Cuando en diciembre de 1953 abrió sus puertas, el nuevo edificio del Seminario de la Carretera de Níjar era el tesoro de nuestro obispado. Su construcción había implicado a toda la sociedad en aquellas campañas proseminario que se prolongaron durante varios años y que sirvieron para costear una parte de las obras. Los curas, desde sus púlpitos y también desde la intimidad de los confesionarios, animaban a sus parroquianos a participar, a que cada uno pusiera lo que “buenamente pudiera” para que la Iglesia almeriense pudiera seguir funcionando. El viejo caserón de la Plaza de la Catedral estaba agotado, se fue quedando pequeño, anclado en otro tiempo. Tenía capacidad para cien alumnos, pero en el curso 1946-47, época de eclosión de las devociones, tuvo que recibir a los ciento treinta que estaban matriculados. Además, el estado del inmueble presentaba carencias importantes, deteriorado por el tiempo y el abandono, por lo que las autoridades eclesiásticas se plantearon en serio la necesidad de construir un nuevo Seminario.
Fue entonces cuando empezó a gestarse el gran Seminario de la Carretera de Níjar. El quince de mayo de 1948 se colocó la primera piedra sobre un solar de 24.000 metros de superficie, siendo Obispo de la Diócesis don Alfonso Ródenas. Aunque estaba previsto que el nuevo edificio estuviera concluido en poco más de dos años, debido a los problemas económicos las obras se alargaron durante cinco años, hasta que por fin, el domingo seis de diciembre de 1953, el ministro de Educación Nacional, don Joaquín Ruiz Giménez, inauguró el nuevo Seminario. Por primera vez, Almería contaba con un edificio suficiente para poder acoger a los niños que se formaban en el Seminario Menor y a los jóvenes que recibían las enseñanzas de Filosofía y Teología en el Seminario Mayor.
Entonces sobraban las vocaciones y así siguió siendo durante décadas, hasta que en los años setenta, coincidiendo con los nuevos vientos que soplaban en el país y con la llegada de la democracia, el número de matriculados fue descendiendo lentamente hasta precipitarse en estas últimas décadas. La crisis vocacional ha obligado al cierre definitivo del edificio como lugar de formación de sacerdotes. Un escenario preparado para recibir a doscientos alumnos no puede funcionar con seis. Es completamente inviable. Los últimos seis seminaristas de San Indalecio se tuvieron que marchar a Cartagena, donde la Iglesia ha concentrado sus fuerzas. El edificio de la Carretera de Níjar se ha convertido en un decorado, sin más rastro de vida por dentro que el de la persona que lo cuida. El anterior obispo, don Adolfo González Montes, se embarcó en una profunda reforma del Seminario, renovando sus dependencias, dejándolo como nuevo, pero esa gran inversión ha sido estéril y solo ha servido para engordar la deuda del obispado. Ante este panorama y la necesidad de ingresos que tiene en estos momentos la Iglesia de Almería, parece necesario que sus dirigentes intenten buscarle una nueva utilidad al edificio. Ya se fueron las vocaciones y por lo que se ve lo hicieron para siempre, pero ahora urge encontrarle un destino porque un edificio vacío es una condena de muerte, una auténtica ruina. El escenario es idóneo para albergar un centro educativo aunque no sea de la Iglesia y quien sabe, podría ser también un buen lugar para un parador de turismo porque al recinto si algo le sobra, es historia.
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