El imparable declive de la histórica calle Arráez

Mientras el Ayuntamiento termina de construir aparcamientos, esta calle agoniza

Vista de la calle Arráez, hoy desguarnecida sin la presencia de ningún comercio.
Vista de la calle Arráez, hoy desguarnecida sin la presencia de ningún comercio. La Voz
Eduardo de Vicente
20:00 • 20 may. 2023

Hay calles en el casco histórico que parecen lugares fantasmas. Rincones que en unas pocas décadas fueron quedándose sin vida a medida que sucumbieron los comercios que la alimentaban. Si uno pasa por la calle de la Almedina a las cinco de la tarde tiene la sensación de estar atravesando un decorado de película que se hubiera quedado abandonado en medio de un páramo. Es la misma impresión que se siente al cruzar por la histórica calle Arráez, que en su día llegó a ser una arteria principal por formar parte del camino que unía los arrabales de la Plaza de Pavía y la Chanca con el centro, pero que hoy es una calle yerma.



La decadencia se ha ido comiendo el alma de esta calle, que empezó a morir en los primeros años noventa, cuando el entonces ayuntamiento socialista decidió derribar una manzana de viviendas para levantar una plaza con bancos y arbolado. Los espacios verdes y de ocio siempre son bienvenidos en una ciudad como Almería, pero en este caso se equivocaron al elegir el sitio. La plaza, donde hoy se encuentra el monumento a San Valentín, es tan solitaria como la propia calle y se ha convertido en el refugio de los jóvenes que encuentran allí el escenario perfecto para compartir las latas de cerveza y algo más. La calle Arráez necesitaba nuevas viviendas en vez de una plaza que no ha aportado ni un soplo de vida al barrio. Necesitaba casas y familias jóvenes que la habitaran y recuperaran el pulso que en otro tiempo sí tuvo la calle.



Recuerdo cuando la calle Arráez era una vía principal, cuando el río de gente no paraba hasta que no cerraban los comercios. Los vecinos de la Almedina, el Reducto, la Plaza de Pavía y la Chanca pasaban por allí cuando iban al centro, cuando el ayuntamiento era el corazón de la ciudad, cuando la calle Mariana era un zoco de comercios que se prolongaba hasta la Puerta de Purchena. La misma calle Arráez se contagiaba del esplendor de sus tiendas. En los años setenta el edificio donde hoy está el archivo histórico municipal, por donde apenas pasa un alma al cabo del día, estaba habitado por una familia y en sus dependencias estaba instalada la Casa de Acción Católica. En la esquina con la calle de la Reina estaba aún en pie la tienda de Rafael Fenoy, que competía entonces con la tienda de comestibles de mi padre, que era la primera que abría todas las mañanas y la última que se iba a dormir.



Otro negocio de solera era la Papelería Roma, que vivía del trajín de los colegios que había alrededor: el San José y el Diego Ventaja en la calle de la Reina, nada más doblar la esquina, y el de los Flechas Navales que ocupaba una parte del edificio destinado actualmente a oficinas municipales. En esa misma acera, unos metros más abajo del colegio de los pescadores, estaba la sastrería de Palmira, que a veces se convertía en una sucursal de la Cruz Roja, ya que Diego, el sastre principal, ocupaba un cargo importante en la benemérita institución. En el piso bajo del colegio de los Flechas estaba la muy antigua bodega de las Cortinillas y en la acera de enfrente, uno de los establecimientos musicales que marcaron una época en Almería, la tienda de Galería del disco, donde iban los adolescentes con los bolsillos medio vacíos a que la familia Laynez les grabara su disco favorito en una cinta virgen.



De aquellos negocios no quedó ninguno en pie y en los años noventa la calle Arráez se fue quedando abandonada. Actualmente, el único movimiento que tiene la calle es el de los obreros que trabajan en el edificio de aparcamientos que está construyendo el ayuntamiento. La calle Arráez, la calle de la Almedina y el tramo norte de la calle de la Reina, forman una auténtica isla en el casco histórico, sin otro negocio que la célebre peluquería de Miguel Bisbal, que ha resistido al imparable declive del barrio.






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