Finales de julio de 2023, un calor de sauna en Almería. El Torrecárdenas lleno de gente buscando fresco y gangas. Y allí estaba yo, perdiendo la paciencia en un autopago del imperio Inditex hasta que una chica acudió en mi ayuda. Era más bonita que la virgen del Carmen y, como la patrona, había llegado hasta nuestras costas por accidente. Me dijo que se llamaba Catalina y venía de Bielorrusia. Me ofrecí a llevarla de vuelta al centro de la ciudad, también éramos vecinas. Así comenzó nuestra amistad y nuestro Zapillo Summer.
Trabajábamos mucho, dormíamos poco, pero siempre teníamos planes. Casa Puga, San José, cable Sky, arroz negro y repetir. A veces rechazaban la tarjeta del banco bielorruso de Catalina. Ella trabaja como system analyst, sabe cómo funcionan los sistemas de proveedores de pagos. Su país de origen no se encuentra entre los más seguros financieramente por eso lo vetan algunos bancos. Además, los problemas diplomáticos se agravaron cuando Bielorrusia apoyó la guerra contra Ucrania.
Para Catalina fue difícil salir del país y era la primera vez que se mudaba al extranjero. Bielorusia solo ha tenido un presidente en los últimos 30 años, a pesar de las denuncias por brutalidad policial, protestas y represión a la población. No era fácil obtener un visado para salir del país. Pero ella lo consiguió, vendió sus cosas, otras las regaló y echó lo justo en la maleta. Después atravesó 20 horas de autobús hasta el aeropuerto polaco más cercano para llegar hasta Málaga.
Pero cuando vino a España ya conocía mucho de nuestra cultura, había estudiado el idioma desde los seis años. Incluso hizo llamarse Catalina en lugar de Katsiaryna, su nombre bielorruso. Siempre había querido vivir cerca del mar y como trabajaba online para el proveedor de pagos bielorruso, bePaid, tenía la oportunidad de cumplir su sueño. Se dio cuenta que la opción más viable era sacar el visado de estudiante. Solicitó plaza en Andalucía y la Universidad de Almería la admitió en el Máster en Dirección y Economía de la Empresa.
“Alquilé un apartamento en el Zapillo mientras buscaba piso para compartir. La propietaria me invitó a pasear con su perrito y me compró un helado ¿Te lo puedes creer? No me había pasado esto en la vida, pensaba que estaba soñando”, dice Catalina. Había vivido los últimos años en Minsk, la capital de Bielorrusia, los gestos cálidos la sorprendían.
Pronto hará un año que vive en Almería y todavía se siente insegura con el idioma. Pero puede hablar en público sobre tecnologías aplicadas a las finanzas, fintech, para más de cincuenta personas. La pasada semana ofreció una conferencia sobre el tema en el ciclo organizado por AlmeríaTech. La mayoría del auditorio eran hombres que hacían preguntas difíciles sobre bancos, comisiones y proveedores de pagos. Sus amigas asistimos como apoyo moral. Ella nos pidió antes de empezar la charla que nos riéramos de sus chistes.
“Lo mejor es que pague la tarjeta de tu novio”, dijo para resolver las dudas de un asistente. Cuando acabó la presentación yo repetía su broma en bucle. Ella me miraba decepcionada preguntándose si era lo único que recordaba de la charla. No era lo único, pero sí lo más políticamente incorrecto que hizo reír a todo el mundo. Y hacer reír es un don escasamente repartido.
Cuando le pregunto si puede explicarme en qué consiste su trabajo baja la barbilla, arquea las cejas y mueve la cabeza en un gesto de asertiva incredulidad: “Le expliqué a mi abuela en qué consiste mi trabajo”. Como system analyst hace de puente entre el equipo técnico que desarrolla la aplicación y los negocios que plantean las necesidades. También tiene que tener cualidades como mediadora y lingüista. Porque interpreta el código que escriben los desarrolladores para trasladar los requerimientos del cliente. “Lo más complicado es hacer que se entiendan. Los ingenieros piensan que todo el mundo los entiende y, el cliente que lo más importante es su producto. Pero yo me puedo comunicar con facilidad entre unos y otros”, dice ella.
Catalina ama su libertad y trabaja para desarrollar nuevas herramientas que ayudan a la gente. “Me motiva mi trabajo porque ayuda a cambiar el mundo. La tecnología hace la vida de la gente más fácil y cómoda”. Este principio humano de ayudar a otros está inscrito en nuestro ADN, como las abejas o las hormigas, incluso aunque nos cueste dinero, según el sociólogo David Melamed.
En la actualidad trabaja para una empresa internacional con sede en Valencia y puede que tenga que mudarse. “Ahora tengo miedo de irme de Almería, porque no sé si encontraré todo lo que tengo aquí en otra ciudad. Es la primera vez que me siento en casa”, dice Catalina. Y es que dicen que a Almería vendrás llorando y te irás llorando.
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