El Parque formal y el Parque golfo

El escenario oficial de los enamorados era el Parque Nuevo con su San Valentín

El Parque Viejo era un lugar propicio para las parejas que buscaban estar a salvo de las miradas.
El Parque Viejo era un lugar propicio para las parejas que buscaban estar a salvo de las miradas. La Voz
Eduardo de Vicente
11:01 • 24 abr. 2024

Teníamos dos parques, contiguos, queriendo formar un mismo espacio, pero completamente distintos. Compartían el escenario, entre la ciudad y el puerto, pero tenían almas dispares. El Parque Viejo cautivaba por su vocación de refugio y se prestaba a los escarceos amorosos, mientras que el Nuevo, más abierto y sencillo, era como el segundo paseo de la ciudad.



Tenían en común que tanto un parque como otro eran frecuentados por parejas, pero con aspiraciones diferentes. El Parque Viejo era el escondite de los novios más atrevidos y de noche se transformaba en el paraíso de los abrazos y de los besos. Hubo un tiempo en que estaba de moda ir allí a pegarse el lote, por lo que se fue transformando en un lugar prohibido por las madres, que le advertían a sus hijos cuando empezaban a noviar aquello de “no quiero que nadie me diga que te han visto en el Parque”.



A pesar de las advertencias, tarde o temprano casi todas las parejas acababan pasando un rato en el Parque Viejo, en ese banco estratégico que estaba a salvo de las miradas de los que pasaban por la carretera, aunque no de los mirones. 



En Almería había una cultura de miradas furtivas que empezó debajo del puente del Instituto en la Rambla y acabó extendiéndose al Parque. La figura del voyeur es tan antigua como el propio amor y los mirones estaban tan adaptados al escenario como los pájaros a las ramas de los árboles, por lo que aunque los novios intentaran esconderse de los curiosos no lo conseguían del todo y cuando se descuidaban se encontraban con que detrás de un tronco había un señor alimentando su lujuria.



El Parque Viejo vivió años de esplendor amoroso a comienzos de los años setenta, cuando las muchachas empezaron a tener menos prejuicios a la hora de perderse con el novio, aunque sufrió un profundo retroceso a finales de esa década, cuando andar de noche por los lugares oscuros se convirtió en un serio peligro debido a la eclosión de la delincuencia. Podías ir a echar un rato con tu pareja, nadie te lo impedía, pero corrías el riesgo de que en vez de Cupido se te presentara delante el chorizo de turno con la navaja en la mano pidiéndote que le prestaras el reloj a tiempo perdido.



Si el Parque Viejo era el escenario del amor pasional y golfo, el Parque Nuevo era la pasarela del amor formal, donde iban las parejas los domingos a pasear, a tomar el sol y a decirles a la ciudad que lo suyo iba en serio. Domingos de ropa limpia, de cuerpos recién duchados, de promesas de amor eterno, de caminatas inocentes que desembocaban a media tarde en una sala de cine. 



Esa condición de parque formal se confirmó definitivamente cuando levantaron allí un monumento al patrón de los enamorados. Fue en los años sesenta, cuando España abría los brazos al turismo y exportaba calor y playas al resto del mundo, cuando Almería presumía de ser la Costa del Sol antes de que Málaga le ganara la partida. En 1965, viendo que este título se le escapaba, los almerienses se sacaron de la chistera un nuevo nombramiento, el de ‘Ciudad del Amor’, con la coartada de que la urna con las reliquias de San Valentín había descansado en la capilla de San Indalecio de nuestra Catedral, desde el siglo XVIII hasta su desaparición en julio de 1936.



La historia fue aprovechada por los políticos y las autoridades eclesiásticas locales de la época para atraer la atención del país y convertir a Almería en el paraíso de los enamorados, al menos durante unos días. La ambición de convertirse en ‘Ciudad del Amor’ se hizo realidad con la complicidad del Gobierno de Franco, que se sumó a la fiesta organizando una serie de actos que tuvieron como colofón el sorteo especial de la Lotería Nacional del 15 de febrero, que se realizó en el teatro Cervantes y fue ofrecido por Televisión Española


Las celebraciones habían comenzado unas semanas antes. La ciudad se había movilizado desde que se supo la noticia. En Radio Almería se abrió una suscripción popular con el fin de recaudar fondos para pagar el monumento que el artista almeriense Jesús de Perceval, estaba esculpiendo en honor de San Valentín. 


Alvaro Cruz, ‘Pototo’, uno de los locutores de moda, dirigía un programa que se emitía todas las tardes, de cuatro y media a cinco, ‘Almería por San Valentín’, donde la gente llamaba para ofrecer sus aportaciones voluntarias. 


Fue la fiebre del amor del almeriense de a pie, y fue la necesidad de exportar el nombre de Almería fuera, lo que empujó a la ciudad a subirse a aquel carro que nos hizo ‘reyes por dos días’. El invento fue rentable por las impagables imágenes de nuestros monumentos y nuestras playas que Televisión Española ofreció al resto de España: Almería convertida en ciudad del amor y su Parque Nuevo, en el templo de Cupido.


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