A veces, en las excursiones familiares que hacíamos los domingos en coche acabábamos revolcándonos por la arena de las dunas de Cabo de Gata. A finales de los años sesenta no se había instalado aún la obsesión por la playa ni las masas habían tomado el litoral, por lo que se podía ir tranquilamente a cualquier cala y disfrutar de la soledad esencial de aquellos paisajes.
Pero al Cabo no íbamos solo en verano cuando tocaba bañarse, también lo hacíamos en invierno que era cuando más se disfrutaba del paisaje ya que uno tenía la sensación de que las montañas, la arena, las dunas, el mar y las barcas de los pescadores nos la habían colocado allí solo para nosotros. Como a los niños de entonces nos gustaba mucho jugar a las películas y nos pasábamos media infancia imitando a nuestros héroes de la pantalla, la arena de los parajes del Cabo era el escenario perfecto para jugar a las peleas, para revolcarse sin el temor de despellejarte los codos y las rodillas en la espesura que formaban las dunas.
El que no haya conocido el Cabo de aquellos tiempos y lo visite hoy puede llegar a pensar que las dunas fueron una parte más de la tramoya que montaron los rodajes, pero no fue así, no fueron una ilusión que se inventó el cine. Las dunas de Cabo de Gata que se exportaron al mundo gracias a la película de Lawrence de Arabia, formaban parte del paisaje como las montañas del Cabo, como el propio mar que las baña, hasta que la mano del hombre acabó exterminándolas por culpa de la extracción indiscriminada de arena que alcanzó su máximo apogeo en los años setenta y setenta.
Las dunas eran nuestro desierto particular a la orilla del mar. Su presencia estaba tan ligada a la vida del pueblo que durante décadas los vecinos del lugar tuvieron que aprender a convivir con aquellas lomas de arena que cuando soplaba el viento favorable invadían las calles, las casas y hasta el cementerio.
Ya en el verano de 1927 desde el Ayuntamiento de Almería se intentó solucionar el problema de la invasión de las dunas en los días de temporal y se elaboró un proyecto que contemplaba la construcción de un muro o paredón en la parte Oeste, para impedir que las dunas entraran en el pueblo. Se pretendía amurallar el barrio por su cara más expuesta al viento, lo que implicaba a su vez la construcción de puertas de entrada para que los vecinos pudieran tener acceso. Cuatro años después de la propuesta, en 1931, cuando las autoridades decidieron hacer realizar la construcción del muro, los vecinos Francisco López Carmona, José Gómez Pérez, Juan y Gabriel Sánchez, Antonio Gómez Pérez y José Mateo, en nombre del vecindario, se dirigieron a alcalde de Almería para mostrar su desacuerdo con la muralla. “Suplicamos que no se construya el muro porque ocurriría lo que pasa con el cementerio: que reiteradamente hay que quitar las arenas porque éstas cubren las tapias y entierran las sepulturas. Desean estos humildes vecinos que en vez de muro se construya un lavadero”, pedían en su escrito. Como se puede comprobar, las dunas eran parte de la vida del pueblo y las gentes habían aprendido a convivir con ellas aun en los períodos de invasión por el viento.
Fue en los años sesenta cuando el cine puso en valor los paisajes desérticos de la provincia, desde las ramblas de Tabernas hasta las humildes dunas del cabo. Algunas de las escenas más recordadas de la película Lawrence de Arabia (1962) se desarrollaron por aquellos montículos de arena que recordaban a los grandes desiertos africanos. Los directores, atraídos por la grandeza de los escenarios, siguieron inmortalizando las humildes dunas en los numerosos rodajes que allí se ejecutaron desde entonces: Cleopatra, Paranoia, Cabezas quemadas, Arenas en vuelo, Una soga y un colt, Delirios de grandeza, fueron algunas de las películas que tuvieron como protagonistas a las dunas de Cabo de Gata.
Los niños de entonces también supimos que existían porque muchos domingos nos llevaban allí a pasar el día para que disfrutáramos de la soledad de las dunas en invierno. Allí jugábamos a rodar hacia abajo por sus suaves laderas como lo hacían los protagonistas de las películas. Para muchos, la primera noticia del paraíso que tuvimos fue en aquellos domingos de dunas y salitre con la playa y el cabo como telón de fondo.
Cuando dejaron de venir las películas las carreteras del Cabo de Gata se empezaron a poblar de camiones que pasaban cargados de arena hacia los campos de Níjar y Almería, dejando en el camino un rastro de desolación. Las extracciones de arena acabaron destruyendo el paisaje y se llevaron por delante las dunas, que sólo sobrevivieron en el cine y en la memoria de los que las pudimos disfrutar.
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