuevo hubo que esperar, esta vez dos años, para que el varadero contara con ese material.
En el otoño de 1929 la prensa almeriense festejaba la buena noticia de que se le había concedido a Almería el título de Puerto Nacional Pesquero, lo que había provocado que varias empresas forasteras, relacionadas con el sector naval habían enfocado sus negocios con vistas a instalarse en nuestra capital. “Se hace necesaria la pronta terminación del varadero para que puedan encontrar las embarcaciones que concurran a nuestro puerto la las comodidades necesarias para efectuar sus reparaciones”, pedían los periódicos.
Por fin, dieciséis años después de que empezara a gestarse el proyecto, el varadero de Almería inició sus primeros trabajos, con los barcos de pesca a motor ‘Manolito’ y ‘Merceditas’, del armador almeriense Domingo Fernández Térrez. “La varadura se ha efectuado con feliz éxito”, contaban los periódicos.
Aquella explanada del muelle de poniente, frente a la Carretera de Málaga, empezó a acoger a los primeros barcos que ‘echaban anclas’ en tierra delante de la Casa de Máquinas. Aquel escenario se mantuvo intacto hasta la década de los sesenta, convertido en un inmenso taller donde los carpinteros, los pintores y los calafates reparaban las averías de los barcos y donde los viejos pescadores que por la edad habían dejado de embarcarse seguían echando sus largas jornadas de faena remendando las redes en el suelo.
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