Los que vieron a la Cardinale

Quienes la vieron lo contaban como una hazaña y presumían repitiendo “vi a Claudia Cardinale”

Claudia Cardinale en la estación del ferrocarril de Almería el 14 de mayo de 1968. Como se puede comprobar no pasó desapercibida.
Claudia Cardinale en la estación del ferrocarril de Almería el 14 de mayo de 1968. Como se puede comprobar no pasó desapercibida. Eduardo de Vicente
Eduardo de Vicente
20:54 • 27 jun. 2024

“La tuve a menos de un metro. Pasó por mi lado. Como estamos tú y yo ahora”, eran algunas de las frases que empleaban los afortunados que un día vieron en persona a aquellos mitos eróticos de los años 60 que pasaron por Almería cuando creíamos que de verdad éramos el Hollywood de Europa. Aquellos que vieron a Brigitte Bardot o a Claudia Cardinale lo contaban como una hazaña, como uno de los acontecimientos más grandes que habían vivido y presumían ante los demás repitiendo “yo vi a la Cardinale”.



Recuerdo, de niño, aquellas conversaciones de los muchachos de mi barrio cuando se juntaban en los trancos de los futbolines a fumarse un cigarro y a recordar aquel día inolvidable de mayo de 1968 cuando se cruzaron con Claudia Cardinale en el Paseo, en la Plaza Vieja, o en la Avenida de Cabo de Gata cuando la actriz italiana acudió a la puerta del Hotel Hairán para participar en la mesa petitoria que había instalado la Asociación Española contra el Cáncer. Junto a ella estaba la señora esposa del Gobernador civil, doña Luisa Sánchez de Gutiérrez Egea, vestida de tonos oscuros como si estuviera en una procesión del Viernes Santo, lo que acentuaba más aún las diferencias que la separaban de Claudia Cardinale. 



Hubo quien se quedó tan impresionado de ver tan cerca a la actriz que por muchos años que pasaran cada vez que lo contaba parecía que la tenía otra vez delante. Llevaba un vestido con tonos azules y dibujos naranjas, con unos zapatos también anaranjados como de película y una melena ondulada sobre el hombro que la elevaba al Olimpo de las diosas de la antigua Grecia. Los que la vieron, los que la rozaron, coincidían en destacar su mirada. Te miraba y se te paraba el corazón. Te miraba con unos ojos inmensos en los que cabían todos los jóvenes que se cruzaban por delante. “Te juro que me miró. Por unos segundos nos quedamos los dos mirándonos fíjamente”, contaba mi amigo Aurelio, creyendo de verdad que aquello había rozado el flechazo.



Claudia Cardinale vino a Almería en la primavera de 1968 a concedernos el privilegio de que disfrutáramos de  nuestro particular mayo del 68, que aunque no tuvo carácter político, sí nos dejó una huella imborrable. Cuando llegó la actriz italiana aún flotaba en el ambiente la estela que nos dejó la presencia, unos meses antes de Brigitte Bardot. 



Aquella Almería de mayo del 68 que pisaron los pies de la Cardinale y que se vistió de fiesta cuando la actriz recorrió el centro de la ciudad en un coches de caballos, vivía pendiente de sus pequeñas revoluciones, algunas tan importantes como el problema eterno del agua potable que llevaba de cabeza al bueno de don Guillermo Verdejo, que aunque saliera poco en los periódicos era el Alcalde de Almería.



Teníamos a la diva, teníamos a Claudia Cardinale entre nosotros y seguíamos con la preocupación del agua del grifo y del agua de la leche. La Alcaldía inició en aquellos días una cruzada contra la adulteración de la leche, pidiendo la colaboración de los vecinos para desenmascarar a los lecheros fraudulentos.



Mientras el Rolls Royce gris oscuro de la Cardinale se abría paso entre el camión de la regadora y el burro del hombre del pescado, los jóvenes la seguían en bicicleta cuando atravesaba el Parque de una esquina a otra, jugando a pedalear sin manos para llamar la atención de la actriz. 



Aquel mayo del 68  saltó la noticia de la construcción de la carretera del Pozo de los Frailes a la Isleta del Moro, un avance fundamental que iba a permitir construir allí la primera urbanización pensada para el turismo. Mientras los adolescentes corrían sin descanso detrás de Claudia Cardinale,  la prensa nos daba la noticia de que a la buena de doña Carmen Góngora, alma del Sindicato de la Aguja, le habían dado la Medalla al Mérito en el Trabajo. Ese día coincidieron las dos en el periódico: la diosa de los corazones rotos y la musa de las jóvenes que aprendían a bordar bajo la batuta mística de doña Carmen.



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