El tracoma: Almería y sus legañas

A finales del siglo XIX Almería era tras Madrid la ciudad con mayor número de ciegos

Las monjas iban por las cuevas de la Chanca curando las heridas de los enfermos de tracoma.
Las monjas iban por las cuevas de la Chanca curando las heridas de los enfermos de tracoma. La Voz
Eduardo de Vicente
20:26 • 24 jun. 2024

Cuando de niño viajaba a Murcia o a Granada para ver un partido del Almería recuerdo que me llamaba la atención la manera que algunos aficionados contrarios empleaban para insultarnos. Había quien nos decía aquellos de “almerienses, legañosos”, sin que entonces yo entendiera muy bien el sentido de la expresión.



Existía una fama de que Almería era tierra de legañas, una fama heredada de aquellos tiempos de pobreza cuando la miseria se instalaba en los campos y la ciudad, cuando muchas familias habitaban en cuevas sin condiciones higiénicas mínimas para poder lavarse los ojos. Las legañas eran una especie de mucosa que salía en los párpados cuando en los ojos entraba más polvo y suciedad que agua. Las legañas eran un foco de infecciones si se prolongaban en el tiempo, dando lugar primero a conjuntivitis y más tarde a aquella maldita enfermedad, el tracoma, que podía desembocar en ceguera.



A finales del siglo XIX Almería era, después, de Madrid, la localidad con mayor número de ciegos en España, la mayoría de los casos como consecuencia del tracoma. Se decía que el clima caluroso, los vientos constantes, la orientación sur de sus viviendas, el escaso grado de cultura de la clase obrera y su hacinamiento frecuente, unidos a la abundancia de polvo flotante en el aire, constituían un excelente medio para la producción de las afecciones de los ojos. La enfermedad se fue haciendo endémica y en los años veinte llegó a alcanzar cotas tan altas que obligó a la intervención decidida de las autoridades. 



En 1925 el Inspector provincial de Sanidad, don Juan Durich, aseguraba que el tracoma era el verdadero azote de nuestra provincia, originando el cuarenta por ciento de los casos de jóvenes que eran declarados inútiles para el servicio de las armas. Insistía el señor Durich en la necesidad de higienizar la ciudad, haciendo especial hincapié en construir una red de alcantarillado que saneara las calles casa por casa. 



La gravedad de la situación obligó a las fuerzas vivas de la ciudad a tomar medidas, una de ellas fue la constitución de la Junta Provincial de Profilaxis del Tracoma, bajo la presidencia de don Santiago Zumel, General Gobernador. La Junta se centró en los barrios más humildes donde la higiene era más escasa y trató de concienciar a toda la población, incluso a las clases más altas, organizando conferencias de prestigiosos doctores que venían de Madrid, expertos en la materia, para dar a conocer los últimos adelantos en la lucha contra la enfermedad.



En 1927 una comisión de médicos ocultistas, integrada por el presidente del colegio, don Miguel García Algarra y los doctores don Rafael Aráez Pacheco, don Vicente Juan Blanes y don Manuel Vázquez, visitó al Gobernador civil pidiendo un crédito para establecer en Almería un dispensario antitracomatoso, ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos.



A finales de ese mismo año,  Sanidad concedió por fin una subvención de seis mil pesetas para la instalación del dispensario que tanta falta hacía. El dinero cayó como agua de mayo, haciendo posible que unos meses después se abriera al público  en un local de la calle del León, en el Barrio Alto. Al frente del dispensario se puso al oculista Vicente Juan Blanes, que realizó una excelente labor. En un año se llegaron a realizar más de mil asistencias, todas relacionadas con problemas oculares. Al frente del dispensario, el doctor Blanes emprendió una auténtica cruzada contra el tracoma, poniendo en marcha un exhaustivo trabajo de campo por las escuelas, casas de comidas, fábricas de esparto y otras industrias en las que los expertos daban los consejos imprescindibles sobre la higiene a seguir para evitar el contagio.



El doctor Blanes llevó a cabo una gira médica por los colegios, visitando cerca de treinta centros en la capital. Examinó a mil ochocientos niños de ambos sexos, con un resultado de trescientos cincuenta casos de tracoma. En esta labor de ir en busca de la enfermedad, contó con la colaboración del doctor Cordero, que visitó las fábricas de esparto, las fundiciones, los talleres del ferrocarril y las prostitutas para detectas posibles casos. Sólo el cuatro por ciento habían contraído la enfermedad.


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