Esta provincia, como cualquier otra, está empachada de rivalidades históricas entre pueblos, afortunadamente más pertenecientes al pretérito, por la ignorancia y la incultura, que al presente. Con la distancia de las décadas y los ojos del siglo XXI pueden parecer hasta entrañables esas asperezas rurales, pero en momentos álgidos es verosímil que fueran fuente de disputas muy incómodas. Muchas de esas rencillas legendarias podían estar enraizadas en cuestiones de lindes entre localidades, pleitos por el agua o por algo tan prosaico y cercano como la hostilidad entre equipos de fútbol de pueblos vecinos con batallas campales incluidas, todos las hemos conocido.
Esa recíproca animadversión entre pueblos pequeños y vecinos ha hecho brotar a lo largo de los siglos en el romancero popular gentilicios malvados con los que eran moteados los habitantes del municipio de al lado, en algunas ocasiones -como debe ser- más con ánimo de chanza que con malicia.
De múltiples ejemplos está llena la piel provincial: Legañosos los almerienses en general, Acelgueros de Alboloduy, Indios de El Ejido, Palomos de Dalías, Cebolleros de Olula, Undas de Macael, Blanquinosos de Vélez-Blanco, Rubianos de Vélez-Rubio, Jabegotes de El Alquián, Portugueses de La Cañada, Patanos de Vera, Rabotes de Cuevas del Almanzora.
En estos dos últimos municipios me voy a detener, ahora que se avecina un momento que puede ser histórico y que puede poner punto y final, al menos administrativamente, a la atávica enemistad entre los oriundos de ambas localidades del Levante provincial; un antagonismo, como digo, basado ya más en lo anecdótico que en algo sólido. La prueba son las colaboraciones comerciales y turísticas entre ambos pueblos, su pertenencia normalizada a los mismos entes supramunicipales o los propios casamientos entre veratenses y cuevanas o viceversa.
Fue el valioso escritor y comediógrafo Miguel Flores González-Grano de Oro, tristemente asesinado por desalmados en la sorbeña Venta de la Viuda de Sorbas, el que primero disertó sobre el origen histórico de esa malquerencia de siglos entre veratenses y cuevanos (cuevenses), a través de un artículo publicado en el periódico El Censor el 10 de junio de 1933, aprovechando la efeméride de la Conquista de Vera por los Reyes Católicos en 1488.
El Censor fue quizá (y sin quizá), junto con El Minero de Almagrera, los dos editados en Cuevas, el periódico más ilustrado del Levante almeriense. Dirigido por Diego Soler Flores en la década de los 30, contó con cronistas de frondosa pluma como el propio Grano de Oro, el clérigo Miguel Bolea, el arqueólogo Juan Cuadrado, el poeta Sotomayor o el historiador Eusebio Garres. Miguel Flores tituló ese artículo de marras con el nombre de ‘Patanos y rabotes’, reconstruyendo la Toma de Vera, antiguo Reino de Granada, por Isabel y Fernando, a través de los textos de Ginés Pérez de Hita.
Flores Grano de Oro relató cómo los católicos soberanos reunieron en Murcia a su gente de armas y partieron con su ejército el 5 de junio de 1488 hacia Lorca, con el maestresala Garcilaso de la Vega, que a la postre iba a ser el primer alcalde cristiano de Vera. Una vanguardia de 500 caballeros con el rey se encaminaron hasta Medina Bahira (Vera) acampando en la zona que luego pasó a ser conocida como El Real donde el rey moro Alabez hizo entrega de las llaves de la ciudad.
La principal condición de la rendición de Vera fue que los moros y judíos habían de abandonar la plaza para ir a las aldeas del término. Eso contribuyó al incremento del vecindario en los lugares de Cuevas y Portilla, quedando los nuevos pobladores castellanos y murcianos dentro del recinto de la ciudad que pasó a ser bautizada como Vera. Desde ese instante, al verse despojados de sus casas y de sus haciendas por los nuevos moradores, nació una animadversión entre unos, llamados petanes - y de ahí patanos- por los otros, que significaba, en castellano antiguo, aldeano rústico; y los otros, llamados rabotes por los unos, como manera de zaherirlos atribuyéndoles un origen semita, a sabiendas que no tenían en la mayoría de los casos, al ser mahometanos. De ahí surgió esa inquina ancestral entre ambas poblaciones, que se ha ido relajando con el tiempo. Después de la Reconquista, Cuevas y Portilla pasaron a pertenecer al marqués Pedro Fajardo, junto con las villas de Vélez Blanco y Vélez Rubio.
La independencia de Cuevas de la metrópoli Vera estuvo clara administrativamente desde 1503, sin embargo durante mucho tiempo, usando un topónimo no oficial, se estuvo llamando Cuevas de Vera, posiblemente como una forma de facilitar el reparto postal desde finales del siglo XVIII, algo que desagradaba, como es natural, a los vecinos cuevanos y que contribuía a la falta de comunión entre ambas poblaciones. Hasta que una Real Orden de 1930 aprobó el nombre oficial de Cuevas del Almanzora. Sotomayor, en un poema de su libro Campanario, ironizó: Sobres con Cuevas de Vera/vienen muchos todavía/y con Cuevas nada más/y con Cuevas de Almería.
Ahora, sin embargo, Vera y Cuevas, están a punto de dar un paso histórico, un gesto que les honra, con sus respectivos alcaldes Alfonso García y Antonio Fernández a la cabeza y convertirse en pueblos hermanos, junto a Mazarrón, por ser lugar donde emigraron tantos veratenses y cuevanos a trabajar en las minas y donde muchos de ellos perecieron enterrados en los pozos, por la explosión de barrenos o envueltos en gas carbónico.
El expediente ha sido ya pasado por Pleno Municipal y publicado en el Boletín Oficial de la Provincia con fecha del pasado 25 de junio y se fundamenta en “los aspectos sociales, económicos y culturales que comparten los tres municipios, desde la piratería, la industria minera, la emigración, la agricultura y el desarrollo turístico”. En unas semanas, aquellos montaraces y enfrentados ‘patanos y rabotes’, de don Miguel Flores Grano de Oro, pasarán a ser como mismísimos hermanos de leche.
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