Durante 30 años, Remedios Marín -más de Pescadería que el bar Tiburón- se ganó la vida como educadora social en distintos centros de la provincia. Hasta que un día, por aquellas razones del corazón que la razón no entiende, decidió que había llegado el momento de cambiar el rumbo de la singladura. Y dejó ese trabajo administrativo, educativo, pedagógico, para hacerse subastadora de pescado y de marisco en la lonja marinera almeriense; y cambió los cuadernos y los lápices, y las charlas con sus alumnos tratando de limarlos, de pulirlos. Cambió toda esa labor de empujar a los que se quedan atrás, por una cabina donde queda la huella de todo los peces que se capturan con sudor y reúma en la bahía, donde ella, con sus gafillas de colegiala, documenta calibres y especies, fiscaliza tamaños y artes de ese gremio que fue origen de la ciudad, el germen de todo lo que vino después a esta urbe milenaria de la que decían que era fea porque no tenía balcones.
Reme, de la calle Maromeros y antes de la calle Jábega, lleva tres años siendo la subastadora del pescado de la lonja capitalina, desde por la mañana hasta por la noche, entre amaneceres y café negro, entre botas de agua y cajas llenas de jurel plateado; lleva tres años viendo los ojos vivos de los pulpos, las bocas pantagruélicas del rape, el color escarlata y el vientre azul de la quisquilla, las cabezas de los artrópodos que luego chuparán los directores de los bancos o la cofradía de los viernes de los arquitectos en Casa Joaquín o en el restaurante El Parque. Ella -Reme- hija y nieta de marengos, de arraeces, de jabegotes de La Chanca, ve a diario todo eso, todo ese festival de la economía real, todo ese trajín diario junto a la lengua de agua, donde hay actores principales y secundarios, mientras la única verdad -el botín- se desliza por la cinta en cajas azules bajo los focos, mientras en la grada los compradores aguantan para apretar el botón y parar la subasta como esos porteros que aguantan todo lo que pueden antes de tirarse en un penalti.
Ella, Reme, ve todo eso a diario, desde que llega a la lonja pesquera de madrugada, hasta que se marcha a las ocho o las nueve de la noche, según la cantidad de capturas; ella, nieta de Gabriel Fernández, que pereció en el naufragio del María Enriqueta, e hija de un José al que todos llamaban Juan, Juan el Pollo por más señas, que se embarcaba en el Faro de Mesa; ella, de tanto ver, pensó hace un tiempo que quería que otros también vieran. Y decidió, por ese afán democrático, ponerse a echar fotos como un cuñado en una comunión y a retratar todo lo que se mueve y lo que no se mueve en ese templo de branquias, en ese santuario de colores, de ojos saltones, en esa abadía de traíñas y bacas, de trasmallos y nasas, en esa catedral del mar que huele a estopa y salitre, donde la humedad se cala en los huesos, donde el hielo, como en la barra de una discoteca de verano, nunca falta.
Se puso a retratar con los ojos abiertos todos esos amaneceres y atardeceres, ese micromundo, toda esa espátula de colores y sabores, de sonidos y olores en lo que fue la vieja Bayyana, a todos esos pescadores con la piel llena de surcos y un pitillo en los labios, a esas mujeres del gremio con el pelo recogido, a los apuntaores, a los remendaores, a patrones y marineros, a vigilantes de los barcos, a maquinistas y armadores y a todos los obreros de la mar que en Almería son.
“Que por qué lo he retratado todo, porque quería que se conociera el trabajo de la mar, de mi barrio, los sinsabores, las alegrías, los golpes de mar, quería reflejar todo lo que pasa en la lonja, para compartirlo con el resto de la ciudad”, explica Reme.
La exposición de la subastadora que antes fue educadora social, se puede contemplar en el Centro de Adultos de La Chanca. Y ha sido posible gracias a la colaboración de la Asociación de mujeres Galatea y a la Universidad Popular Celia Viñas. Han trabajado con Remedios en la selección de las instantáneas las fotógrafas Marina del Mar y Mari Angeles Maldonado y Sensi Falán poniendo voz el día de la inauguración de ese universo de pescadores, de marineros, de reyes de la lonja de Almería, todos esos rostros y barcos de bajura que cuelgan, como por ensalmo, este diciembre prenavideño en las paredes blancas y azules del Centro de Adultos chanqueño.
Escenas y nombres propios
A las 6,30 de la mañana llega Remedios a la lonja, cuando empiezan a amarrarse a puerto las primeras traíñas con caballa y boquerón, con sardinas y jureles. Y, de inmediato, comienza a hacer el muestreo del pescado en la base de datos, dando paso al milagro de la subasta, estableciendo el precio de partida: 80 kilos de jurel del Punta Isleta, a siete euros el kilo. Y después por la tarde, a partir de la seis, vuelve a encerrarse Reme en la cabina para ir informatizando las capturas de las bacas (arrastre), la aristocracia del gremio, con las cajas cargadas de gamba, cigala, langosta, rape, bacalailla, pescada y toda la demás gloria bendita, junto a las lechas y las gallinetas de los trasmallos. La cinta empieza a moverse como una serpiente, mientras los compradores no pierden ripio para ir aprovisionándose del mejor género, mientras uno de los empleados no para de echar palas de hielo a las cajas. Van sucediéndose los nombres de los barcos como en una procesión: el Monguío, el Secre, la Virgencica, el Anamar. Y así día día, con Reme concentrada para que cuadren todos los números, todos los kilos, todos los calibres. Y cuando todo está controlado es cuando ella, esta chanqueña por genes y corazón, es cuando empieza a disparar a todo lo que se mueve: a Antonio el apuntaor, al bote de la luz; a Vicente el de los Barrancos, a la Coneja o al guardián del Almaryyat.
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