El derribo del edificio donde estuvo ubicada la famosa bodega La Oficina, en la calle de Granada, ha dejado al descubierto un laberinto de callejones que componen un rincón insólito en el que se puede comprobar con la mayor crudeza el caótico desarrollo urbanístico de la ciudad a lo largo de los últimos sesenta años. El escenario es desolador: detrás del trozo de fachada que ha quedado en pie del histórico edificio derribado aparece un estrambótico piso de dos alturas, formado por dos cuadrados superpuestos, que estaba pegado a la vivienda que acaban de tirar y que ahora se ha quedado en fuera de juego formando un islote en medio de la calle, como si alguien lo hubiera dejado caer allí desde el cielo.
Al fondo aparecen pisos de nueva construcción mezclados sin orden ni concierto con casas viejas que se han ido quedando arrinconadas y con la histórica torre de los Perdigones en la que los vecinos han colgado algunas antenas de televisión aprovechando su altura. Este entramado parte de la calle del Relámpago, que está formada por cinco callejones que desde la calle de Granada se van entrelazando hasta desembocar en la calle de Murcia. Cinco pequeños pasadizos, estrechos y escondidos, que suele pasar desapercibido. Tanto que hay cientos de almerienses que transitan a diario por las dos esquinas de la calle y nunca se han internado en su peculiar laberinto. Ahora, después del derribo de la casa del bar La Oficina, muestra todos sus encantos y todas sus miserias de una vez y llama la atención para recordarnos esa pregunta sin respuesta que tantas veces hemos formulado los almerienses: ¿Cómo se pudo permitir en Almería este desarrollo urbanístico que parece obra de un chiflado?
Sobresaliendo de esta escena dantesca aparece la torre de los Perdigones, completamente olvidada y completamente perdida en un entorno que se la ha ido comiendo lentamente. Estamos hablando de una reliquia de otro siglo que en su tiempo sirvió de fábrica de municiones y que desde hace décadas pasa completamente desapercibida, como si no existiera, como si formara parte de un decorado ficticio, de la tramoya de una película. En su época llegó a ser una de las pocas industrias que existían en la ciudad. Allí, en el horno que culminaba la estancia superior del edificio, se fundía el plomo que después se iba cribando para conseguir los perdigones de distinto calibre. Su origen nos lleva a las primeras décadas del siglo diecinueve, cuando aquella zona de la ciudad se quedaba a extramuros y estaba rodeada de huertas. La torre debió de quedar abandonada en las últimas décadas del siglo, cuando Almería fue creciendo hacia Levante y las ordenanzas prohibieron que se pudiera construir o mantener dentro del recinto de la ciudad este tipo de fundiciones. La vieja torre de los Perdigones se quedó sin actividad y fue cayendo en el olvido, rodeada de un manojo de casas que la fue ocultando hasta eclipsar completamente su historia.
Ahora solo cabe esperar a que tal y como se anuncia en un gran mural que han colocado en la calle de Granada, una nueva edificación ocupe ese solar que ha quedado vacío y cuya ausencia ha dejado al descubierto este rincón insólito de nuestra caótica y querida Almería.
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