Los viejos del lugar recordaban que en los años de la posguerra casi la mitad de las casas del Barrio Alto eran propiedad del empresario Juan Asensio Artés. Había prosperado con sus negocios y las ganancias las había ido invirtiendo en viviendas que rentabilizaba poniéndolas en alquiler, una apuesta segura ya que aunque se trataba de casas muy humildes destinadas a familias con escasos recursos, lo poco que tenían las familias tenía que emplearse por fuerza en comer y tener un techo donde cobijarse.
Cuando una vivienda se quedaba vacía allí aparecía el empresario alhameño para seguir aumentando su patrimonio. En el número 90 de la calle Real del Barrio Alto, haciendo esquina con la calle Patrón, tenía un local y unos terrenos donde había instalado una empresa dedicada a la elaboración de envases para la exportación de frutas y hortalizas. Allí tenía empleados a un grupo de hombres y mujeres que hacían pleitas para la confección de esteras y fabricaban manualmente canastas y jaulitas utilizando el mimbre y el esparto.
El almacén de Juan Asensio llegó a dar trabajo a más de veinte obreros y era uno de los talleres más prósperos de la zona. Cuando llegaban las fiestas de San José, engalanaba el patio con farolillos y bombillas de colores y organizaba una verbena a la que acudía todo el barrio. Por mayo, las muchachas del almacén levantaban junto a la puerta una hermosa cruz que adornaban con flores y detalles hechos con objetos de esparto. En un par de ocasiones, la Cruz de Mayo de Asensio se llevó el primer premio del concurso que organizaba el ayuntamiento.
Detrás del almacén, en un solar que el empresario alhameño tenía en la calle Patrón, abrió la Terraza Oriente, que en el verano de 1947 puso en funcionamiento el programa doble, es decir, ofrecer todas las noches dos películas por el mismo precio. Los fines de semana la terraza se llenaba de gente, pero donde más público se congregaba era en los terraos de las casas próximas, que disfrutaban de aquellas maratonianas sesiones sin pagar una peseta. Cuando empezaba a anochecer, las azoteas que rodeaban el cine se iban llenando de familias completas y de familias que se subían las garrafas de agua y de vino y los bocadillos para disfrutar por todo lo alto de tan grande acontecimiento sin tener que pasar por taquilla. A veces, cuando ese público furtivo de los ‘terraos’ alborotaba más de la cuenta y se dejaba llevar por las emociones cada vez que aparecía en escena el ‘muchachillo’ repartiendo golpes y desenfundando como un rayo, el dueño del cine se enfadaba tanto que les decía: “Encima que no pagáis un duro me alborotáis el patio”.
Años después, cuando la familia Asensio inauguró junto a la Plaza Vieja la Terraza Moderno, tuvieron que enfrentarse también al problema de los espectadores furtivos que veían el cine desde los terraos de alrededor. La solución fue hacer pases gratuitos para que las familias que vivían enfrente pudieran entrar todas las noches al cine, y de esta forma dejaron de abrir sus azoteas para el resto del barrio.
A pesar de la escasez de aquellos tiempos, la Terraza Oriente fue un negocio rentable. En los veranos ofrecía sus películas para todos los públicos y en los inviernos, siempre que el tiempo acompañara, se habilitaba para otros acontecimientos. Fueron muchos los combates de boxeo que se allí se celebraron. Juanito Pardo López, el niño que iba recorriendo los pasillos de la terraza vendiendo vasos de agua fresca a perra gorda, recordaba que “los domingos había colas para entrar, sobre todo cuando echaban alguna de pistoleros”. Él se ganaba el sustento aliviando la sed de los espectadores. Compraba una barra de hielo en la fábrica de la calle Juan Lirola y llenaba la pecera de agua. Dinero ganaba poco, pero todas las noches podía ver la película gratis, que mejor premio.
La Terraza Oriente era el cine de verano del Barrio Alto y también la de los vecinos de Regiones, que en aquellos años apareció como una nueva barriada al otro lado de la Carretera de Ronda, sobre una explanada inmensa que hasta entonces había estado deshabitada.
El éxito de la terraza y el aumento de la población en los barrios cercanos, animó a Juan Asensio Artés a embarcarse en la aventura de un gran cine a imagen y semejanza de los que triunfaban en el centro de la ciudad.
En 1955 apareció en escena el Monumental Cinema, que impresionaba con su enorme fachada de teatro antiguo con una altura de tres pisos. En las obras de construcción trabajaron todos los albañiles que había en el Barrio Alto.
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