Cuando se cargaron la Plaza Marín

En 1959 la Caja de Ahorros levantó el primer bloque de viviendas del barrio

Primer edificio moderno que se levantó en la Plaza de Marín, propiedad de la Caja de Ahorros. Las viviendas fueron bendecidas en octubre de 1961.
Primer edificio moderno que se levantó en la Plaza de Marín, propiedad de la Caja de Ahorros. Las viviendas fueron bendecidas en octubre de 1961. La Voz
Eduardo de Vicente
20:05 • 22 may. 2024

En 1959 la Caja de Ahorros a través de su constructora benéfica Santos Zárate dio un paso fundamental para iniciar la destrucción del hermoso casco histórico de Almería. Sobre uno de los palacios de la Plaza de Marín, la noble casa de la viuda de Acilú, donde tenía instaladas sus oficinas, decidió levantar un edificio moderno de 20 viviendas para hacer negocio sin tener en cuenta que con esa iniciativa iba a comenzar una revolución urbanística que en poco más de una década se llevó por delante la esencia de la ciudad antigua.



Las obras comenzaron en octubre de 1959 y dos años después el nuevo edificio era ya una realidad, destacando en una plaza histórica rodeado de hermosas casas de otro siglo.



La Plaza de Marín era el corazón de un barrio, allí donde iban a desembocar las travesías y callejuelas que la rodeaban desde la misma calle de las Tiendas hasta el arrabal del cerrillo de San Cristóbal



La plaza era el desahogo de aquel entramado de esquinas, pasadizos y callejones de tierra donde no había una casa deshabitada, cuando una bombilla en una esquina era un lujo, cuando la gente hacía la vida en los trancos compartiendo hasta el aliento de las casas, aquel perfume familiar que salía de las cocinas y de los patios impregnados de vida. Todavía en los primeros años de la posguerra, la Plaza de Marín era una de las paradas oficiales de los rebaños de cabras que llegaban desde los arrabales, en un recorrido que incluía también la Plaza del Quemadero, la de Santo Domingo y la explanada de la Escuela de Artes. Cuando llegaban las cabras, las mujeres del barrio acudían al punto de venta provistas con sus cacharras para llevarse la leche   todavía caliente.



Todas las primaveras, la plaza se llenaba de gente para ver el paso de la Virgen de la Soledad cuando salía de la iglesia de Santiago, y por el mes de junio, para acompañar a la procesión de San Cristóbal que subía desde el convento de las Claras al cerro seguida por un cortejo de fieles.



La plaza tenía también el prestigio que le daban sus negocios y sus vecinos. Allí estaban las dependencias del Monte de Piedad, las oficinas de la Organización Nacional de Ciegos y la escuela para niños menores de catorce años; allí vivía el teniente médico don Leonardo Pastor Zurita, que desde 1941 era el responsable del servicio sanitario militar; allí estaba la farmacia de Cristóbal Esteban Coca, el colegio oficial de farmacéuticos y la tienda de ultramarinos de José Guerrero Ibáñez, donde en la posguerra se formaban colas de mujeres para llevarse la leche condensada que era el alimento de los lactantes. 



Al lado, en la calle de Marín, estuvo también uno de los negocios más conocidos de la ciudad, la casa de Berrinche, prestigioso restaurante desde los años veinte que en los días de la posguerra fue  también taberna y lugar de juergas a la caída de la tarde. En 1951, los vecinos del lugar presentaron una queja al Ayuntamiento por el ruido que se generaba en el entorno del establecimiento por culpa de los guitarristas y de los cocheros con sus bocinas.  A la Plaza de Marín iba a desembocar todo aquel torrente de humildes callejuelas, que se llenaban de solera y distinción en la anchura y en la belleza de las casas que la rodeaban. 



Allí destacaba, entre las calles de Hernán Cortés y la de Navarro Darax, la mansión de la viuda de Acilú, la rica heredera que quiso que la casa que ella habitó en vida fuera la sede del primer Monte de Piedad. Era una espléndida vivienda de más de cuatro cientos metros con hermosos balcones que daban a la plaza. En su interior encerraba un patio con jardín que reunía árboles tan frondosos que no había un solo rincón donde no diera la sombra. Allí reinó hasta que en octubre de 1959 empezaron a derribarla.


El barrio tuvo sus vecinos ilustres. En el caserón de la Plaza Marín que derribaron para construir el edificio del Centro Cinematográfico vivió Ángel Frigola Morató, que fue profesor de la Escuela de Magisterio. También se dedicaban a la enseñanza Francisco López Ortega, que era inspector de colegios. Otro inspector de la Plaza de Marín, éste de primera enseñanza, era José Salazar Salvador, que también convivía con su esposa maestra de escuela, Josefa Gómez. Eran vecinos de Esteban Lacalle, pintor de casas y árbitro de fútbol, hijo de un célebre cochero que guardaba el coche en los bajos de la casas de los Ametis. La familia Ametis era de las más prósperas del lugar. Tenían tierras en Benahadux y una de las viviendas más bellas de la plaza, la conocida popularmente como la casa de los fantasmas


Otro vecino del barrio era Ramón García Llorca, el hombre del Mistol en Almería, que siempre iba con su furgoneta llevando el célebre producto y sus pompas de jabón por las calles de la ciudad y por los pueblos. Cerca de su casa vivía Rosa Cruz, que se ganaba la vida planchando la ropa de los demás. No era la única planchadora de la zona, ya que en la calle de Marín, al lado del bar Berrinche, estaba la casa de las abuelicas, que planchaban la ropa de los clientes que se alojaban en el Hotel Simón


A la Plaza de Marín la bautizaron después como la Plaza del Monte, recordando que allí estuvo la primera sede del Monte de Piedad. En los años cincuenta en el mismo edificio de la central vivía el director del popular ‘Montepío’, el muy ilustre Francisco Gómez Cordero, casado con doña Josefa Orozco


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