Cuando presentó el libro me dije: “lo compro”. Lo tenía claro para regalármelo y hasta creo recordar que bajé una tarde a ‘La Picasso’ y me puse a hablar con Guillermo Blanes y se me echó la hora de misa encima y, lo fui dejando hasta que el destino ha querido que llegue a mis manos.
Una mañana vino a saludar a Javier Romero el periodista José Manuel Bretones, al que siempre he seguido porque tiene una pluma muy almeriense y se documenta como nadie. Vino a mi mesa a saludarme y le comenté que era un fiel seguidor de sus artículos en Diario de Almería y salió el libro. Le dije que ya no podía esperar más y me anunció que no quedaban pero me daría una sorpresa.
El libro
Un lunes por la mañana mi mesa de trabajo parece ‘El Baratillo’ del barrio de Los Ángeles y me pidió el bolígrafo y escribe una dedicatoria: “A Tony Fernández, periodista y amigo. Este libro es un homenaje a los héroes de aquella tragedia que sufrió la ciudad; y tu padre, Tony, fue uno de los héroes desinteresados y entregados a los demás. Debes de estar orgulloso de él”. Y la firma.
No pude contener la emoción, se me saltaron las lágrimas. El libro me hizo un nudo en la garganta. Yo tenía 12 años y conocía el dolor de los González que trabajaban en Saveres y perdieron a un hermano.
Y aquellas visitas al cementerio para verlos allí a todos con sus nombres y la misma fecha de fallecimiento. Nos toco mucho aquella tragedia.
El autor
Le sigo de toda la vida y le suelo leer de forma reposada como a Manolo León, porque todo lo que escriben está documentado y contrastado. Son periodista de enorme rigor y leerlos te alimenta y te enseña. Ya quisiera yo rozar su nivel.
He tenido la oportunidad de abrazarlo por obra y gracia de Javier Romero y les confieso que en las distancias cortas rebosa ese acento almeriense y el conocer muy bien todo lo que sucede en nuestra ciudad. No es un periodista cualquiera y toda Almería lo sabe. Estoy loco por poder devorar su libro y viajar al edificio Azorín de su mano. Ya me tarda.
El EBRO
Le conté como mi padre se entregó a la causa y la de viajes de escombros que dio de forma desinteresada. Él y muchos más. Manolo ‘Saberes’, mi padre, tenía un camión EBRO que era ideal para el desescombro de las viejas casas que se tiraban abajo por el centro. Siendo un camión pequeño podía acceder a todos los espacios y se lo rifaban los palistas porque tenía basculante y todo. Creo recordar que lo llamó Luis Criado con el que estaba trabajando y allí estaban los dos. Uno con la pala y el otro con el camión. Eran más, pero creo recordar (escribo de memoria) que hubo cola de palas cargadoras y los camiones no paraban de dar viajes en una lucha desesperada por la vida.
A mi me cuesta, pero mi padre era muy llorón, y sus ojos azules derramaban lágrimas en cada viaje. Yo miraba por la ventanilla viendo a la policía, las ambulancias, los voluntarios quitando vigas y hierros y... las funerarias con las cajas listas.
Se llevaba la comida de casa y ni cenaba por las imágenes que nos iba contando de la tragedia. Nos decía que había mucha prisa, pero aquello no tenia arreglo y los que quedaban por salir lo harían sin vida. Así fue.
Nadie cobró ni pensó hacerlo. Los almerienses sacaron lo mejor que llevan dentro y todo lo que no nos pudo contar mi padre está en un libro que me pone el corazón a botar: porque forma parte de nuestras vidas y todos los almerienses deberían leerlo.
El muerto
Con motivo de la fiesta de todos los Santos íbamos la familia al cementerio y no faltaba la visita a los que murieron en el edificio Azorín. Mi padre conocía a algunos y les rezaba una oración. Allí estaban en dos filas de nichos. Hoy con ese quita y pon de nuestros muertos ya quedan solo dos o tres y han enterrado a otros. Qué pena.
Un día me contaba una señora que su padre fue uno de aquellos almerienses que murieron en el Azorín. Y mucho más. Me dijo que fue a ver como lo sacaban para enterrar sus restos con otro familiar (no recuerdo el parentesco) y la caja se partió del peso y estaba intacto un mono azul. Un lápiz bicolor de carpintero. Una linterna de pila de petaca, una fiambrera y lo peor de todo: tierra dentro del féretro.
La distancia de los años no mitigaba su dolor consciente de que a su padre con las prisas lo metieron en la caja tal y como salió de los escombros. Cuánta pena me dio. Le dije que eso era para contarlo, pero no quiere. Hay que respetar tanto dolor.
A mi padre le hubiese gustado leer esta obra maestra.
Yo lo haré por él.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/268325/el-libro-de-mi-padre