El pago conocido como el Tagarete ocupaba una amplia extensión de terreno que desde el otro lado de las vías del ferrocarril, a espaldas de la estación, se extendía hasta la playa. En los años 20, toda aquella zona donde se mezclaba la vega con los espacios baldíos se fue revalorizando, empujada por las iniciativas de uno de los grandes propietarios de aquel distrito, el abogado Miguel Naveros Burgos.
Naveros era uno de los personajes más polifacéticos de la ciudad, que alternaba sus labores profesionales como letrado y juez municipal con la vocación política y la actividad empresarial. Licenciado en Derecho en la facultad de Granada, en julio de 1901, empezó a ejercer la abogacía un año después.
El 16 de septiembre de 1904 contrajo matrimonio con Concepción Burgos Laynez, con la que tuvo nueve hijos: María del Mar, Miguel, José, Concepción, Jesús, Matilde, Juan, Carmen y Dolores. En 1918, como consecuencia de la epidemia de gripe que azotaba la ciudad, los Naveros perdieron a su hija María del Mar con tan solo 13 años de edad.
Miguel Naveros Burgos no tardó en convertirse en uno de los personajes de su tiempo. Era uno de esos hombres incansables que participaba activamente en la vida pública de Almería. Llegó a ser concejal en dos corporaciones distintas, en 1909 junto al alcalde Eduardo Pérez Ibáñez y en 1917 con Pérez Burillo al frente del municipio. En septiembre de 1918, cuando la gripe sembró el pánico calle por calle, casa por casa, el señor Naveros desarrolló una importante labor social en su cargo de teniente de alcalde. El 20 de octubre, ante la situación de emergencia que se vivía en la ciudad, Miguel Naveros Burgos, dirigió un telegrama a los representantes de las Cortes pidiendo ayuda inmediata: “Rogamos al Gobierno consiga remesa urgente, socorros para hacer frente a la situación calamitosa actual que afecta sobre todo a enfermos y necesitados”, decía el mensaje enviado a las autoridades de la nación.
Como empresario, Miguel Naveros Burgos pasó a la historia como el promotor del balneario de San Miguel, que se levantó sobre una parcela de su propiedad. Urbanizó la zona para construir una gran estancia veraniega y un balneario que le diera vida al barrio y permitieran integrarlo definitivamente en la ciudad.
Su iniciativa estuvo sembrada de dificultades, no sólo burocráticas, sino también por las piedras que le fueron poniendo algunos personajes importantes de la sociedad local, que vieron en el proyecto un negocio personal del señor Naveros. Éste, cansado de tanto batallar, escribió una carta a las autoridades de Almería y a los ciudadanos en general, donde venía a denunciar la desidia secular de la sociedad almeriense, tan reacia a respaldar los proyectos innovadores: “Si en Almería se hiciera lo que se practica en otras capitales como Málaga y Sevilla, de secundar colectivamente los esfuerzos individuales para el mejoramiento y desarrollo de la ciudad, sin recelos, sin ambiciones y sin venganzas, otra cosa sería de esta hermosísima ciudad, que se encuentra en el ostracismo por culpa lamentable de todos, que con apatía e indiferencia suicidas entorpecen toda iniciativa, quitando estímulos a los que los tienen y dando motivos a que se diga con toda razón que aquí esperamos el resurgimiento llovido del cielo”, denunció Miguel Naveros.
El nombre de Naveros estuvo también ligado a Ciudad Jardín. En julio de 1928, el abogado, empresario y terrateniente escuchó la llamada de los promotores y publicó una carta en el periódico ofreciendo dos fincas de su propiedad, ubicadas en el Tagarete, para la construcción de esas primeras casas. Unas semanas después del ofrecimiento del señor Naveros, llegó a Almería una comisión de especialistas para ver los terrenos donde se iba a crear la Ciudad Jardín. La comisión, que estaba formada por don Ricardo Argós, presidente de la sociedad constructora, el secretario, don Alberto Martos, y el arquitecto, González Edo, se quedó impresionada por la extensión de los terrenos y por la belleza del lugar.
A pesar del paréntesis de la guerra civil, Miguel Naveros fue testigo de la construcción de Ciudad Jardín, que ya era una realidad antes de su fallecimiento, el 3 de diciembre de 1945. Sus hijos, principalmente Jesús, se encargaron de continuar con el balneario del Zapillo, cuyo negocio fue decayendo lentamente hasta su desaparición, allá por los años 60.
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