Ese niño que tenía prendadas a todas las madres de España, cuando llegó por primera vez a Almería paró el Paseo. No es que en ese mes de enero de 1957, la principal calle de la ciudad fuese un tránsito continuo de vehículos motorizados como hoy -pasaba un Gordini y a lo mejor un cuarto de hora después aparecía un Biscúter y entre medias cuatro carros con patatas de la vega- sino que ver de cerca a Joselito, el pequeño ruiseñor, sería como acercarse hoy a la prodigiosa Rosalía.
Esa tarde de invierno, el niño prodigio de España hizo que la ciudad rural que era aún Almería, rodeada de fanegas de maíz y alfalfa más allá de la Rambla, se echara a la calle: mujeres con abrigos de paño comprados en Almacenes El Aguila, con niños de la mano, peinados con agua de colonia como el propio niño cantor; hombres que salían del Colón o del Español al ver pasar la comitiva de actores y actrices, escoltados por el alcalde Emilio Pérez Manzuco, el gobernador civil, Ramón Castilla, y el concejal de Festejos, Pepe Tara; guardias urbanos que trataban de ordenar un poco la riada de gente, a la entrada del Teatro Cervantes, como cuando vino Sofia Loren seis décadas después. Si en esos tiempos hubiera habido estrellas sobre el suelo de la calle Poeta Villaespesa, a Joselito se la hubieran puesto doble.
Se llamaba -se llama aún con 80 años- José Jiménez Fernández pero para la patria cañí era Joselito, un niño pegado a una garganta, que, con su trino celestial, curaba la tristeza de una España en blanco y negro, el luto de un país que aún tenía frescas en la memoria las heridas de una guerra entre hermanos.
Joselito vino a la ciudad a participar en el IV Festival de Cine Español de Almería, una especie de Fical de los años 50 que nació al mismo tiempo que el Festival de San Sebastián, pero que, por la secular apatía urcitana, menguó hasta desaparecer, mientras que el donostiarra medró hasta convertirse en uno de los más cotizados de esta industria.
La primera edición se celebró en 1954 como una actividad más de la Feria de Invierno, que trataba de colocar a la ciudad en el mapa de la promoción turística bajo la vitola de un magnífico clima durante los doce meses del año: ‘Almería, donde el sol pasa el invierno’. Ese primer festival cinematográfico almeriense -no todo empezó con el Festival de Cortos, a veces hay que evitar el adanismo- obtuvo, además, pedigrí nacional otorgado por la Dirección de Cinematografía. Por las primeras ediciones desfilaron artistas como Juanjo Menéndez, Carmen Sevillla, Alfredo Mayo, Victoria D’ocon, Manuel Luna, Aurora Bautista o José Luis Tello. Y se proyectaron películas como El Alcalde de Zalamea, Sucedió en Sevilla, el Padre Pitillo, La vida es maravillosa, Suspenso en comunismo, La mestiza o La fierecilla domada.
A la ciudad se desplazaban, llenando los hoteles de entonces, como el Simón o La Perla, directores, productores y periodistas especializados de revistas como Primer Plano y de los diarios Pueblo, Arriba y de Radio Nacional.
El año de Joselito fue el más prestigioso y se presentaron en el Cervantes las películas Calle Mayor, Minutos Antes, Cuando el valle se cubre de nieve, El genio Alegre y El pequeño ruiseñor. No había llegado aún la televisión y las emisoras locales como Radio Juventud y Radio Almería informaban al minuto del Festival y la voz de Pumarola con entrevistas a los primeros actores y actrices se dejaba oír como banda sonora en los cafés del Paseo, ponderando siempre el clima y el marisco de Almería. Ese marisco del que Marujita Díaz, Lina Canalejas o Germán Cobos daban cuenta en el reservado del Club de Mar o del Imperial. Todo el cine en Almería no empezó con los rodajes de Tabernas, con El Bueno el Feo y el Malo, con Leone o Claudia Cardinale sobre un coche de caballos de Alvarillo; no, antes que el Spaguetti y Clint Eastwood, brilló este simpático festival de cine español en Almería que nació con ínfulas y terminó debilitándose como una gaseosa, como a menudo ocurre en esta tierra.
Ese día de mediados de enero, llegaron los protagonistas del Festival en el tren expreso: el director Antonio del Amo, el pequeño Joselito, Mariano Azaña, las actrices Lina Canalejas y María Piazzai, junto a periodista como Joaquín Romero Marchent, José de Juanes, Gómez Mesa y García de la Puerta. A la tarde siguiente, todo el patio de butacas, las plateas y el gallinero del Cervantes se llenaron para ver El pequeño ruiseñor, con el niño protagonista en una de las butacas de primera fila.
Al terminar la proyección, el portento cantó sobre el escenario Campanera, una de las canciones que más emocionaban a los almerienses allí presentes y recibió como obsequio, Joselito, una Alcazaba bañada en oro de manos del delegado de Información y Turismo, Rafael Martínez de los Reyes.
La comitiva del Festival, con Joselito como la estrella principal, acudió a una cena en la Casa Consistorial y después a una fiesta organizada en el Casino donde se concedieron los premios, siendo ganadora la película Calle Mayor, producida por Cesáreo González y dirigida por Juan Antonio Bardem. Al día siguiente, Joselito volvió a coger el tren para no regresar más a Almería, como no regresó más el Festival de Cine Español. El pequeño ruiseñor, nacido en Beas de Segura (Jaén) en 1943, siguió triunfando como un Antonio Molina en miniatura. No solo en España, también en París, de la mano de Luis Mariano y en América donde conoció a Sinatra a Dean Martin a Cantiflas, y siguió haciendo películas y llenando cines y salas de fiesta, como un antecedente de Marisol y Rocío Dúrcal. Hasta que a finales de los 60 le cambió la voz de niño a hombre: ya no enamoraba a las madres de España, ya no paraba el tráfico, ni cerraba calles, como aquel día de hace 67 años en el viejo Paseo de Almería.
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