En 1932, cuando la Escuela de Artes y Oficios dependía del Ayuntamiento de Almería, una mujer joven que destacaba en la ciudad por sus habilidades como modista, consiguió la autorización oficial para crear una clase en la que impartir las enseñanzas de corte y confección como asignatura no oficial.
El primer año, la profesora María Campos Peral reunió en las aulas a ochenta alumnas; la demanda siguió creciendo curso tras curso, superando el centenar de muchachas en el último año que estuvo funcionando la escuela antes del estallido de la guerra civil.
En el otoño de 1939 se reanudaron las clases gracias otra vez al empeño de María Campos, que fue por toda la ciudad anunciando su nuevo proyecto para que las mujeres aprendieran un oficio de provecho. Muchas jóvenes almerienses de aquella época pudieron salir de sus casas y ganarse la vida con su trabajo por la iniciativa de doña María, que en algunos casos llegó a visitar personalmente las casas de las alumnas y llegó a hablar con los padres para que mandaran a las niñas a su aula y pudieran labrarse por sí mismas un porvenir.
Fue tanto su empeño y tan reconocida su reputación como maestra, que en noviembre de 1939 las clases de corte y confección eran las más demandadas de la Escuela de Artes, llegando a alcanzar el número de doscientas ocho inscritas, todas bajo la tutela de una sola profesora y con un abanico de edades tan extenso que había alumnas desde catorce años hasta señoras con más de cincuenta que querían perfeccionar su técnica.
Para garantizar la separación de sexos, aspecto en el que fueron muy radicales las autoridades del Franquismo, las clases de corte y confección se impartían durante el día y los estudios de los alumnos se programaron por la tarde y por la noche.
María Campos Peral dedicó su vida a la enseñanza y durante los más de cuarenta años que estuvo al frente de la clase de corte y confección mezcló sus dotes innatas como pedagoga con un dosis de ternura que le sirvió para ganarse el cariño de las miles de alumnas que pasaron por su clase. Era la maestra dentro y fuera del aula y era habitual que las niñas, cuando tenían alguna duda o no conseguían terminar un trabajo, se presentaran en su casa para pedirle ayuda. Ella siempre estaba dispuesta y dejaba todo lo que tuviera en ese momento entre las manos para colaborar.
La eterna profesora habitaba uno de los pisos de la Casa de las Mariposas. Desde sus balcones se veía toda la Puerta de Purchena, el Paseo y la Rambla del Obispo en toda su extensión. Doña María siempre estaba asomada a la ventana, ultimando algún trabajo, repasando una costura con alguna muchacha rezagada a la que se le atravesaba un encaje.
En 1943, cuando la Escuela de Artes pasó a depender del Estado, la asignatura fue reconocida como clase complementaria y la profesora fue nombrada maestra interina, hasta que en noviembre de 1951, tras superar unas oposiciones, obtuvo la plaza oficial de profesora del Taller de Corte y Confección.
No sólo la Escuela de Artes impartía esta asignatura profesional exclusiva para las mujeres. En 1940, se creó la Escuela del Hogar de la Sección Femenina, que dependía de Falange, donde además de la asignatura de corte y confección, enseñaban a las jóvenes labores artísticas, plancha, cocina y zurcido.
Al terminar los estudios se les daba el título correspondiente y a las más destacadas se les concedía una beca, que no siempre se correspondía con sus méritos académicos y sí por su adhesión al Régimen: “Todas las que hoy son profesoras son acreedoras a esta recompensa por sus servicios, por sus constantes trabajos y muchas de ellas, por los prestados por sus familiares, todos caídos durante el dominio rojo”, decía una de las notas emitidas por la Sección Femenina en un acto de fin de curso.
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