La calle de Apolo empezaba en la esquina del teatro del mismo nombre y desembocaba por el norte en la Plaza de Santa Rita. En 1902 el Ayuntamiento de Almería decidió darle una nueva denominación y se la dedicó a la figura de don Juan Lirola Gómez, en reconocimiento a su labor como alcalde a lo largo de dos extensos periodos. En un principio, las autoridades se habían planteado darle el nombre de Juan Lirola a la histórica calle de Ricardos, entre el Paseo y la Plaza de San Pedro, pero finalmente se optó por respetar ese nombre y quitárselo a la del teatro Apolo.
Había que hacerle un homenaje a un político liberal que en sus etapas como alcalde dejó su sello personal en la ciudad y realizó proyectos importantes como el acerado porland, la prolongación del Paseo desde el Teatro Cervantes a la Plaza Circular, la traída de las aguas por tubería de hierro y el emplazamiento del muelle de Levante.
Juan Lirola había nacido en Adra en 1828, aunque su carrera política y profesional se gestó en la capital, donde llegó a ocupar cargos importantes. Además de alcalde fue presidente de la Cámara de Comercio desde su fundación, diputado provincial, vicepresidente de la Junta de Obras del Puerto, presidente del Círculo Mercantil y del Círculo Reformista y miembro destacado de la Junta Gestora del Ferrocarril cuando Almería soñaba con el tren.
En sus años en la alcaldía le tocó vivir tiempos complicados. Desde su llegada al cargo en junio de 1881 tuvo que afrontar grandes problemas, entre ellos, la recuperación de la ciudad después de la epidemia de cólera de 1885 y el desastre de la inundación de septiembre de 1891. El primer bando que firmó fue en el verano de 1881 ordenando la limpieza de la ciudad por la mañana y por la tarde e implicando en esta tarea a todos los vecinos, que tenían la obligación de barrer y regar la parte de acera correspondiente a su fachada.
Cuando por Real Orden de 25 de febrero de 1886 fue nombrado alcalde por segunda vez, Juan Lirola se encontró con una ciudad que aún vivía bajo las secuelas del cólera. Bajo su gobierno se pusieron en marcha las obras para sanear el servicio de aguas potables, revistiendo y cubriendo el cauce desde la zona de Alhadra hasta los depósitos que se construyeron en la rambla de Amatisteros, colocando diecisiete kilómetros de tubería de hierro y plomo para distribuir el agua por la ciudad.
Esa sombra que había dejado la epidemia lo obligó a tomar importantes medidas de higiene pública, entre ellas el control de los perros vagabundos que hasta entonces campaban sus anchas por los barrios de la ciudad. En abril de 1886, Juan Lirola lideró la cruzada municipal para acabar con la plaga de perros vagabundos. “Con el fin de precaver cualquier incidente desagradable que pudiera ocurrir con la mordedura de los muchos perros que transitan por las calles de esta capital sin conocido dueño, he acordado que desde las diez de la noche hasta la madrugada del día siguiente se le dará la estricnina aplicada en morcilla a los perros que se encuentren vagando por las calles, cuidando los empleados de la limpieza retirar al romper el alba los que se encuentren muertos para sepultarlos”, decía el bando emitido por la alcaldía.
La fatídica morcilla no era el embutido corriente que se disfrutaba en las casas, sino otro relleno por dentro de estrignina, un potente veneno que dejaba a los animales fulminados en pocos minutos. El compuesto se preparaba entonces en el laboratorio del farmacéutico don José Quesada Gómez, en la botica de la Puerta de Purchena.
Juan Lirola pasó a la historia también por ser el alcalde que cerró el cementerio en días tan señalados como el de los difuntos. Lo hizo en 1886 para prevenir aglomeraciones y que no se repitieran los incidentes que venían ocurriendo en años anteriores.
En esa segunda etapa al frente de la alcaldía vivió la tragedia de la gran inundación del 11 de septiembre. Fue Juan Lirola el que creó, como medida de urgencia, las llamadas juntas de socorro que hicieron una gran labor en la recuperación de cadáveres y en la reconstrucción de los barrios.
En la madrugada del 24 de noviembre de 1894, Juan Lirola Gómez dejó de existir, víctima de una rápida enfermedad. Su entierro fue un acontecimiento multitudinario.
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