El soterramiento podría acabar con la historia de dos barrios que han vivido históricamente atados al ferrocarril: Gachas Colorás y las Casas de Renfe. Sus vecinos vivieron tan ligados al tren que no necesitaban relojes para saber la hora que era, ya que el tiempo lo marcaba siempre el paso del convoy: el expreso de Madrid, el automotor de Granada…
En Gachas Colorás, todavía quedan cuatro casas en pie, pero el lugar se quedó sin vida cuando el paso a nivel que allí existía desapareció para siempre. Aquel arrabal era un manojo de viviendas tan ligado al ferrocarril que cuando pasaba un tren los vecinos tenían la sensación de que la máquina iba a cruzar por en medio del comedor. Cuando iba a llegar el tren, los niños salían a recibirlo a las veredas y colocaban sobre la vía pequeñas figuras de alambre que eran aplastadas sin piedad por las ruedas del convoy. Cuando llegaba el tren, el paso a nivel de Gachas Colorás se cerraba para cortar el camino que unía la Carretera de Sierra Alhamilla con la Avenida de Montserrat y la vida parecía detenerse durante un instante, en ese minuto en el que solo reinaba el ruido profundo y penetrante de aquel gigante de hierro y madera que llevaba y traía la vida a la ciudad. Eran las casas del tren, tan pegadas a las vías que cuando pasaba el Correo las bombillas del techo de las viviendas empezaban a temblar y el ruido dejaba sordos a los pájaros y ponía nerviosas a las gallinas.
El barrio fue perdiendo con el tiempo ese encanto que emanaba de su aislamiento, de su carácter de lugar remoto de la vega. El progreso, que primero le trajo el tren, le regaló después una fábrica de papel, la Celulosa, que se construyó en los años sesenta sobre antiguos bancales de la zona conocida como Peñicas de Clemente. Gachas Colorás fue un barrio conocido en la ciudad porque allí habilitaron la cárcel de mujeres en los días de la guerra y porque en una de sus fincas estuvo funcionando durante años el Hogar Municipal. Pero fueron pocos los que descubrieron el alma de aquel rincón que nunca se desvinculó de su origen veguero, y que siempre mantuvo su vocación ferroviaria. Ese pequeño mundo, a veinte pasos de las vías, donde la figura del guardabarreras era toda una institución, donde el ruido del tren sonaba con tanta fuerza como si la máquina estuviera a punto de atravesar el dormitorio de la casa.
Cerca de Gachas Colorás, en el camino que llevaba a Almería, construyeron las llamadas Casas de Renfe, hijas también del ferrocarril. Perdidas en un callejón de la Avenida de Monserrat, aisladas por las vías del tren, las 40 viviendas de Renfe se han ido manteniendo a duras penas en pie. Son dos bloques de veinte viviendas con dos y tres plantas. Los pisos tienen entre dos y cuatro dormitorios. En su día, cuando se construyeron, se consideraron un lujo porque para la mayoría de las familias que se instalaron en ellas suponía un paso adelante importante. Dejaban atrás sus pequeñas casas del casco antiguo llenas de humedad para vivir en pisos con dormitorios individuales y cuarto de baño con bañera y ducha, todo un adelanto para la época. Además, pagaban alquileres muy bajos que oscilaban entre las 130 y las 215 pesetas y disfrutaban de la calidad de vida que suponía vivir en medio de la vega, sin otro ruido que el de los trenes que pasaban a diario camino de Granada y Madrid.
Desde el puente de la Avenida del Mediterráneo se puede contemplar el aislamiento y el abandono de un barrio que tiene sus días contados. Cuando llegue el soterramiento sus casas pasarán a ser historia y sobre el solar se levantará un bulevar con nuevas edificaciones y zonas verdes. También podrían desaparecer las naves industriales de la carretera del Cortijo Grande.
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