Entre tronchadas chimeneas de mineral y viejos cortijos inertes, alberga el Campillo de Cabo de Gata el mayor santuario mundial de la rueda. La inmensa llanura, que fue remanso de piratas berberiscos, se extiende como un flan desde los riscos de El Sabinal (a sus espaldas El Romeral y Genoveses) hasta Las Salinas. En medio flotan 4.500 hectáreas donde medran palmitos y esparragueras, que es territorio de zorros, búhos y de la mayor multinacional francesa, Michelin, los emperadores del neumático que tienen en Almería el mayor centro de pruebas del mundo. Poco podía imaginar Edouard Michelin, que inventó el neumático en 1889 en la lluviosa ciudad francesa de Clermont-Ferrand, que un siglo después, el mayor laboratorio tecnológico de la compañía iba a estar situado en el valle más desértico de Europa, por donde transitó años antes un fascinado Goytisolo, como lo hizo Cela por la Alcarria o Pla por el Ampurdán. Michelin, de forma silenciosa y confidencial para evitar plagios industriales (hace unos años detectaron a unos japoneses haciendo fotos de la fábrica desde un cerro) ha cumplido 50 años en Almería. Al principio, para los lugareños de la tierra colorada de Níjar, eran los franceses. Ahora son como de la familia, a un tiro de honda de Ruescas y Barranquete.
Ha pasado medio siglo desde que el fabricante galo decidió apostar por este paisaje lunar para abrir su mayor centro de pruebas e investigación en el mundo, y desde entonces ha ido creciendo con más de veinte edificios de investigación, una plantilla de más de 200 trabajadores y una superficie de 4.500 hectáreas para sus pruebas con vehículos.
Con motivo de esta efeméride redonda de sus bodas de oro, Jorge Giménez, empleado de este Centro de Experiencias CEMA de Michelin ha editado un libro contado todo el bagaje, todo el cañamazo sobre el que se ha ido construyendo la argamasa de esta factoría de ensayos, de pruebas, de aciertos y errores sobre las arenas celestiales del campo de Níjar.
Giménez nos revela que fue el mismísimo François Michelín, nieto del fundador Edouard, el que decidió establecer el centro de pruebas en Almería, tras los informes que le fue presentando su director de investigación, Henri Verdier, y, sobre todo, los de un desconocido ingeniero español llamado Julio Pérez-Cela, quien viajó por todo el sureste buscando un lugar con temperaturas elevadas y regulares y con escasa lluvia, hasta que dio con Níjar. Fue este Julio el causante de que hoy Michelin propicie empleo en Almería a varios centenares de trabajadores y haya contribuido a generar riqueza en la zona.
Durante los meses de enero y febrero de 1970, Pérez -Cela visitó distintas zonas y dudó entre Aguilas y el Cabo de Gata y fue determinante el hecho de que Almería acabara de inaugurar su aeropuerto. El ingeniero mandó la proposición en un telex al despacho del gerente en Clermont-Ferrand con el nombre de Almería y su situación en el mapa y en solo un par de horas, el patrón dijo que sí.
Las tierras para construir las instalaciones y las pistas se las arrendaron al rico terrateniente José González Montoya y a su esposa Francisca Díaz (doña Paquita). Fueron 1.500 hectáreas iniciales, hoy en pleno Parque Natural, por un periodo de 50 años que serían finalmente adquiridas una década después.
También se amplió la superficie con la compra de otras fincas cercanas como Los Merinos, el cortijo del Viudo, Rancho Grande, las Herreras o el Argamasón, hasta las 4.000 hectáreas, por las que pagaron 2.500 millones de las antiguas pesetas. A partir de entonces se fue contratando el personal, a través del jefe de selección que era José Carlos Sandino Dabán y el 2 de enero de 1973 se inauguró el Centro en una jornada cuajada de ilusiones de futuro. A partir de entonces todo fue crecimiento: en 1974 ya había 92 personas trabajando en plantilla y pronto brotó un noble espíritu identitario por pertenecer a la Michelin que se fraguaba con las comidas de convivencia, cenas de Navidad, visitas al economato, partidos de fútbol, colonias infantiles y grupos de exploradores. 850 trabajadores han pasado por las instalaciones en este medio siglo de vida.
Y esta es la historia de cómo sentaron sus reales los galos, como poblado de Asterix, en este paisaje almeriense, allí donde las estribaciones volcánicas de la Bética se funden con el mar latino de la Almadraba y La Fabriquilla, con la impresionante iglesia vertical al fondo.
En esencia, el Centro es un campo de tortura para neumáticos de camiones, tractores agrícolas, dúmper, aviones y hasta vehículos espaciales. Más de 200 ingenios recorren sin cesar 80 kilómetros de pistas -más o menos puñeteras- que se cruzan en el desierto; camiones de impresionante tonelaje que circulan solos, por control remoto, como androides en medio de un pedregal de tierra batida. El Centro sigue siendo un gran desconocido para la mayoría de los habitantes de la provincia: un mundo insólito donde el último modelo de rueda convive con especies botánicas únicas en Europa. Es aquí, en este milagro primitivo de la naturaleza que es el Cabo, con el perfil de un elefante con la trompa varada en la arena, donde surge toda la tecnología necesaria para rodar con seguridad por las carreteras de todo el mundo.
Uno de los emblemas del Centro es un drago (un arbolillo de origen canario) de más de 500 años que ha sido investigado por varias universidades. Nadie sabe cómo llegó hasta el Cabo, pero lo que sí es cierto es que pudo conocer al último rey moro de Almería.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/256842/esta-es-la-aldea-gala-que-sopla-50-velas-en-almeria