La Almería que se tiraba a la calle

Cuando había que festejar, todo tenía que pasar por la Puerta de Purchena y el Paseo

Un enjambre de muchachos llevando a hombros a un torero de luto mientras la ciudad esperaba la llegada en la Puerta de Purchena.
Un enjambre de muchachos llevando a hombros a un torero de luto mientras la ciudad esperaba la llegada en la Puerta de Purchena. La Voz
Eduardo de Vicente
20:31 • 11 mar. 2024

Las fiestas colectivas, la euforia desbordada, las celebraciones en la calle tenían que pasar a la fuerza por la Puerta de Purchena y por el Paseo para que parecieran de verdad. Todo tenía que suceder allí, en aquellos dos escenarios donde los corazones de los almerienses se transformaban en uno solo creando identidad de patria. 



En los años de la Transición, cuando se organizaban las primeras manifestaciones, a nadie se le ocurría convocarla en una plazoleta del Quemadero, en una travesía de la Carretera de Ronda o frente a la playa del Zapillo. Hasta las manifestaciones no autorizadas, las que se gestaban al otro lado de la ley, tenían razón de ser solo si pisaban la Puerta de Purchena y el Paseo, fuera de estos escenarios cualquier acontecimiento corría el riesgo de perder protagonismo y quedarse solo en una anécdota.



Aquí, en Almería, no fuimos demasiado reivindicativos a la hora de salir a la calle a batallar. Cuando se organizaba una manifestación eran más los espectadores que los participantes y siempre se acababa escuchando aquella  frase que decía. “No nos mires, únete”, que no solía tener respuesta.



Aquí lo que más nos gustaba era tirarnos a la calle para festejar las hazañas de un héroe. Navegamos por la posguerra huérfanos de héroes y necesitábamos identificarnos con un triunfador, alguien en quien pudiéramos proyectar ese manojo de sueños que la realidad nos iba negando. 



Ávidos de vencedores no dudábamos en elevar a los altares al primer torero que en una tarde de feria les endulzara un poco más los pasteles y el vino a los entendidos aficionados de la grada de sombra. La tarde que triunfaba un torero la ciudad caía rendida a sus pies y como si de un ritual místico se tratara, la gente se echaba a la calle para festejar el milagro y venerar al matador. 



En ese instante mágico en que la tarde de agosto se llenaba de sombras, envuelta en una neblina de calor y humedad, una muchedumbre entusiasmada bajaba por la Avenida de Vílches con un torero sudoroso a hombros. En cierto modo, todos aquellos muchachos que llevaban en volandas al héroe se convertían también en héroes en esa media hora que duraba el trayecto. Cuando atravesaban los últimos metros de la calle de Granada y pisaban la magia de la Puerta de Purchena, el héroe ya no era solo el torero, sino todos aquellos espontáneos que con la piel de gallina recibían los vítores de los miles de almerienses que esperaban la llegada del torero  como si acabara de ganar una guerra. Aquella pasión desbordada, aquella eclosión de alegría popular se convirtió en uno de los alicientes de cada feria. La gente, cuando se enteraba por la radio que un torero estaba triunfando, se vestía con sus mejores galas como si fueran a la procesión de la Virgen del Mar y participaban de aquel momento fantástico que terminaba en el Real de la Feria.



Quizá, los primeros héroes  globales que tuvo Almería en aquel tiempo fueron los voluntarios de la División Azul, al menos se les trató como si lo fueran cuando muchos de ellos regresaron. Vivíamos de las migajas de los pequeños ídolos locales, de los toreros de agosto, de aquella generación de boxeadores que se formaron en la academia del hambre y de los delanteros que marcaban los goles del Almería cuando no salíamos de las mazmorras de la Tercera División.



Por eso, los almerienses nos echamos a la calle cuando nuestro equipo ascendió por primera vez a Segunda División y en los pueblos los vecinos salieron a la carretera para ver pasar el autobús del equipo camino del olimpo. Por eso nos volvimos locos cuando en 1961 nuestro boxeador de la Plaza Vieja, José Bisbal, paradigma de toda una generación, ganó el campeonato de España en Madrid y aquí lo recibimos como si nos hubiera tocado a todos la lotería. Y cuando su madre lo recibió con un beso delante de las autoridades, la muchedumbre automáticamente, compartió el título y también hizo suya la madre.


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