Lo que hoy forma parte de la milla de oro de la hostelería, ese rincón donde se junta la vida que genera Casa Puga con los bares de la calle de las Tiendas, llegó a tener tanta importancia comercial o más que el Paseo a finales del siglo XIX y principios del XX. Aquella esquina era sagrada por la importante de los establecimientos que allí existían y porque formaba parte del camino oficial que unía los barrios periféricos de poniente con el centro de la ciudad. La gente que iba y venía desde la Almedina, el Reducto, la Alcazaba y la Chanca hacia la Puerta de Purchena cruzaba por la calle de Mariana y la calle de las Tiendas. Eran tantos los negocios que poblaban el lugar que hasta en los portales llegaron a instalarse vendedores ambulantes de turrones, helados y frutos secos.
En aquella esquina sagrada, bendecida por la imagen del Santo Cristo que era venerada unos metros más abajo, se instaló uno de los grandes empresarios de la Almería del XIX, el alicantino Isidro García Sempere, que allá por el año de 1872, cuando sólo tenía 24 años de edad, dejó su tierra natal, Alcoy, y se estableció en nuestra ciudad con una papelería que montó con el nombre del Alcoyano.
Una década después, cuando la ciudad luchaba por la llegada del tren, el negocio del señor Sempere fue bautizado con el nombre de El Ferro-Carril, sumándose de esta forma a la fiebre reivindicativa que envolvía a todos los sectores de la ciudad en pos de un mismo objetivo.
La papelería, que contaba también con un taller tipográfico, estaba ubicada en la calle de las Tiendas, frente a la iglesia de Las Claras, en el espléndido edificio donde años después se abrió la tienda de tejidos de El Blanco y Negro. Desde los primeros años de funcionamiento, la papelería de Isidro García Sempere se convirtió en un referente en toda la provincia.
Los escaparates que daban a la calle de las Tiendas y a la de Santo Cristo, cambiaban según la época del año. A comienzos de septiembre eran un reclamo para los niños que tenían que empezar el colegio: los estuches de colores más llamativos, los mapas del mundo a todo color, las plumas de último modelo que salían al mercado, llenaban las vidrieras del negocio transformándolo en un gran bazar para los escolares. Por Navidad aparecían expuestos los célebres almanaques americanos surtidos de hermosos dibujos que iban anunciando los meses, y en uno de los escaparates montaba un Belén con figuras de barro que componían una estampa de gran belleza, como así lo reflejaba un artículo aparecido en la prensa local en 1884, que decía: “Como nos tiene acostumbrados por estas fechas, nuestro amigo don Isidro García Sempere ha vuelto a decorar el escaparate principal de su papelería con un Nacimiento al que no le falta detalle alguno, formado por lujosas figuras de barro que le han enviado de Valencia. Son numerosos los niños y padres que se asoman a admirar tan apreciada obra de arte”.
Si el negocio de Sempere marcó una época, también lo hizo el establecimiento que vino después para que la esquina de la calle de las Tiendas con la del Santo Cristo siguiera manteniendo su prestigio comercial. En el verano de 1921 ya aparecía en la prensa la publicidad de El Blanco y Negro, que se anunciaba entonces como ‘Gran establecimiento de tejidos’. “El acontecimiento más comentado de estos días lo constituyen los precios excepcionales de sus artículos”, decía uno de los mensajes del negocio unos días antes de que comenzara la feria de 1921.
El Blanco y Negro fue una iniciativa de los hermanos Justo y Francisco Ortega Carrillo, que acometieron la aventura empresarial de establecer una nueva tienda de tejidos en una época de máxima competencia. Los dueños del Blanco y Negro montaron una espectacular fachada a dos calles donde destacaban el juego de rombos a dos colores y la suntuosidad de sus escaparates. La entrada principal para el público estaba en la calle de las Tiendas, aunque el local contaba con otra puerta que daba a Santo Cristo, que se utilizaba más para la carga y descarga de la mercancía, que entonces llegaba en carros hasta la misma puerta del establecimiento. El Blanco y Negro se nutría mucho del tráfico de pasajeros que existía en la zona. A unos metros del establecimiento, en la calle de Jovellanos, había dos posadas donde paraban los coches de los pueblos. En la puerta de la Posada del Catalán estaba la parada de Roquetas y Garrucha, y en la Posada del Capricho se cogía la tartana de Aguadulce y los coches hacia Dalías, Lubrín y Uleila.
El Blanco y Negro mantuvo su fuerza comercial hasta que al estallar la guerra civil el establecimiento cambió de manos y pasó a estar controlado por la Unión General de Trabajadores. Tres años antes, en una manifestación de obreros durante la República, fue asaltado por un piquete que destrozó sus espléndidos escaparates.
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