El Yugo, aquel periódico que servía para todo

La Voz de Almería, que ahora celebra su 85 aniversario, nunca dejó de ser El Yugo

Antigua sede del periódico en la calle del General Segura, frente al cine Hesperia.
Antigua sede del periódico en la calle del General Segura, frente al cine Hesperia. La Voz
Eduardo de Vicente
19:59 • 15 jun. 2024

El Yugo era mucho más que un puñado de hojas llenas de noticias y propaganda política. Del Yugo se aprovechaba todo y nunca se tiraba. Los periódicos, que por su contenido se iban quedando viejos, se guardaban en las casas para darle otra función. Las páginas del Yugo servían para limpiar los cristales de las ventanas, para cubrir el suelo cuando se blanqueaban las paredes, para quitar la humedad de los trancos cuando llovía, para hacernos los gorros del fútbol y de los toros, para envolver los garbanzos y las habichuelas en la tienda y para que nos hicieran compañía cuando nos enfrentábamos a la soledad de la taza del váter. Leer las noticias antiguas aceleraba el movimiento intestinal. Era mano de santo, tan eficaz o más que una novela de Marcial Lafuente Estefanía. El último servicio que nos prestaban las hojas de El Yugo, antes de pasar definitivamente al olvido, era el de dejarnos bien limpios como si fuera papel higiénico. Cuando salíamos del retrete lo hacíamos impregnados de Yugo por arriba y por abajo.



Cuando no sabíamos el significado ideológico de la palabra, El Yugo era para muchos de nosotros, niños de los sesenta, aquel periódico modesto y cercano en el que los domingos buscábamos la alineación que esa tarde iba a presentar el Almería. En mi casa, el periódico sólo llegaba los domingos, como un pequeño lujo del día festivo que mi padre compraba en uno de los kioscos del Paseo. Para él siempre fue El Yugo, incluso veinte años después de que le hubieran cambiado el nombre.



La presencia del diario añadía un aliciente más a la mañana del domingo: el placer de quedarse en la cama unas horas más sabiendo que no había que ir al colegio; el olor del desayuno en la lumbre con las voces de los locutores de la radio de fondo; y la certeza de encontrarse encima de la mesa con el periódico oliendo todavía a tinta fresca, con las noticias queriéndose salir del papel. En aquel manojo de páginas encontrábamos todo lo que necesitábamos saber de nuestro pequeño universo infantil: la última hora del fútbol local, la escasa programación de la tele, y las carteleras con las películas del fin de semana. 



Algunos sábados, cuando por la tarde íbamos a ver alguna película al cine Hesperia, mientras hacíamos tiempo para entrar nos gustaba traspasar la puerta del periódico que estaba enfrente y entrar en aquel mundo mágico donde a primera hora de la tarde reinaba el sonido de las teclas de las máquinas de escribir. Unas horas después, cuando salíamos del cine, ya de noche, la sede del viejo Yugo empezaba a derramar su incomparable olor a tinta, a papel y a plomo. Aquel perfume era toda una invitación a la lectura y tenía para nosotros el mismo poder de persuasión que el olor a libro viejo con el que nos reencontrábamos cada vez que íbamos a la Biblioteca Villaespesa del Paseo.



Muchos conocimos El Yugo cuando ya era La Voz de Almería, pero aún seguía manteniendo las viejas formas artesanales de hacer el periodismo, y aquella antigua sede en un viejo caserón que hacía esquina en la calle del General Segura y la Rambla. Entre las cuatro y  las cinco de la tarde solían llegar los redactores al periódico. A esa hora empezaban a escribir sus artículos en las máquinas Hispano Olivetti que funcionaban con una armonía perfecta y que a última hora de cada jornada parecían echar humo cuando se acumulaban las prisas. El trabajo de elaboración era lento y hasta la madrugada no se cerraba la edición. A las cinco de la mañana los periódicos salían de la rotativa y eran transportados hasta la estación para que cogieran el tren Correo de la mañana y los autobuses de los pueblos. El periódico se confeccionaba en la misma sede, donde estaba la imprenta y la histórica rotativa conocida como la ‘rotoplana Duplex’, que estuvo funcionando desde 1940 a 1974.



Cada noche, cuando los ruidos de la ciudad se habían apagado, cuando la calle General Segura y el Paseo se habían quedado vacíos, el ruido monótono de los talleres del periódico retumbaba como el corazón de un gigante en la soledad de la madrugada. El que fuera alcalde de Almería durante años, don Emilio Pérez Manzuco, que tenía su vivienda en los altos del edificio del periódico, llegó a declarar en una ocasión, cuando le preguntaron que cómo podía soportar el ruido de la rotativa, que no le causaba ninguna molestia, todo lo contrario: “con el silencio de las máquinas en las noches de los domingos a lunes no consigo dormir bien”, comentó. 



El viejo Yugo, que había comenzado a caminar el 29 de marzo de 1939 con cuatro páginas y que durante tres días llevó el título de Nueva España, escribió más de treinta años de historia en aquella sede del centro de la ciudad frente al cine Hesperia. Allí vivió su primera pequeña revolución cuando en 1962 sus dirigentes decidieron que ya era hora de cambiarle el nombre y adaptarse a los nuevos tiempos. Entonces nació La Voz de Almería, con otro diseño, con más páginas, con otras formas de entender el oficio, con nuevos aires de libertad que permitieron los primeros atisbos de un época que estaba por venir. Sorprende, repasando los periódicos de aquél tiempo, las críticas, a veces duras, que se hacían a nivel local, poniendo en entredicho la labor de las autoridades de entonces. La política de Estado seguía siendo intocable en los años sesenta, pero en los temas cercanos la prensa ya se atrevía a ejercer su necesaria obligación de la crítica.




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