Aquella fábrica que hacía papel

En 1941, el Ayuntamiento aprobó la instalación de una fábrica de celulosa en la vega

La Celulosa dominaba como ungigante toda la zona de la vega próxima a las vías del ferrocarril en la ciudad.
La Celulosa dominaba como ungigante toda la zona de la vega próxima a las vías del ferrocarril en la ciudad. La Voz
Eduardo de Vicente
20:44 • 17 jun. 2024

Al dejar atrás el puente del mineral de la Carretera de Ronda, aparecía un camino secundario, escorado, al margen de la ciudad, que oficialmente se llamaba Carretera de Sierra Alhamilla pero que allá por los años setenta tenía más de sendero que de carretera.



Corría paralelo a las vías del ferrocarril, cruzando el barrio de el Tagarete. Al llegar a la altura del Cortijo Grande, aparecían las llamadas casas de Renfe, hijas del tren, que saludaban al caminante con las ropas recién lavadas tendidas en las ventanas. Más allá surgía de la nada un polígono industrial que había empezado a gestarse en 1918 cuando se iniciaron las obras del Matadero Municipal



Allí, entre la vega que iba en retirada y las vías del tren, se alzaba como un gigante destartalado la fábrica de Celulosa Almeriense, con su chimenea que nos llenaba de humo y olores los veranos y con aquel amasijo de hierros que nos recordaba a las fábricas abandonadas que veíamos en las películas americanas perdidas en un llano abatidas por el viento. 



Aquel complejo industrial frío y caótico, sorprendía al forastero que al cruzar delante de la puerta principal se encontraba con una inscripción en Latín, como si fuera una iglesia románica. “Sancta María a Mare: adiuva eos qui faventibus adversive auris quieto nisu ad portum recta via tendunt”, que era un ruego a la Virgen del Mar pidiéndole sus favores para aquellos que con un esfuerzo silencioso querían llegar a buen puerto por el camino correcto del trabajo honrado.



La Celulosa era nuestra gran fábrica, la que todos conocíamos desde que teníamos uso de razón, no por los puestos de trabajo que creaba ni por la riqueza que pudiera generar, sino porque nos contaminaba el aire de humo y nos ‘regalaba’ un olor putrefacto que cuando soplaba el viento de Levante nos obligaba a cerrar puertas y ventanas como si una plaga nos estuviera golpeando. 



La Celulosa formó parte de la vida de los almerienses desde que en octubre de 1940 el Director General de Industria y Comercio había firmado la autorización para que se pudiera instalar en la ciudad de Almería una fábrica de papel a base de esparto y le otorgara la concesión al empresario José María Donoso. Tres meses después, en enero de 1941, la Comisión Municipal aprobó el proyecto y dio el visto bueno para que la factoría se ubicara dentro de una zona calificada como industrial, a más de cien metros de distancia de todo núcleo de población para que no causara grandes molestias.



A pesar de que había necesidad de papel por la crisis de la época, a pesar de que hacía falta con urgencia una fábrica que creara puestos de trabajo en aquella Almería de la posguerra, el proyecto se fue atrasando tanto que tardó más de veinte años en hacerse realidad. En 1962, la Celulosa era por fin un proyecto palpable, aunque su inauguración oficial no llegó hasta el año 1965, cuando el Ministro de Industrial vino expresamente a darle el visto bueno. 



La aparición de la fábrica revitalizó aquel paraje de la vega junto al ferrocarril, sobre todo a partir de los años setenta cuando coincidieron en una misma manzana el Matadero, la Celulosa y la nueva Alhóndiga, que encontró refugio en la zona de la Goleta cuando cerraron la vieja en el Mercado Central. 


La Celulosa empezó a funcionar utilizando el esparto como materia prima en lugar de la madera que se utilizaba en la mayoría de las fábricas papeleras. Se obtenía unas fibras más finas y ligeras que le daban al papel mayor pureza y porosidad. 


En aquellos años, Almería consumía gran parte del esparto papelero que se recolectaba en el país, además del que se importaba del Norte de África, donde la cantidad de esparto era elevada debido al menor coste de la mano de obra en las tareas de recolección. 


El producto que salía de la fábrica de Almería era empleado en un alto porcentaje para el negocio de la exportación, siendo Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania los destinos más importantes, pero la crisis del petróleo obligó a reducir el cupo y destinar más cantidad al mercado nacional. 


En los buenos tiempos, la Celulosa llegó a tener una plantilla de más de doscientos trabajadores, además de los sesenta empleados dedicados a las tareas de transporte. En la explanada principal de la factoría se almacenaban las existencias de esparto para dos semanas, preparadas para entrar  en el proceso de elaboración. Una cinta transportadora elevaba la materia prima hasta las lejiadoras, que estaban a una altura de un quinto piso, y allí se gestaba la fabricación. 


El gran problema de la Celulosa era la contaminación que producía, tanto con las aguas resultantes de la cocción como por el mal olor que salía de la chimenea. La maldita peste que tanta huella nos dejó en la memoria de los almerienses era el resultado de la desvaporización de los recipientes de las lejiadoras. Los malditos vapores, con un olor tremebundo, se expandían por la atmósfera a merced del viento que soplara ese día.


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