Cuando el colegio de La Salle empezó a funcionar, en 1942, estaba recién inaugurada la pasarela que atravesaba la Rambla desde el final de la calle Obispo Orberá. Por ella cruzaban a diario cientos de alumnos, dándole vida a esa zona de la ciudad que formaba parte de las afueras, que conservaba todavía el aislamiento del cauce y ese aire rural y primitivo de una vega que se resistía a desaparecer.
El colegio de los frailes fue el impulso que necesitaba aquel trozo de malecón para integrarse en el centro, para empezar a urbanizarse de verdad, para que el Ayuntamiento se tomara en serio que había que mejorar los accesos y que había que reforzar la iluminación para que a las seis de la tarde en invierno el paraje no se quedara sumido en las tinieblas.
El colegio de La Salle revitalizó la zona con su río constante de alumnos y profesores y con la extensa comunidad de frailes que lo habitaba: había treinta hermanos empadronados allí.
En aquellos años de la posguerra el otro lado de la Rambla, el llamado Malecón de los Mártires de La Salle, solo se animaba los días de diario a la hora de la entrada y la salida del colegio y los días de la Feria, cuando en el cauce de la Rambla se organizaban competiciones deportivas y se quemaban castillos de fuegos artificiales. Cada vez que había una carrera las piedras del muro de la Rambla se transformaban en unos improvisados graderíos y el público, sediento de distracciones, tomaba el lecho para celebrar la fiesta.
Unos años después de que se pusiera en marcha el colegio de La Salle, llegó al malecón otro edificio que iba a contribuir a humanizar un poco más el entorno de la Rambla: el sanatorio del doctor Artes. Cuando Domingo Artés decidió levantar una clínica privada escogió como escenario aquel tramo del andén de la Rambla, el Malecón de los Mártires de La Salle. En 1948, cuando se iniciaron las obras, todavía era un lugar que disfrutaba del aislamiento que en aquellos tiempos proporcionaba la Rambla, frontera natural que dividía el centro de Almería del territorio que había sido vega y que aún conservaba la tranquilidad que le regalaba el entorno.
Domingo Artés buscó una zona tranquila, alejada del ruido para levantar el primer sanatorio moderno que se construyó en Almería después de la guerra. Sobre un solar de 1.400 metros armó un edificio de dos plantas, con instalaciones adaptadas a los nuevos tiempos en las que destacaban las salas de esterilización y quirófanos con los más modernos adelantos, y las confortables y soleadas habitaciones que se habilitaron para el ingreso de los enfermos. Adosado al edificio dispuso un espléndido jardín que acentuaba la paz de aquel lugar.
Cuando se inauguró, a comienzos del año 1949, se decía en Almería que el doctor Artés había abierto un sanatorio a todo confort en el que se había dejado los ahorros que había ido acumulando a lo largo de veinte años de profesión. Para estar lo más cerca posible de los operados, el médico se construyó su vivienda particular junto al sanatorio. El nuevo centro, con los últimos adelantos técnicos, permitió que muchos almerienses que tenían que desplazarse a Granada para operarse de una hernia o de una úlcera de estómago, se quedaran en Almería en manos del equipo del doctor Artés. El sanatorio fue maternidad y hospital de moda por el que pasaron la mayoría de los casos de apendicitis que se dieron en la ciudad en aquella época.
Al colegio de La Salle y al sanatorio quirúrgico se unió un nuevo vecino, una empresa que dejó huella en Almería, los talleres de Artés de Arcos, que se convirtieron en la gran industria del Malecón de los Mártires. A comienzos de los años sesenta, cuando los coches empezaron a llegar a la mayoría de los hogares, se formaban largas colas en el andén, de conductores que iban allí a lavar y a engrasar sus vehículos.
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