Colocado a los pies de la balconada del Ayuntamiento, el concejal más joven de la Corporación Municipal recoge el Pendón de Almería de manos de la alcaldesa después de responder hasta tres veces con la promesa de devolver el estandarte que conmemora la entrega de Almería a los Reyes Católicos, a las dependencias consistoriales después del recorrido oficial.
Este episodio ha repetido la acción de su liturgia, mínimo desde los años del 'turnismo' y la Restauración. Los periódicos de finales de la centuria de 1800 y la primera década de 1900 ya recogían en sus páginas la palabra 'joven' seguida de la de concejal, pero, ¿porqué tal honor y responsabilidad es entregado por los primeros ediles a la persona que por edad se le presume una menor experiencia en la labor pública? Tal vez la respuesta no se encuentre en la trayectoria política, ni en un gesto de deferencia y bienvenida a la Corporación Municipal, y solamente en el hecho de ser joven. Dicho de otra manera, la persona de menos edad tiene más opciones vitales que otros individuos para custodiar y defender el Pendón.
Esto de concejales y alcaldes es una cosa novedosa que a fin de cuentas viene a remplazar a los reyes y alféreces que fueron los protagonistas primigenios de la ceremonia y salvaguarda de las armas reales. El alférez mayor era el rango militar que enarbolaba el pendón en tiempos de guerra y paz, tanto en el campo de batalla guiando a las huestes, como en la vida pública rodeado de regidores locales.
Esta dignidad de alférez mayor era un privilegio real que, a parte de alzar el estandarte en las aclamaciones de los reyes y tener voz y voto entre cabildos y ayuntamientos, conllevaba el honor de la custodia del pendón en la propia casa del alférez mayor. "Tengáis en buestro poder los atambores y banderas y pendones y otras ynsignias (...)". No piensen que me ha sentado mal la Nochebuena, es la transcripción de un acta de 1558 sobre el Alférez Mayor de Guadalajara.
Esta cita, sumada a otra recogida a finales del siglo XVIII sobre las desavenencias de los regidores del Cabildo de Canarias acerca de "ir a buscar y llevar a su casa" al Alférez Mayor, no hace sino que pensar que efectivamente, no sólo el pendón se guardaba en la morada de este militar, sino que podría haber sido un privilegio nobiliario que pasase de padres a hijos dentro de la misma familia.
Marqueses de Torre Alta: alféreces perpetuos de orígenes moriscos
La ciudad de Almería también tuvo su tradición de alférez mayor, y de acuerdo con la distinción dada por Carlos IV el 19 de octubre a José Avís Vanegas de Careaga Gibaje y Ballesteros, I Marqués de Torre Alta, este beneficio conllevaría el ser "alférez mayor y regidor perpetuo de Almería". Los inicios de estos perennes alféreces almerienses se remontan a Albofat Avís, quien habría sido alguacil y alcaide de Almería en el siglo XVI, además de estar emparentado con el gobernador musulmán de Almería Sidi Hiaya.
Tal fue la importancia de la familia Avís en las tierras almerienses que llegó a ser reconocida con las responsabilidades propias de un rey. Alberto Martín Quirantes encontró entre los legajos del marquesado de Torre Alta esta honrosa obligación que se le confirió a la familia Avís. "Si al reino faltara rey moro, nombraran e hicieran rey a uno de estos de esta casta de Avís por ser como dicho tiene de la más honrrada y estimada que había en este reyno".
De este árbol genealógico con raíces moriscas se desprende un entramado de ramas y parentescos familiares que durante siglos han estado ligadas al gobierno de la ciudad, a sus alféreces mayores y por ende al Pendón, hasta traspasar esta distinción nobiliaria a los poderes municipales que mantuvieron la tradición de la persona más joven.
A lo largo de los años, esta práctica ha evolucionado, pasando de los tiempos de los reyes y alféreces a la actualidad, donde la juventud se erige como guardiana de un legado que trasciende las generaciones. La designación del concejal más joven para proteger el Pendón no solo honra el pasado, sino que también proyecta una visión hacia el futuro, reconociendo en la juventud la capacidad de salvaguardar la identidad de Almería a lo largo del tiempo. Así, esta costumbre se revela como un legado inquebrantable que, más allá de su evolución, sigue siendo un pilar fundamental en la narrativa histórica y cultural de la ciudad.
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