Verano del 64: el cambio de ciclo

Los adolescentes de hace 60 años convivían con el peso de la tradición

Verano de 1964. Niños del colegio de la Salle. Las escuelas religiosas tenían entonces más prestigio que las nacionales.
Verano de 1964. Niños del colegio de la Salle. Las escuelas religiosas tenían entonces más prestigio que las nacionales. La Voz
Eduardo de Vicente
20:27 • 04 jun. 2024

Los domingos de verano eran idénticos para la mayoría de los adolescentes de Almería en 1964. Por la mañana la cita con la playa del Club Náutico era obligatoria. Se trataba de la playa más cercana, la más popular, donde llegaba la gente andando y los muchachos en bicicleta. 



Los jóvenes de entonces iban a la playa con los puesto: el bañador y una toalla en la mano, y era raro ver a alguien que utilizara crema protectora, al contrario, lo normal era llenarse el cuerpo de algún aceite que acelerara el bronceado. En el verano de 1964 ya se habían puesto de moda entre los muchachos los bañadores de la marca Meyba, que la empresa catalana Mestre y Ballbé había popularizado a comienzos de la década. Tener un Meyba era un signo de distinción, como fue la marca Lacoste unos años después o los pantalones vaqueros Alton. Los adolescentes del 64 convivían todavía con las viejas tradiciones morales que obligaban a ir a misa los domingos por la mañana, y una vez que hubieran cumplido con la ceremonia, ya podían prepararse para pasar el día en la playa. 



Fue un tiempo de cruce de caminos: las costumbres de la tradición cristiana que se mantenían con fuerza en las familias y en los centros educativos se mezclaban con los nuevos aires que se empezaban a respirar y que les llegaban a la juventud a través de la música. Ya sonaban en Almería los primeros singles de los Beatles que causaban impacto en los bailes dominicales. 



Había que sobrevivir entre los vientos de la tradición católica que soplaban con fuerza en el día a día, en actos como los cursos catequísticos que ponían a prueba los conocimientos religiosos de los jóvenes almerienses, y entre las nuevas corrientes que anunciaban nuevos tiempos y que se podían respirar en los bailes y guateques que se organizaban por todos los barrios y las tendencias que marcaban los turistas. Aquellos adolescentes que en la mañana del domingo iban a misa con caras de santos, por la tarde se transformaban con el instinto a flor de piel empujados por la música y por las primeras melenas que empezaban a imponerse entre la juventud



En el verano del 64 los almerienses se divertían y se quitaban el calor en las terrazas de cine. Para los niños de entonces las terrazas de verano significaban una excitación constante, todo allí dentro nos sabía a primera vez, a descubrimiento. Allí, sin la vigilancia de los padres, nos atrevíamos a acercarnos a alguna vecina del barrio que nos gustaba y a la que nunca nos habíamos decidido a abordar. 



Los jóvenes de entonces tenían una formación cultural de terraza de cine y gaseosa, una formación canalla y arrabalera que se iba adquiriendo en la calle, en las salas recreativas y en los barras de los bares, una formación espiritual de sotanas, catecismo y misa de domingo y una formación castrense que recibían en los campamentos de verano del Frente de Juventudes. Aquellos campamentos veraniegos eran lugares donde se mezclaban el recreo y los juegos con una rigurosa instrucción donde los jóvenes adquirían conocimientos militares y valores como la disciplina, el compañerismo y la solidaridad.  



Aquel verano  de 1964 estaba de moda los cortes de helados que servían en el Café Colón, considerados como los de mayor calidad de los que se elaboraban en Almería, seguidos de cerca por los polos y los helados de la marca Adolfo, que fabricaban en la calle Alborán y vendían en un local de la calle de Mariana. 



La radio seguía siendo el gran aliado de la juventud que de tres a cuatro y media de la tarde conectaba con Radio Almería para escuchar el programa de ‘Discos dedicados’, que se emitía antes de uno de los grandes seriales de la época que tanto emocionaban a nuestras madres, el de Fray Martín de Porres.  


En algunas casas ya habían instalado la televisión, que en junio de 1964 se basaba en los telediarios y en el éxito de la serie americana de la familia de ‘Bonanza’.


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