El 13 de septiembre se cumplieron 100 años de la llegada al poder del general Miguel Primo de Rivera tras un golpe de Estado. ¿Cómo vivieron los almerienses aquellos días de incertidumbre? ¿Cómo se aceptó la imposición de una nueva forma de gobierno? ¿Cambió el pulso de la vida cotidiana de los ciudadanos?
Fue el viernes 14 de septiembre, un día después de la insurrección, cuando en los cafés del Paseo, allí donde se confirmaban las noticias, los almerienses tuvieron la certeza de que Primo de Rivera se había hecho con el poder con la complicidad del Rey Alfonso XIII. Esa misma tarde, cuando empezaba a anochecer, el Gobernador militar de la plaza, Francisco Sánchez Ortega, se hacía cargo del mando de la provincia tras recibir un telegrama con la orden del capitán de la Región Militar, que le comunicaba a la vez el cese inmediato en sus funciones del Gobernador civil. Ese mismo día se declaraba el estado de guerra en la provincia, mientras que por las calles del centro desfilaba una compañía del Regimiento de la Corona con escuadra y bandas de cornetas y tambores, al mando del capitán Navarrete. Los soldados iban camino del Gobierno civil donde el Gobernador militar estaba tomando posesión de su nuevo cuartel general.
Unos minutos después, el jefe militar de la provincia emitía un bando a la población en los siguientes términos: “Hago saber: cesando de orden de la superioridad la Autoridad civil, me hago cargo del mando de la provincia correspondiendo a mis atribuciones prevenir, evitar y reprimir con energía cualquier motín o alteración del orden que pueda producirse”.
En el comunicado, el Gobernador militar ordenaba y mandaba que quedaba oficialmente declarado el estado de guerra y se prohibían las reuniones y las manifestaciones públicas en toda la provincia. Tras estas palabras, las tropas desfilaron por el Paseo vitoreadas por cientos de almerienses que se habían echado a las calles para festejar la llegada de los nuevos gobernantes.
Una de las primeras medidas que tomó el Gobernador militar fue nombrar de inmediato un censor para controlar la prensa desde esa misma noche, responsabilidad que cayó en el comandante Emilio Peñuelas Beamud, un personaje muy popular en Almería debido a su cargo de director de la academia ‘Purísima Concepción’, donde se preparaba a los jóvenes almerienses que querían ingresar en las academias militares.
Al día siguiente de llegar al cargo, el Gobernador militar envió una circular a los alcaldes prohibiendo el juego de azar y tuvo el detalle de mandar un carro lleno con cajas de galletas para los viejos del asilo del Hospital y varias sacas con alpargatas para los niños del hospicio. La medida de prohibir el juego fue un golpe de efecto para que todos el mundo supiera, desde el pueblo más importante hasta la aldea más remota, quién mandaba en la provincia. Naturalmente, la orden del general fue papel mojado, ya que en los pueblos los hombres siguieron jugando como siempre, aunque tuvieron que hacerlo a escondidas.
La implantación de una nueva forma de gobierno mediante un golpe de Estado no tuvo grandes repercusiones en Almería: nadie se movilizó y la gente asumió la nueva realidad con naturalidad, pendiente de sus problemas cotidianos. En aquellas semanas de septiembre, la preocupación principal de los almerienses era que la campaña de la uva dejara a todos satisfechos, que los barcos ingleses llegaran al puerto sin demora y que los barriles estuvieran en sus puntos de destino en las fechas establecidas.
En aquellos primeros días del mandato de Primo de Rivera llegaron algunas buenas noticias para la ciudad, una de ellas fue que por fin se aprobó una vieja aspiración como era la de construir en el matadero un nuevo local para la instalación de una cámara frigorífica especial destinada a la conservación de las carnes que llegaban desde la Argentina. Disponer de este adelanto técnico era fundamental, ya que iba a permitir comprar grandes cantidades de carne y que se pudieran vender en los mercados a precios módicos para que se pudieran beneficiar así las clases menos pudientes que tenían que prescindir en su dieta de un alimento básico como la carne por culpa de sus altos precios.
La Almería que se encontraron las autoridades de la dictadura era aquella ciudad atrasada que seguía sufriendo el grave problema del abastecimiento de agua, que vivía aislada por culpa del mal estado de las carreteras y que seguía moviéndose en una economía donde la agricultura y la minería seguían siendo sus pilares fundamentales. Era la Almería que suspiraba por que se terminara el campamento de Viator y que se llenara de tropas para darle vida a sus gentes. La llegada al poder de Primo de Rivera fue un acicate para darle impulso a los trabajos, que él mismo superviso cuando visitó Almería el 22 de julio de 1924.
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