En Almería la pobreza formaba parte del paisaje con tanta fuerza que llegamos a tener nuestro padrón de pobres donde aparecían con nombres y apellidos aquellos que de verdad no tenían ni para comer.
De vez en cuando, las autoridades y las fuerzas vivas de la ciudad le hacían un guiño a los necesitados y repartían ropas, víveres y regalos para hacerles más llevara su penitencia. En los primeros días de enero de 1928, los Reyes Magos trajeron un regalo de caridad para las pobres gentes que vivían en la miseria, aquellos que se habían visto obligados a llevar al Monte de Piedad sus ropas a cambio de unas cuantas pesetas para mitigar el hambre de unos días.
El Jefe del Gobierno, Miguel Primo de Rivera, les regalaba a las clases menesterosas del país la devolución de los lotes de prendas empeñadas que no superaran las veinticinco pesetas. Los pobres de Almería recibieron la medida con regocijo y en bandadas acudieron a las puertas del Monte de Piedad para asegurarse de que la noticia era cierta. La entidad tenía su sede en la Plaza de Marín, en un viejo caserón de dos plantas que había pertenecido a la fundadora de este organismo benéfico.
Una semana después, las colas ante la puerta principal del edificio eran interminables. La fila de pobres empezaba en la Plaza de Marín y recorría la calle Hernán Cortés hasta la Plaza de San Pedro. Cientos de mujeres, la mayoría de edad avanzada, pasaban la noche a la intemperie, acurrucadas entre mantas viejas sobre las húmedas aceras. Aquellas mujeres desheredadas, pasando frío y hambre para poder recuperar sus pequeños lotes de ropa vieja, componían un cuadro desolador que conmovió el alma de muchos almerienses de buena posición, que colaboraron para que la espera no fuera tan dura.
Una dama de la alta sociedad de la época, doña Adela Ródenas, mandó servir del Café Colón ciento cincuenta tazas de café con leche y bollos para los más necesitados. El donativo fue ampliado por el propio dueño del establecimiento, don Rogelio Castillo Zea, que les regaló otros cincuenta desayunos más.
Don Daniel Ibarra, dueño del Café Español, respondió con otro gesto de generosidad, mandando a sus camareros a repartir vasos de leche y copas de coñac entre las mujeres que habían pasado la noche en vela. Para completar el donativo, Juan García Cadenas, propietario de la Bollería Suiza, se dedicó a repartir bollos de pan recién hechos.
En las dos semanas que duraron las colas y los repartos, muchas fueron las personalidades que visitaron a los pobres en su lento peregrinar para recuperar la ropa que habían empeñado. Entre las almas caritativas, también estuvo el Obispo de Almería, Bernardo Martínez y Noval, que medió ante el Ayuntamiento para que los serenos del distrito, dirigidos por el vigilante nocturno del Monte de Piedad, José Martínez Rayo, se encargaran de mantener encendidos durante toda la madrugada media docena de braseros para que aquella procesión de mujeres, arrebujadas en sus mantones, no se helaran de frío.
La medida de Primo de Rivera llenó las calles del centro de necesitados durante diez días, llegándose a desempeñar en la capital cerca de treinta mil lotes de ropa. La acumulación de pobres sobre las aceras conmovió algunas conciencias en la ciudad y destapó, a la vista de todos, la dura crisis que castigaba, de manera cruel, a las clases obreras. El teniente alcalde, José Sánchez Ulibarri, tuvo la iniciativa, también como regalo de Reyes, de organizar una comida para los pobres en la Tienda Asilo. Donaron los alimentos los comerciantes de Almería y los vendedores ambulantes que habían tenido puestos durante las fiestas de Navidad en la Puerta de Purchena.
Las Hermanas de San Vicente de Paúl estuvieron un día entero preparando la comida para los más de seiscientos ‘desamparados’ que acudieron a la celebración. Durante el almuerzo, uno de los comensales, le leyó unas cuartillas al Gobernador civil, suplicándole que fuera autorizada en Almería la rifa denominada ‘Los Iguales’, que ya se hacía en otros lugares y servía de auxilio a muchos necesitados. Se trataba de una rifa pequeña, pero fecunda por su reiteración, ya que se hacía a diario, que había conseguido en otros pueblos disponer de elementos suficientes para aliviar la mendicidad pública y ofrecer a ancianos y niños una protección constante y previsora.
La pobreza, fiel compañera de nuestra historia, nos siguió castigando después en los años de la República, en los tres de la guerra y en aquella fatídica posguerra donde había pobres para llenar dos padrones.
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