Los años del cine Ideal de Ohanes

En 1959 el polifacético Miguel Pérez Carretero abrió una sala de cine de invierno

Miguel Pérez Carretero fundó el cine de Ohanes. Su hijo Antonio venía en motoa Almería a recoger los rollos de las películas.
Miguel Pérez Carretero fundó el cine de Ohanes. Su hijo Antonio venía en motoa Almería a recoger los rollos de las películas. La Voz
Eduardo de Vicente
20:23 • 26 jun. 2024

A esas horas de la tarde en las que el sol tocaba retirada y en las calles del pueblo reinaba a sus anchas el invierno no había un lugar más confortable que el salón del cine Ideal. Era como un vientre materno que los domingos servía de refugio sentimental a todo aquel que por un precio módico quería evadirse de la realidad durante dos horas para participar en aquellas ceremonias colectivas donde ellos  se enamoraban perdidamente de Gina Lollobrígida y ellas se quedaban atrapadas en los brazos de Burt Lancaster



El cine Ideal llegó a finales de los años cincuenta, cuando la televisión quedaba todavía lejos y en Ohanes la sala más cercana estaba en Canjáyar. En aquel tiempo ir al cine era un acontecimiento que estaba a la altura de las grandes celebraciones, por lo que por muy humilde que fuera una familia, siempre escogía las mejores ropas para ir al cine. Como solo funcionaba los domingos, los vecinos de Ohanes aprovechaban la indumentaria de la misa y del baile para sentarse en los bancos de madera que formaban el graderío. La tarde que echaban una de Antonio Molina o de Sara Montiel se formaban largas colas delante de la puerta y había hasta quien se llevaba la silla de su casa por si se quedaba sin asiento.



Detrás del cine Ideal estaba la figura de un empresario polifacético, Miguel Pérez Carretero, que además de tener el horno de leña más productivo y hacer el pan más sabroso del pueblo, era un prestigioso compositor musical que destacaba haciendo letrillas cuando llegaban las fiestas de carnaval y era todo un espectáculo cuando se ponía a tocar el acordeón.



Nadie tocaba los tangos ni los boleros como Miguel el panadero y nadie hacía un pan dormido como él. Era tanta la fama que cuando la chimenea del obrador empezaba a destilar los primeros humos del pan dormido las mujeres del pueblo salían a la carrera en busca de la mercancía antes de que se agotara.



Esa vocación artística del panadero lo llevó a embarcarse en la aventura del cine, sabiendo que no iba a hacerse rico con el invento. A su lado contó con la colaboración de su hijo, Antonio Pérez Caballero, que fue un figura crucial en el negocio, ya que era el encargado de venir todas las semanas a Almería a por los rollos de las películas que entonces se alquilaban en el bar Tívoli del Paseo



Cuando llegaba un filme  importante, de los que aseguraban el éxito de público, Miguel y su hijo hacían doblete. A primera hora de la tarde lo proyectaban en el cine Ideal de Ohanes y cuando terminaba la película cargaban los rollos en la moto y se iban a Padules, donde tenían otro local preparado como sala cinematográfica. Algunos domingos, si el tiempo no acompañaba y la carretera no se prestaba a carreras, los empresarios se retrasaban y cuando llegaban a Padules tenían a medio pueblo al borde de la desesperación. Los lunes, a primera hora, la película tenía que estar de vuelta en el bar Tivoli para evitar sanciones. 



El cine Ideal fue la ilusión del pueblo en aquellos domingos de invierno en los que la gente soñaba con los héroes de la gran pantalla. Unos querían cantar como Joselito, otros tener la fuerza de Burt Lancaster en la película Trapecio, mientras ellas lloraban con aquellos amores imposibles de las películas de Sara Montiel donde como en la propia vida nunca había un final feliz. 



Cómo se levantaba el cine cuando llegaba el Séptimo de Caballería a salvar la vida de los sitiados en el fuerte y como latían los corazones en aquellos bancos de madera cuando el hombre de la censura se olvidaba de cortar un beso lleno de pasión.


Miguel Pérez siguió haciendo pan y dando cine hasta que se jubiló, completando una auténtica carrera de buscavidas que lo llevó por varios oficios: fue vendedor de telas y ollas Express, técnico de la casa Balay y uno de los más reconocidos instaladores de gas Butano de la provincia. Se ganó la amistad de los porteros de los pisos de Almería que lo llamaban cada vez que un vecino decidía poner el Butano. 


En los ratos libres agarraba el acordeón y se iba a amenizar los bailes allí donde lo contrataban. La música, como el cine, fue su pasión y una forma también de llevar un dinero extra a su casa.


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