La calle de Dolores R. Sopeña, a mediados de los años sesenta, era uno de esos lugares fronterizos que miraban a la Rambla con un ojo, mientras que con una mano trataban de engancharse a la vida del centro de la ciudad. Estaba a cuatro minutos escasos del Mercado Central, pero la presencia imponente del viejo cauce le daba un aire de soledad y de lejanía.
Era un escenario que parecía distante del mundo, con sus viviendas de dos plantas y aspecto señorial, que guardaban en su vientre espléndidos patios con jardines que acentuaban el carácter rural que entonces conservaba toda la calle. Allí, en 1965, recién llegado a Almería después de su aventura en tierras americanas, el pintor Francisco Capulino Pérez, ‘Capuleto’, se embarcó en un ambicioso proyecto: construir un hotel moderno que pudiera paliar el déficit de plazas que entonces había en la ciudad y de paso poner en valor en sus salones la cultura local mediante la organización de conferencias y exposiciones artísticas.
El promotor se acogió a los beneficios del Crédito Hostelero que otorgaba el Ministerio de Turismo al considerar el hotel “de gran utilidad pública” y a la ayuda del llamado Plan de Industrialización de Almería que había puesto en marcha el ayuntamiento con fecha del 31 de enero de 1957.
Capuleto buscaba un negocio que a la vez fuera su propio refugio, el suyo y el del célebre movimiento Indaliano que en aquel tiempo estaba en plena ebullición. Así nació el Hotel Indálico, apartado del ajetreo del centro, sobre un edificio de doce plantas, con cien habitaciones dotadas de cuarto de baño, como exigía la nueva época, y con una capacidad que superaba los ciento ochenta y cuatro huéspedes.
El Hotel Indálico, que fue inscrito en su orgien como hostal, no tardó en convertirse en sede las tertulias indalianas. En sus salones se celebraban subastas de arte, importantes charlas taurinas, bailes de Nochevieja y los fines de semana, cuando el Almería jugaba en casa, recibían a las expediciones de los equipos que nos visitaban en aquellos años setenta de grandes emociones en los que en tres temporadas subimos de Tercera a Primera División. El Indálico fue hijo de la fiebre turística que nos atacó a los almerienses en los años sesenta. Creíamos de verdad que podíamos tener nuestro sitio en el mapa nacional y nos pusimos manos a la obra promocionando nuestra tierra como no se había hecho nunca y construyendo hoteles para ser más atractivos. A comienzos del año 1967 la ciudad contaba con cinco complejos hoteleros en construcción, además de la urbanización Castell del Rey, que en su génesis también estaba pensada para fomentar el turismo.
En el mes de enero de 1967 estaban a punto de llegar a su fin las obras del Hotel Indálico y ya se había terminado de construir el Gran Hotel Almería, mirando al Parque y al puerto. También era ya una realidad el Hotel Hairán, proyectado en 1966 por el arquitecto Antonio Góngora Galera en un terreno privilegiado frente a la playa de las Conchas y con fachada principal a la entonces Avenida de Vivar Téllez (actual Cabo de Gata). Además de estos tres grandes complejos que estaban a punto de inaugurarse había otros dos hoteles en marcha, aunque ninguno de los dos llegó a abrir sus puertas como hotel. Uno era el Hotel Mira-Mar, que los socios Trinidad Miras Almecija y José Martín López habían empezado a levantar en el solar del célebre garaje Trino. En 1966 se autorizó a que la sociedad Trino y Marín renovara sus viejas instalaciones industriales entre el Camino de Ronda y la playa, dándole la licencia para ejecutar nueve plantas de altura en aquel lugar privilegiado. Poco importaba que con ese proyecto de edificio la ciudad perdiera las vistas al mar, que se taponara la imagen del Cable Inglés y que rompiera a pedazos la estética de un barrio donde lo más moderno era el edificio de dos plantas donde se ubicaban las oficinas de Oliveros. El solar de Trino se había ido quedando viejo y nada mejor que un edificio gigante para dar otro paso hacia esa particular forma de progreso que adoptamos en Almería. Al final, el proyecto inicial de hotel no resultó y el edificio acabó siendo un nido de negocios y oficinas.
También se frustró la idea del Hotel Alcazaba, que el empresario José Artés de Arcos tejió frente a la playa de la Térmica en el Zapillo. La construcción acabó convirtiéndose en la primera residencia de ancianos que tuvimos en Almería, un gigante de doce plantas en la vieja carretera del Zapillo que llegaba hasta el río, al borde de un camino donde todavía se cruzaban los carros de mulas que iban y venían de los cortijos de la vega con los Seat 600 de los bañistas que se perdían por aquel trozo de playa.
Los que sí cuajaron fueron el Gran Hotel Almería, el Hotel Indálico y el Hotel Jairán, que fueron inaugurados en la primavera de 1968 por el ministro Fraga Iribarne, que se había convertido en uno de nuestros principales valedores en la batalla por conquistar el turismo. Cuando el señor Fraga vino a cortar la cinta de los hoteles, nos puso la miel en los labios diciendo que nuestra tierra había iniciado un despegue sin retorno hacia el progreso, que ya teníamos hoteles modernos y también un hermoso aeropuerto que estaba a punto de recibir el primer avión en los descampados yermos del Alquián.
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