A Manuel lo conocían como el hombre del ventilador por la experiencia que tuvo en su juventud cuando lo contrataron como mecánico para el rodaje de la película Lawrence de Arabia. Como era ‘apañao’ para todo y lo mismo manejaba un jeep del último modelo que un camión o arreglaba cualquier motor averiado, su presencia se hacía imprescindible en aquellas maratonianas jornadas de trabajo en las dunas.
Cuando hacía falta el viento para que se levantara el polvo de la arena y las dunas de Almería parecieran el desierto más inhóspito del planeta, entonces llegaban varios días de calma, de esa quietud que de vez en cuando paraliza hasta las hojas de los árboles y que se convertía en todo un problema para los responsables del rodaje que necesitaban el viento para grabar la escena que exigía el guión.
El viento era el alma de las escenas, que necesitaban de la colaboración del aire para llenarse de épica y de realidad. Lawrence de Arabia le debe mucho a las tormentas de viento que tres ventiladores gigantes fabricaban en los momentos de calma. Si la naturaleza no mandaba el viento había que crearlo de forma artificial y allí estaba Manuel Escobar Prieto, el mecánico y conductor de Almería que manejaba el viento con las tres marchas del ventilador. Cuenta que cuando le metía la tercera la tempestad era tan grande que tiraba hacia atrás a los actores y espantaba a los caballos. La mayoría de las escenas de la película en las que aparece el vendaval están apoyadas en los ventiladores milagrosos de Manuel.
Manuel Escobar fue un almeriense más de los muchos que estuvieron trabajando durante nueve meses en la película. Su labor consistía en conducir el Land Rover que se encargaba de llevar la munición a los lugares de rodaje. Todas las mañanas tenía que recoger a primera hora a los miembros de la Guardia Civil, que eran los que custodiaban la pólvora, y llevarlos a los distintos escenarios donde necesitaban los explosivos; además, era uno de los responsables del manejo de los ventiladores, empleos por los que ganaba mil doscientas pesetas a la semana. Podía haber ganado mucho más, pero no lo hizo porque prefirió ser un tipo honrado y no meter la mano en lo que no era suyo. Contaba como anécdota que el responsable de los transportistas que trabajaron en Lawrence de Arabia al terminar el rodaje le dijo: “Manolo, eres el chófer más tonto de Almería, el único que no te has llevado nada a tu casa”.
Manuel Escobar nació en 1932 en la calle de la Encantada. Desde niño se aficionó al mundo de los motores porque su padre trabajaba de chófer con los Romero Hermanos. Cuando en la guerra civil ardieron los depósitos de Campsa que estaban instalados en el puerto, su padre era uno de los camioneros que iba a Alicante a por la gasolina cuando Almería se quedaba desabastecida.
Al terminar la guerra su padre se colocó en la Renfe, oficio que aprovechó para hacer estraperlo. Él solía acompañarlo en aquellas incursiones del hambre en las que se traían cargamentos de pan, aceite y harina de los pueblos de Granada. Manuel se pasó los años más duros de la posguerra almorzando en los comedores sociales de Auxilio Social y cuando tuvo edad para trabajar se fue a Sevilla a un taller de mecánica que tenía su tío. Regresó con quince años de edad y entró de pinche de albañil en la construcción del edificio del ‘18 de Julio’, cobrando un sueldo de dos pesetas diarias.
Pero su vocación, como la de su padre, eran los coches. En 1955 estuvo llevando la camioneta de Correos que iba dos veces al día a la estación a recoger la correspondencia. Fue conductor de uno de los camiones que traían el mineral desde Huéneja al puerto de Almería, hasta que en los años sesenta se colocó en la empresa de don Luis Piner llevando todo tipo de vehículos. Allí conoció al empresario Manuel Roig, que fue el que le buscó el empleo en Lawrence de Arabia para llevar otro sueldo a su casa.
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