La manzana del Hogar y la Bola Azul

En 10 años aquel paraje de huertas y cortijos recibió un moderno sanatario y un colegio

Instalaciones del Hogar Virgen del Pilar y más arriba, el santario de la Bola Azul en 1964.
Instalaciones del Hogar Virgen del Pilar y más arriba, el santario de la Bola Azul en 1964. La Voz
Eduardo de Vicente
20:09 • 28 ene. 2024

Fue en los primeros años de la posguerra cuando empezó a gestarse el proyecto de construir un sanatorio moderno que pudiera cubrir las necesidades de una ciudad que había quedado machacada por la guerra civil y que necesitaba con urgencia nuevas instalaciones médicas que pudieran darle un respiro al Hospital Provincial y a la Casa de Socorro.



En 1944 las autoridades del Instituto Nacional de Previsión pusieron en marcha la construcción de un sanatorio destinado al Seguro de Enfermedad. El primer paso fue encontrar un lugar adecuado donde levantar un gran centro que pudiera dar respuesta a las demandas de los ciudadanos, un escenario con espacios libres, alejado del tumulto del casco urbano, pero sin que estuviera excesivamente lejos. El terreno elegido reunía todas estas características: quince mil metros cuadrados en un solar entre el Camino de Ronda, la calle de Santa Bárbara y la Carrera del Haza de Acosta. Una vez que se buscó el terreno, el siguiente paso fue ponerse en contacto con las propietarias, las señoras María Giménez y Carmen González, que dieron grandes facilidades al tratarse de una proyecto que iba a beneficiar a todos los almerienses.



Hasta entonces, aquella manzana en la zona norte del Camino de Ronda era zona de huertas y cortijos, que en apenas una década se iba a transformar de tal forma que quedaría completamente irreconocible. El primer cambio llegó cuando en 1949 se iniciaron los trabajos para levantar el sanatorio popularmente conocido como la Bola Azul. Fue uno de los primeros gigantes que se levantaron en Almería, tras cuatro años de obras. Más de cien millones de pesetas de inversión para construir un complejo que paliara las graves carencias en infraestructura sanitaria de la época. La Residencia ‘Virgen del Mar’, como se llamaba oficialmente, trajo trescientas nuevas camas, diez quirófanos, tres salas de partos, un ambulatorio anexo y una cocina que disponía de todas las comodidades que anunciaban los nuevos tiempos: máquinas peladoras de patatas, batidoras y marmitas de vapor prusianas. 



La modernidad del sanatorio se podía ver también en la instalación eléctrica de sus salas y en un adelanto que hasta entonces no se había visto en ningún edificio de la ciudad: una instalación de busca-personas mediante la cual un médico cuya presencia fuera necesaria en cualquier parte del sanatorio pudiera ser fácilmente localizado de forma inmediata. La cúpula del sanatorio, coronada  por una enorme semiesfera celeste, que se veía a varios kilómetros de distancia, era lo más llamativo y lo que le dio al centro ese apodo popular de Bola Azul, con el que todavía lo seguimos conociendo. Bajo la coloreada cúpula se ocultaba un depósito para almacenar trescientos mil litros de agua. 



Tras la construcción del gran centro sanitario, aquella manzana del Camino de Ronda siguió transformándose con la puesta en marcha de otro gran proyecto, esta vez educativo: el colegio y Hogar Virgen del Pilar, que llegó con modernas instalaciones donde destacaban sus completas infraestructuras deportivas, incluyendo un campo de fútbol.



El 20 de diciembre de 1963 los niños del Hogar se trasladaron al nuevo edificio que la Diputación había levantado en la Carretera de Ronda. Dejaban el caserón de la calle Pedro Jover, donde muchos de ellos encontraron la única casa y la única familia que habían tenido.  Cuando los niños desembarcaron en el nuevo recinto, el Hogar era un lugar por hacer  que todavía presentaba carencias importantes, pero que disponía de los metros necesarios para convertirse con el tiempo en un colegio de referencia.  



Allí se encontraron con dos pabellones para que niños y niñas siguieran convenientemente separados, la casa del portero, una balsa vieja abandonada, último vestigio de la finca que había dado vida a aquel paraje, un patio con árboles que después se convertiría en campo de fútbol y un rincón con gallinas que se encargaba de criar el portero del colegio.




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