En esta última semana hemos visto a las máquinas y a los obreros trabajar a marchas forzadas en algunas calles del centro para adecentar el pavimento de cara a la Semana Santa. Una capa de alquitrán para tapar agujeros y que el decorado acompañe. Este lavado de cara, deprisa y corriendo, no es suficiente para disimular las graves carencias urbanísticas que siguen presentes en la ciudad, especialmente en algunas zonas del casco histórico que entran dentro del itinerario de varias cofradías.
En esta lista de lo que podríamos llamar ‘rincones con desencanto’, aparece en el puesto de honor la calle de Mariana, que no solo es importante en estos días por ser una de las arterias fundamentales en el camino hacia los templos y en el paso de las hermandades, sino también porque es una de las vías más utilizadas por el turismo cuando van hacia la Catedral y la Alcazaba. En el corazón de la calle de Mariana aparece un solar que lleva años medio abandonado y que en los últimos tiempos se ha convertido en un improvisado parking. El solar apareció cuando derribaron el edificio que había albergado durante medio siglo la confitería La Flor y Nata. Tras el derribo se quedó allí una explanada muerta que fue aprovechada para colocar coches de una forma tan caótica que el parking se ha comido la calle que unía Mariana con Lope de Vega, de cuya existencia solo se conserva la placa que recuerda que esa era la calle del Padre Tapia. Si el ilustre historiador almeriense levantara la cabeza y viera lo que han hecho con su calle, él mismo retiraría el rótulo de la esquina.
El Ayuntamiento, viendo la mala imagen que daba el solar, trató de maquillar tanto abandono colocando en el paredón medio derruido que quedó en pie grandes murales con fotografías de los rincones más reconocibles de la ciudad: el Faro, la estación del tren, la iglesia de las Salinas, la Plaza Vieja, el Cable Inglés. Cuando se pusieron los murales fueron una novedad y una buena idea, pero el paso del tiempo y la falta de mantenimiento han convertido en girones las fotos, que hoy se están cayendo a trozos, acentuando ese aire desolador de un lugar por donde pasa un gran porcentaje de los forasteros que vienen a la ciudad y por donde muchos almerienses transitaran para intentar disfrutar de la Semana Santa.
Otro ‘rincón con desencanto’ para ver las procesiones está en la calle Real, a medio camino entre el cruce con la calle Eduardo Pérez y la calle Gravina. Allí nos encontramos con otro solar, que cerrado con su tapia reglamentaria se ha convertido también en parking privado, y que sobre la acera nos muestra una escena dantesca, un auténtico monumento a la desidia con dos postes de la luz, dos palos a la antigua usanza, que a duras penas sostienen un manojo de cables. Cómo para ponerse debajo a ver pasar los santos. Este rincón parece más propio de una ciudad tercermundista que de una población como Almería que está obligada a cuidar su casco histórico con delicadeza porque es lo que enseñamos al que nos visita, donde residen nuestras señas de identidad. Si no teníamos bastante con los escombros y el piso quemado que sirven de pórtico de acceso al monumento de la Alcazaba, aquí tenemos dos puntos negros más que siguen machacando a nuestro querido casco histórico.
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