Los salones de belleza de señoras

En los años 20 había peluqueros que se iban a Barcelona a aprender

Salón del peluquero Francisco H. Arqueros, en el número 17 del Paseo.
Salón del peluquero Francisco H. Arqueros, en el número 17 del Paseo. Museo de Terque
Eduardo de Vicente
22:07 • 20 jun. 2024

Las damas de la burguesía almeriense de los años veinte y treinta competían por tener el mejor peluquero. “Dime dónde te peinas y te diré quién eres”, se podía decir entonces. 



En aquellos tiempos era habitual que los peluqueros con más posibilidades se marcharan fuera para aprender las nuevas técnicas y las últimas novedades que iba marcando la moda. Uno de los puntos de destino más demandados era la ciudad de Barcelona, ya que allí impartían sus enseñanzas los mejores maestros, los que tenían en su salón un diploma que acreditaba sus estudios en París.



En 1926, el joven peluquero almeriense Francisco Hernández Arqueros hizo las maletas y se marchó a Cataluña para ampliar sus conocimientos. No se conformaba con lo que aprendía de su padre, el maestro peluquero Francisco H. Clemente, y quiso abrazarse a la ola de modernidad que en los años veinte inundó medio mundo.



Cuando unos meses después regresó para continuar con su negocio en el Paseo, trajo la moda del corte de melena a la romana, que causó furor entre las jóvenes almerienses de la época. Las calles de la ciudad y sobre todo los bailes de la alta sociedad, se llenaron de muchachas con flequillo, como las modelos que salían en las principales revistas del corazón.



El maestro Arqueros era un experto en el peinado a los garzón y en los rizos infantiles que entonces eran muy demandados cuando tocaba hacer la primera comunión.



En los años treinta los peluqueros de señoras fomentaron los trabajos a domicilio. En el salón de Clemente, frente al Círculo Mercantil, tenían un maestro peluquero dedicado exclusivamente a ir por las casas. El maestro Clemente presumía de ser la única casa en Almería que hacía la ondulación permanente y tenía entre sus peluqueros a un joven estilista que había contratado de la prestigiosa Casa Vila de Barcelona, que en aquellos años gozaba de gran reconocimiento a nivel nacional. 



En esa lista de peluqueros que peinaban a las mujeres de la burguesía almeriense destacaba también Lurbe Rico, primero en la calle Real y desde 1936 en la calle de las Tiendas. En la Plaza de Santo Domingo estaba el salón de Casa Gómez, frente a la farmacia de Romero, donde se decía entonces que ponían los tintes más duraderos. En 1933 se estableció otro gran maestro del oficio, el peluquero Manuel Sánchez Urán, que abrió un establecimiento moderno en el número cinco de la calle Navarro Rodrigo, poniendo a disposición de sus clientela un novedoso aparato de la marca Eugene para la ondulación permanente. En aquel tiempo, rizarse el cabello costaba entre diez y quince pesetas.



En aquel universo masculino se coló la joven Antonia Granados, que con poco más de veinte años se atrevió a desafiar a los mejores y montó en el centro de la ciudad, en la Plaza de San Pedro, un salón con las últimas tendencias que estaban triunfando en Madrid y Barcelona. Cuando montó el establecimiento ya había contraído matrimonio con Esteban de Haro Lorenzo, con el que se casó en mayo de 1930, por lo que compaginó sus labores como esposa y madre con su profesión.


Antonia destacaba  por ser una mujer emprendedora, acostumbrada a la lucha, tal vez porque pronto se vio obligada a ganarse la vida cuando su madre se quedó viuda y con siete hijos. Junto a sus hermanas Carmen, Isabel y Fina, se embarcó en la aventura profesional y a mediados de los años treinta abrió su propia peluquería. La familia Granados vivía entonces en la misma Plaza de San Pedro, en la casa que ocupaba la franja sur, encima de la tienda de ultramarinos ‘La Constancia’.


El negocio se anunciaba entonces con el siguiente eslogan: “Antonia Granados. Salón de peluquería de señoras. Permanentes y peinados de todas clases. Atendido por señoritas”.


El salón de las hermanas Granados fue un soplo de aire fresco en los años treinta, cuando se puso de moda el peinado con ondas y los teñidos de rubio,  y una referencia para las mujeres de la ciudad en los años de la posguerra, cuando se convirtió en una de las casas de mayor prestigio de Almería. Para muchas jóvenes de los años cuarenta y cincuenta era un lujo decir que las peinaba Antonia Granados.


En ese tiempo tuvo que competir con un colega de lujo, el célebre peluquero de señoras Cayetano Núñez Callejón, un maestro del oficio, que contaba con la colaboración de su esposa, Paquita Navarro, y de su hermana Isabelita Núñez. El establecimiento, situado en la calle de Ricardos, a poco más de cien metros del de Antonia Granados,  disponía de un servicio de manicura y de limpieza de cutis, todo un adelanto en aquella época.


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