Hay barrios en Almería donde los vecinos llevan años teniendo que aguantar los ruidos insoportables de los ‘rebeldes’, de aquellos que se pasan las ordenanzas por el forro de sus caprichos, de los que se ríen de la policía cuando van a amonestarlos, de los que imponen su ley en algunas calles sacando los altavoces a la puerta y convirtiendo el espacio público en una verbena familiar. He sido testigo, en más de una ocasión, de escenas que parecían sacadas de una película de cine cómico: los municipales pidiendo por favor a los infractores que bajaran el volumen del equipo de música, que estaban molestando el descanso de los demás, y como un minuto después de marcharse los agentes volvían a subir los decibelios, con más fuerza incluso para dejarle claro a los vecinos afectados que allí mandaban ellos, que la policía no pintaba nada con sus buenas formas y con sus normas obsoletas.
La batalla contra el ruido, al menos en lo que se refiere a este tipo de conflictos vecinales, se ha ido perdiendo año tras año, diluyéndose en unas ordenanzas lapsas y en la ineficacia de los agentes de la autoridad, tal vez desprotegidos por no tener detrás una ley que contundente que los respalde. En el Ayuntamiento de Almería saben perfectamente donde están localizados los puntos negros donde se impone la rebeldía al sentido común. Saben quién son esos vecinos, los que molestan y los afectados, pero hasta ahora no se han tomado medidas para buscar una solución.
La noticia de que nuestras autoridades se han puesto a trabajar ya para establecer una ordenanza moderna sobre contaminación acústica y coger de una vez el toro por los cuernos, es una ventana a la esperanza para toda esa gente que está sufriendo en sus carnes el problema. Ahora solo falta que este paso adelante que ha dado la propia alcaldesa, María del Mar Vázquez, y su equipo de gobierno, no se quede en un gesto para la galería, que no se convierta en papel mojado, en una de esas ordenanzas que nunca se cumplen, tal y como ha venido ocurriendo hasta ahora.
El ruido es una realidad que ya forma parte de la vida cotidiana de los almerienses. Nos estamos acostumbrando a ser una ciudad ruidosa y urgen medidas de verdad, firmes y contundentes para darle la vuelta a la situación. No se trata solo de emprender una cruzada contra los vecinos molestos, hay que abordar el problema con mucha más amplitud y esas nuevas ordenanzas que al parecer se están cociendo ya, tienen que contemplar distintos escenarios. El primer ejemplo de lucha contra el ruido tiene que partir del propio Ayuntamiento, que debe de imponer las medidas necesarias para que los equipos de limpieza no despierten a la vecindad de madrugada con los motores de las mangueras del agua a presión. Hace unos días, los vecinos de la Plaza de la Catedral se despertaron sobresaltados a las dos de la madrugada por el estruendo de uno de estos vehículos dedicados a la limpieza pública.
Las nuevas leyes tendrán que tener otro capítulo para el problema que generan también los ladridos de los perros, que tantas disputas están creando entre vecinos. Hace años que en el entorno de la Plaza Vieja un grupo de vecinos lleva peleando sin éxito contra una vecina cuyos perros se han convertido en la pesadilla de toda una manzana sin que nadie haya sido capaz de encontrar una solución realista. También habrá que abordar el problema que crean los petardos, sobre todo en las semanas de las fiestas navideñas. Una ciudad civilizada no puede permitir que sus calles se conviertan en un ensayo de batalla permanente, con continuas explosiones que cada vez se acercan más al sonido de una bomba y que no solo asustan y molestan a la vecindad, sino que afectan seriamente a los perros. En España hay varios ayuntamientos que prohíben ya el uso de petardos. Podríamos tomar nota.
En esa lista de ruidos a erradicar no podemos olvidar a los ‘Fitipaldis’ de turno que pisan el acelerador a fondo por las calles más estrechas del centro y lo hacen además con la ventanilla abierta y el equipo de música a todo volumen para dejar constancia de su presencia. Habría que actuar cuanto antes en lugares estratégicos como el tramo alto de la calle de la Reina y la calle de Almanzor, puntos fundamentales para subir a la Alcazaba, donde los infractores disfrutan asustando a los turistas que van camino del monumento. Una ciudad como Almería que tanto empeño tiene en vender su imagen en el exterior, no puede permitir estos ramalazos de profunda incultura.
En esas nuevas ordenanzas que se proyectan no debe olvidarse el asunto de las terrazas de los bares y cafés, que tantos problemas están ocasionando a los vecinos. A los negocios de hostelería hay que darles “gloria bendita” para que puedan trabajar, pero tienen que cumplir con unas normas. El ruido que generan cuando llega la noche es insoportable en algunas zonas, por lo que habría que ser estrictos tanto con los horarios de cierre como con los decibelios. Otro asunto a tratar, aunque no esté relacionado directamente con el ruido, es el del espacio que ocupan algunas terrazas, que se han comido las calles ante la mirada permisiva de nuestro Ayuntamiento.
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