El tracoma: los ciegos de Almería

En 1950 había unos 400 ciegos en la capital y la provincia, la mayoría por culpa del tracoma

En 1960 el Plan Social de La Chanca actuó de manera especial sobre los enfermos afectados por el tracoma.
En 1960 el Plan Social de La Chanca actuó de manera especial sobre los enfermos afectados por el tracoma. La Voz
Eduardo de Vicente
10:07 • 26 jun. 2024

A comienzos de los años 30 la ciudad contaba con dos dispensarios que se encargaban de batallar contra el tracoma: uno en el Barrio Alto y otro en la Plaza de Pavía, donde iban  a curarse los enfermos de los arrabales del Reducto, La Chanca y la Joya, donde la enfermedad se había hecho endémica.



En esos años se estimaba que unos quinientos niños padecían la enfermedad, la mayoría pertenecientes a familias muy humildes. Cuando una conjuntivitis granulosa entraba en una familia obrera al cabo de poco tiempo todos sus miembros quedaban contagiados. La zona más afectada era el barrio del puerto, donde habitaban cientos de familias procedentes de Carboneras, Balerma, Roqueas y Adra, que entonces eran los pueblos más contaminados de la provincia.



Los esfuerzos de las autoridades sanitarias de aquel tiempo por frenar el tracoma se vieron truncados por el estallido de la guerra civil, que agravó el problema. En los últimos años de la contienda el ejército republicano modificó el cuadro de excepciones del servicio militar y consideró útiles para las armas a los  tracomatosos.



Después de la guerra civil, una de las primeras medidas de las nuevas autoridades, además de la  lucha constante contra el hambre y contra la tuberculosis que tantas vidas se llevaban por delante, fue concienciar a la población de la importancia que tenía la higiene para frenar la plaga del tracoma. En el diario Yugo salió publicado durante varios días un comunicado dirigido a la población que decía: “El tracoma es una enfermedad tan grave que conduce muchas veces a la ceguera. Lávate los ojos todas las mañanas”.



En esos primeros años de la posguerra se abrieron al público tres nuevos dispensarios: uno en la calle Trajano, otro en el Instituto Provincial de Sanidad y un tercer centro sanitario en el corazón de Pescadería, en el local del Pósito de Pescadores, donde se llegaban a realizar más de tres mil curas mensuales. 



Fue fundamental la labor que en el barrio realizaron las Hermanas de los Pobres, un grupo de religiosas que desde 1944 establecieron una catequesis en La Chanca. Era como una gran oficina donde las monjas prestaban un impagable servicio social, aliñado con un trato familiar y cercano que hacía que su labor fuera imprescindible para todas aquellas familias pobres que en su mayoría no tenían recursos para enfrentarse a tareas cotidianas y sencillas como rellenar un documento o solicitar la visita de un médico.  Las Siervas de los Pobres le buscaban trabajo a las muchachas que necesitaban dinero para mantener a sus hijos, procuraban que los niños fueran a la escuela y tramitaban los papeles para ingresar a un enfermo en el Hospital o llevar a un anciano al Asilo. Si una tormenta destrozaba una casa o borraba del mapa una calle, los vecinos no tenían otro consuelo que recurrir a las monjas para que les solucionaran el problema. Si una hija se quedaba  embarazada, sin marido, sin oficio ni beneficio, las religiosas eran el único recurso de las madres. 



Además, las monjas hacían de enfermeras curando los ojos y se iban en peregrinación por las cuevas más recónditas de la barriada, en busca de los enfermos de tracoma que por miedo a mostrar su enfermedad o por desinformación no se atrevían a acudir al dispensario.



La cruzada contra el tracoma no cesaba, pero la enfermedad seguía resistiéndose en las zonas más deprimidas. En 1950 las autoridades informaron de que en la capital y en la provincia había más de cuatrocientos ciegos y que el ochenta y cinco por ciento de estas cegueras las había ocasionado el tracoma.


Ante la crítica situación que se vivía, en abril de 1952 se puso en marcha una ambiciosa campaña antitracomatosa en toda la provincia, alentada por el Jefe Provincial de Sanidad, el doctor don Manuel Mezquita López, que junto al Gobernador civil, Manuel Urbina Carrera, puso todo su empeño y los recursos que tenía en sus manos para que los médicos especialistas y las enfermeras llegaran a todos los rincones de Almería y sus pueblos más lejanos. Se pusieron en funcionamiento catorce dispensarios y se emprendió una ruta de inspección por las escuelas para frenar una enfermedad que era curable en los primeros estados.


En 1960, el doctor Mezquita dio la noticia más esperada a los almerienses: “El tracoma ha dejado de ser un problema en Almería”. Las mejoras de tipo social que se establecieron y la labor profiláctica y curativa que se llevó a cabo, redujeron considerablemente la enfermedad, que aunque siguió existiendo quedó completamente controlada.


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